Es tarde ya, casi las 3 am y estoy solo aquí. Las botellas se han vaciado rápidamente y las pastillas se han esfumado también; todo es tan tremendamente absurdo como de costumbre. Mas antes del amanecer sabré al fin si valió o no la pena haberte conocido, sabré si podré estar un poco feliz de haber reído esos atardeceres de otoño cuando aún estabas conmigo. La verdad es que hoy he decidido poner punto final a mi miserable y humana existencia, pues prefiero sumergirme en el abismo de la muerte con la esperanza de poder verte tan solo una vez más. ¿Por qué? Te mataste sin mí y eso es algo que jamás podré superar, que nunca olvidaré. Ambos éramos dos seres rotos y carcomidos, abatidos por la insana melancolía que opacaba cualquier posible resplandor. Pero juntos hacíamos más soportable nuestro inmanente martirio; juntos parecíamos alcanzar el sol y delirar con una especie de felicidad solo conocida por quienes renacen una y otra vez en la tristeza más desgarradora. Sabíamos que nada era mejor que el suicido, que el réquiem del vacío solo serviría para consolarnos temporalmente con algunas verdades a medias en las cuales depositamos nuestros anhelos. Desde que te mataste, no dejo de pensar en que yo deberé hacerlo muy pronto. Entonces el sufrimiento posiblemente habrá terminado y todos esos días en el infierno serán solo un recuerdo más de lo que nunca debió haber ocurrido: mi vida sin ti.
*
Eras lo único que me mantenía vivo, la única razón para despertar cada mañana. Y es que te adoraba y te amaba con todo mi ser, pero jamás noté que mi compañía tu luz poco a poco extinguía, y que tu suicidio fue exclusivamente culpa mía. O ¿no fue así, mi eterno e imposible amor? ¿Qué ocasionó tu prematura partida a nuestro destino inevitable? Siempre hablábamos de la muerte cuando la soledad más nos consumía y cuando los placeres carnales se tornaban insuficientes. Y ¡vaya que siempre terminábamos por consumirnos en nuestra fatal nostalgia! Nuestras esencias se entendieron desde el primer momento, porque sé que, al igual que yo, tú también odiabas este mundo, a la humanidad y a ti misma. Algo nos conectó desde el primer instante, desde la primera mirada en la cual nuestras almas vibraron con una sincronía perfecta. Ahora debo hallar la forma de encontrarte nuevamente, aunque sea solo para volver a besar tus pies o lamer tus huellas; ¡qué disparates puede vociferar mi espíritu atormentado por la más sacrílega desesperación existencial! Desde que te colgaste, paso los días en cama mirando a través de esa peculiar ventana. Me parece que el mundo no existe más y que el tiempo se ha detenido; ¿cómo saber si yo mismo sigo aún vivo o si ya he muerto también? Mi única esperanza es aquel bello cuchillo que sostengo cobardemente entre mis manos y con el cual fantaseó cada madrugada de infinito malestar. Los demás no lo entienden y me atormentan con miles de preguntas, pero solo yo sé por qué no derramé ninguna lágrima en tu triste funeral y por qué visito tu tumba cuando los monstruos de mi interior toman el control para alimentarse con la fragancia de tu cadáver. ¡Ay, en mi atroz imaginación todavía te mire tan extrañamente hermosa como aquella vez en que por primera vez soñamos con colgarnos bajo el mismo árbol! No queda esperanza para mí, estoy condenado a vivir sin tu trágico y suicida amor.
*
He reflexionado profundamente que matarme acaso no arreglará nada, pero continuar viviendo tampoco me parece la solución a este tragicómico dilema. ¿Qué hacer entonces? ¿Quién podría ayudarme si no puedo hacerlo yo mismo? Más aún, ¿cómo seguir existiendo cuando todo lo que quisiera sería nunca haber existido? Si todo lo que siento es una náusea imposible de ahogar y un brutal arrepentimiento imposible de olvidar, ¿sería imaginable seguir respirando en tales condiciones? Nadie podría entenderme, porque, en realidad, nadie es capaz de entender a otro sin sentirse superior en algún momento. El ser humano es una criatura ruin y abyecta por naturaleza, a quien ocasiona una infame envidia el atisbar que otro puede amarse a sí mismo y ponerse en primer plano. Lo que estos adoradores de la irrelevancia quisieran es que todos permaneciéramos miserables por siempre, que nos hundiéramos en la máxima decadencia por la eternidad. Y he llegado a creer que, ciertamente, nadie puede amar a nadie sino es así mismo. Quizá solo esto es lo que debemos hacer en este naufragio de fantasía oscura, en esta cárcel de emociones reprimidas en la que no paramos de sufrir y de hacer sufrir. La verdadera anomalía reposa en la multiplicidad de ideologías chocando en un mismo punto, sin que ninguna logre opacar a las demás definitivamente. La búsqueda de la verdad, así pues, se convierte en un juego siniestro en el cual el más poderoso terminará por imponerse y por imponer sus perspectivas a los derrotados y débiles. El error, si se le puede llamar así, estriba en la imposibilidad del origen que ya es y que resulta incuestionablemente real. A partir de ahí se origina una sucesión de eventos que, orquestados por el tiempo, vuelven la realidad una paradoja con tantos acertijos como desvaríos. La locura se hace latente, porque se sienta al lado del discernimiento más allá de la razón y los sentimientos; en ese borde donde el pánico y el amor ya no se evaden mutuamente y el corazón, sangrante de angustia divina, quiere gritar con todas sus fuerzas hasta hacer estallar nuestra mente enjaulada. ¿Por qué no podemos escapar? La idea y proximidad de la muerte lo complica todo, pero al mismo tiempo parece resolver cualquier enigma con su silencio desbordante de belleza y sublimidad. Un paseo por el parque es lo mismo que una travesía por el averno cuando nuestra mirada está consumida por la melancolía de la más profunda desesperanza y el deseo de desvanecerse continuamente atrofia nuestra incierta percepción.
*
Quisiera poder luchar, tener esa voluntad de seguir viviendo, pero es imposible ya, pues la muerte me parece mucho más atractiva y embriagante que permanecer en un mundo podrido y sin remedio como este. El suicidio es mucho mejor opción que seguir siendo una sombra que simula existir en medio de este lúgubre pantano de miseria infinita e intrascendencia absoluta. Jamás comprenderé las razones que me han traído aquí ni mucho menos por qué tuve que experimentar tanto sinsentido atrapado en esta forma humana. El tormento de la incertidumbre máxima se apodera de mis sentidos y desfragmenta mi endeble cordura; lamentos de amargura y sueños rotos aparecen como telarañas ensangrentadas y sibilinos laberintos se abren ante mi limitada percepción. En ellos divago para olvidar que debo retornar a este planeta donde lo absurdo no podría ser más real y donde la tragedia está a la orden del día y dispuesta a consumir cada partícula de supuesto bienestar. ¡Quién querría habitar en este pandemónium de grotesco fulgor! ¿Quién creo esta pesadilla y la materializó de tal manera que la verdad fuera lo menos importante? ¿Acaso un dios sería capaz de algo así? Pareciera que somos un experimento cualquiera, abandonado y condenado a padecer cualquier capricho del azar que se digne en torturarnos a placer. ¿Quién entonces se apiadará de nosotros? ¿Quién vendrá a salvarnos cuando las lágrimas no sean suficientes? Creo que nadie; porque sin importar cuánto nos cuestionemos, solamente el más imperante silencio parece imponerse en el lúgubre y endemoniado caos del que por desgracia divina somos parte.
*
¡Qué fastidio tener que continuar una vida que jamás solicité, sobre todo rodeado de seres cuyos vicios y obsesiones sobrepasan hasta el delirio más ridículo y blasfemo! Supongo que el chiste se cuenta solo, que nuestro destino nunca ha sido otro sino pudrirnos lenta y dolorosamente en este abismo olvidado por cualquier ser superior. No veo ninguna objeción a esto ni hallo prueba alguna de que no pueda ser así; al contrario, por doquier hallo pruebas para confirmar mi desesperanza, agonía y miseria. Y no solo mi propia desdicha me abruma, sino la que parece cobijar al mundo entero y envenenar cada perspectiva sincera. Hoy más que nuca la humanidad está sumergida en una ignorancia sin fronteras, dominada por las más abyectas criaturas y envilecida por creencias que solo la atrofian aún más. ¿Acaso esto importa? Es decir, nosotros somos parte de ello, pero invariablemente sucumbiremos antes del apocalipsis etéreo. Nuestro tiempo no podría ser más limitado, aunque lo desperdiciemos y rechacemos que la culpa es solo nuestra. En aquel espejo negro colapsan nuestras venas cada vez que pretendemos no vislumbrar el camino o desconocer la montaña desde la cual se han arrojado tantos fantasmas nauseabundos. La luna brilla tan espectacularmente y las estrellas danzan en el paisaje de los dioses ocultos, mientras que nosotros nos cortamos la garganta y suplicamos por una última oportunidad de conocer aquello que unifica la locura y la verdad en un solo eco de fatalidad y divinidad que no pueda ser asesinado por lo humano.
***
Encanto Suicida