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Encanto Suicida 12

¿Qué son los humanos sino borrosas sombras que intentan desesperadamente esclarecerse donde no existe luz alguna? ¿Qué clase de deidad se complacería con tan ominosa creación? Si acaso, a lo mucho, el humano sería un experimento fallido que vaga en la inmensidad del universo esperando su fin, aguardando a que ocurra un suceso extraordinario que lo despoje de su infinita miseria. Cada homicidio encerrará entonces un significado místico imposible de comprender en el tiempo actual, y quizá también en cualquier otro. Pero todo tendrá sentido cuando la gran catarsis haya finalizado y al fin el sol se haya fundido con las tinieblas del más oscuro anochecer. Las estrellas y los planetas volverán a alinearse por última vez, impulsadas por la fuerza de aquello que no vive ni muere, que solo es voluntad propia. Por supuesto que seres como nosotros no podremos experimentar nada de esto, porque hemos elegido el camino opuesto a lo divino y hemos aceptado con repugnante placer todo tipo de falacias y horrores cósmicos dentro de nuestro espíritu. Algún día la realidad será reformada, pero de una manera en la que ya no podremos volver a entenderla desde ninguna perspectiva que no sea la de dios.

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No le ha sido concedida a esta raza estúpida la habilidad para conquistar mundos y hacer prosperar la vida, sino todo lo contrario: a la humanidad únicamente le viene de maravilla corromper, pudrir y hundir todo lo que con ella entra en contacto. Cualquier actividad inmunda, que implique renunciar a la creatividad y el sacrificio, que nos acerque a la comodidad y el vicio, que nos haga olvidarnos de nuestro destino inmanente… Todo esto es lo que gran parte de nosotros desea abrazar, y precisamente contra eso es que tenemos que luchar a muerte. Por desgracia, la mayoría de nosotros renunciamos demasiado pronto a la lucha y preferimos abrazar la derrota y la humillante depravación interna. Quizá no sepa con claridad hacia dónde me dirijo y cuál es el camino más seguro para la trascendencia, pero algo me indica que, hasta ahora, tampoco nadie lo ha sabido. Ahí tenemos a todos esos predicadores del reinos en los cielos, de estados mentales avanzados o de supuestos contactos interestelares. ¿Decidiremos creer en algo de esto y ahogar así nuestra propia intuición? ¿Todas las preguntas que han atormentado hasta ahora nuestra consciencia pueden ser silenciadas tan fácilmente? La implacable búsqueda que nos ha costado sangre y alma, ¿puede ser resuelta con alguno de los espejismos del exterior? Aceptar esto para mí sería volver a colocarme el velo, volver a abrazar la eterna ilusión, volver a caer en el agujero de la siempre agradable pseudorealidad.

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Tal como algunos animales mudan de piel, así mudará el ser que se diga sublime: se arrancará la fachada tan pobre y patética en que se le ha envuelto, enloquecerá en mente, cuerpo y alma y luego se suicidará en un primer y último acto de amor propio. Quien así no lo haga, solo se engañará a sí mismo; únicamente volverá a retorcerse en las mismas patrañas de las que supuestamente ha buscado escapar. Aunque es muy probable que esto ocurra, puesto que el mono es realmente un maestro en el arte del autoengaño. Cegarse con las cosas y personas del mundo es una habilidad envidiable, aunque demasiado repugnante para quien dice ser un buscador de la verdad. Dentro de todas las quimeras con que podemos envolvernos, aquella que versa sobre el valor de las cosas materiales ha sido hasta ahora la más difundida y aceptada. La realidad es que este mundo está acabado, que el sistema gobernante no es sino una pantomima detrás de la cual se oculta algo infinitamente horrible y anómalo. Por desgracia, nosotros hemos tenido que vivir en esta ilusión execrable y, al parecer, moriremos en ella del mismo modo tan intrascendente en que cada criatura ha muerto hasta ahora.

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A las personas no les basta ser imbéciles por su cuenta, sino que deciden unir sus aciagas vidas y engendrar otro mediocre y miserable ser al cual contaminarán con su inmunda ignorancia. Este comportamiento es realmente lamentable, pero es algo bastante común en nuestra sociedad actual. De hecho, aunque parezca tragicómico, es algo que buscan con incomprensible vehemencia casi todas las personas; es casi como su única razón para seguir respirando. A esto supuestamente se le llama “sentido de vida” y consiste esencialmente en reproducirse sin ningún motivo. Cada elemento en la pseudorealidad guía al ser para ello y le impulsa mediante todo tipo de artificios. Claro que al sistema le conviene esto, le viene de maravilla. ¡Más esclavos, más consumidores, más emociones que absorber! Y, además, todas ellas siempre en carnal sufrimiento, anhelando lo menos importante y perpetuando aquello que más bien debería ser aniquilado: la execrable esencia humana.

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El ser, en su actual estado de imbecilidad y decadencia, es incapaz de recibir y brindar ese supuesto amor que tanto pregona, pues todo lo convertirá, irremisiblemente, en costumbre, tedio, sexo y, en resumen, en un acondicionamiento como ningún otro. Luego, este conjunto de falsas creencias y estupidez incuantificable será transmitido a otros de una manera perversa e inconsciente. Así es como ha sido hasta ahora y así será por siempre: el absurdo circo del mono se eleva por encima de toda razón y espíritu; se convierte en la aspiración de los millones de idiotas que se arrodillan ante la ignominia y que añoran despojarse de su nula libertad con vertiginosa rapidez. No se puede hacer nada ante esto, solo refugiarnos en la esencia del mañana, aguardando por el quiebre de lo irreal y por la incipiente sinfonía de la divina e inmortal compasión. Nosotros todavía seguimos vivos, quizás haya algo que podamos hacer en lugar de solo deprimirnos y llorar… O tal vez ya estemos tan rotos, solos y locos que únicamente la muerte nos quede por saborear.

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Encanto Suicida


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