Si uno ve la realidad en su forma más pura y mediante una sincera reflexión, es inevitable no odiar la existencia. En algunos casos, los más extremos y hermosos, tal es el hastío y la náusea que se experimentan al estar vivo y tener plena consciencia de lo que existir en este absurdo mundo implica que, quien sufre esta sórdida condición, no puede hacer otra cosa sino enloquecer o, mejor aún, pegarse un balazo.
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No importa cuánto intentemos amar a nuestros semejantes, ellos siempre harán todo lo posible (y acaso de modo natural) para merecer nuestro asco, desprecio y, ¿por qué no?, nuestro cuchillo en sus vientres.
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El verdadero nihilista-misántropo es solo aquel que se suicida en el momento en que adquiere tal definición, pues el concepto mismo lo exige así. Todos los demás somos, de un modo u otro, hipócritas enmascarados con ideologías medianamente existencialistas.
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El asesino de todo cuanto existe es más sutil de lo que pensamos. Es como un asesino profesional perfectamente entrenado para acabar con todo lo que creemos valioso o especial. Da muerte a nuestros sueños, a nuestros anhelos, a nuestros amores y a nuestras almas. Tal asesino siempre tiene la máscara del tiempo y usa un traje muy parecido al de la muerte, pero en realidad se llama rutina.
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No importa cuánto luchemos, al final siempre seremos consumidos por la (pseudo)realidad y por todos los nauseabundos espejismos que en nuestro interior no hemos sabido metamorfosear. Tan solo somos seres débiles, estúpidos y sin ningún propósito en medio de una insondable laguna de incertidumbre y caos.
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¿Cómo podría alguien no suicidarse al tomar plena consciencia de toda su miseria, tanto interna como externa? ¿Cómo podría alguien no sentir profundos deseos de matarse al reconocer en plenitud su aberrante naturaleza humana?
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Infinito Malestar