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Entonación siniestra

Cuando todo parecía conminado al fracaso, entendí que imposible sería intentar escapar; tan solo una ridícula sonrisa esbocé antes de perder el control de lo que creía era yo. Comenzó hace ya un tiempo, aunque jamás le presté atención del todo. Pero creció desmesuradamente y mis simples ilusiones ya no podían alimentarle; para cebarle debía recurrir a la insolencia de la disolución mística. Las lecturas se tornaron tediosas y superficiales, pues no había tregua entre las visiones y los escalofriantes susurros que provenían de sus ojos dorados. En aquellas colinas solían arremolinarse para saciar su sed de pensamientos homicidas y de soluciones cósmicas, aunque yo me resistía a despedazarme y otorgarles lo único que creía todavía me pertenecía: mi cordura. O ¿es que no era ya así y desde hace mucho había perdido el control de mí mismo? Tal vez sí había sido yo quien había despedazado a aquellas personas durante la madrugada en donde sentí hundirme en al abismo más enloquecedor.

Por eso mismo luchaba por no desaparecer, al menos en este fragmento terrestre que muy posiblemente encerraba mi verdadero yo; el cual, al morir, no podría por ellos ser absorbido. Cualquier especie de oración o súplica era contrarrestada de inmediato por un vaho repugnante de inexistencia divina. Las formas a mi alrededor podían destrozar la locura de cualquier maniático, así como adivinar los efectos de la delirante concordancia hermética entre la mente y el vínculo supremo. Aunque siga desquiciándome lo que en realidad soy, no puedo negar hundirme en este extenso e insano fuego de miseria para obtener una mínima percepción de lo que podría significar la existencia en esta eviterna conmiseración entre el destino y el frío de la humana concepción; absolutamente inextricable para las mentes inferiores que infectan esta ruin dimensión. Los cánticos no cesaban nunca, sino que incrementaban su melodía insana para trastornar mi acongojado espíritu.

Antes de enloquecer, quise saber si podía confiar en el más allá… Ahora solo quisiera elucubrar acerca del fragante color del envilecimiento al que he cedido mientras las relaciones intrínsecas mutan en serias y desconcertantes figuras. Hoy sé que la locura de muerte finalmente ha envenenado todas las facetas detrás de las cuales pretendía esconder mi descuartizado corazón. Y es que, antes de conocerlas, prefería entretenerme con bagatelas del mundo humano; vagaba en el precipicio de la pútrida defunción. No hay escapatoria, pues yo mismo pertenezco ya más a ellas que a mi propia naturaleza, tan infecta e imperfecta… Sus charlas nauseabundas enferman mi ser, pero ya no falta mucho para que amanezca y contemple, por última vez, lo que ya no debe permanecer. Lo siniestro del asunto no puede ser explicado bajo ningún método, teoría o percepción; está más allá de cualquier doctrina funesta o lógica abstracta. La entonación no se detiene, pero mi corazón ya no soporta más.

***

Repugnancia Inmanente


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