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Explosión

Cuando besé tu boca no comprendí de inmediato el quimérico paroxismo que, irrefutablemente, me proyectaba hacia el mundo onírico de los elementos sublimes. Abrazarte y sentirte fue la convergencia en el paraíso mismo, pues eres tan delicada y avasallante cual planta divina de los adivinos en los rituales sagrados; tan sagrada como la estimulación espiritual de la glándula pineal, como la idílica sensación de cosquilleo en la sexta fragancia tras experimentar el pensamiento multicolor. Resulta demente el efecto de tu beso: sincero, refulgente y magnificente, pues lo que ocasionas en mí es incomparable e inalcanzable. Ni siquiera todas las sustancias supremas reunidas podrían pintar un lienzo del modo tan cromático y bucólico en que tú has teñido los recovecos más sórdidos y sombríos de mi alma. Una que creía extinta desde hace mucho, pero que al sentir tu sangre caliente vertiéndose sobre ella ha vuelto desde el último círculo del inframundo.

Las palpitaciones elevan el dolor y el amor hasta los infiernos que se parapetan más allá del cielo, esos donde añoro probarte y tenerte por la eternidad de todos los tiempos y los universos. Y, en donde sea que te piense, florecen las cósmicas plantas luminiscentes de las visiones inexplicables. En cada ósculo imprimes en mí los olores y sabores del karma hiperbóreo en los arabescos más intrigantes y magníficos. En todos nuestros encuentros surgieron los orígenes del infinito para sopesar el impertérrito y multidimensional vacío de nuestra forma actual. Y es que, cuando te besé, morí para reencarnar en un ser de naturaleza misteriosa e inefable; todo en mí vibró y se extendió hasta crecer y superar lo más grande y fulgurante en las supernovas de la civilización perdida. La huida no resultó adecuada, pero al menos pude escapar de mí mismo para saborear una vez más tus mieles y perderme en el abismo de tu seductora locura.

¿Qué clase de delirante entelequia y de etérea ataraxia hizo desaparecer los vicios y las carencias de mi humanidad? Y ¿qué ocasionó, paralelamente, un fugaz viaje místico hacia la paráfrasis de dios y su energía en su máxima y deslumbrante constitución? No sé cómo decírtelo, tampoco creo conseguir pintarlo con el arte más celestial; menos a través de la admirable poesía del alienado sujeto en esta ilusoria concepción. Lo único que podría insinuarte es que, si siempre me besas de ese modo, no podré volver a ser yo mismo, pues habrás mi espíritu evolucionado con tus explosivas ráfagas de sentimientos atemporales y supracósmicos. Si mi corazón estalla ante tu espléndida comunicación beatífica, quedará el recuerdo para reconstituirme y saciarse eternamente de tus primorosos y excitantes labios de matices lenitivos. La explosión de colores y sonidos podría parecer demasiado para mi alma melancólica, pero hallar en ti lo que tanto necesito vale la pena sin importar el riesgo.

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Locura de Muerte


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