Los mejores desvaríos son siempre aquellos que rasgan el nefando velo que nos mantenía protegidos de la repugnante pseudorealidad. Pueden parecer agresivos en principio y, ciertamente, sí que se convertirán en una blasfema tortura. Pero no dejo de cuestionarme qué sería de nuestras miserables vidas sin ellos, sin su color y su aroma. El mejor ejemplo de todos es, curiosamente, el del amor. Aquella majestuosa y al mismo tiempo funesta tormenta que nos destruye y nos reconstruye en un santiamén, y que casi siempre termina condenándonos a la locura o al suicidio.
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Al fin y al cabo, la vida es demasiado corta como para darse el lujo de no enloquecer en ella. ¿Qué más da estar loco o cuerdo en un mundo como este donde no existen la justicia, el amor ni la verdad?
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Somos monstruos disfrazados con máscaras de personas buenas, pero nuestra aberrante naturaleza nos condena. Nos gusta reprimir nuestros más denigrantes deseos y juzgar a quienes los llevan a cabo. Somos unos hipócritas sin remedio, unos animales pretendiendo ser racionales y amos del mundo. Nuestro egoísmo y soberbia no nos permiten atisbar más allá, pues, fuera de esta simulación donde creemos que somos reales, cabe preguntarse seriamente: ¿quiénes somos en realidad?
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Supongo que me malentendiste, pero en verdad te quería. No era que no disfrutara tu compañía, por supuesto que sí. Era más bien que la disfrutaba tanto que prefería no hacer de ella una costumbre, pues bien se sabe que la mejor manera de arruinar algo es convirtiéndolo en algo de lo más cotidiano. Pero tal vez ese siempre fue nuestro problema: yo amaba estar contigo, aunque tú tan solo odiabas no estar conmigo.
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La confusión existencial es un estado realmente devastador, devorador y desastroso. La incertidumbre experimentada no tiene límites, no conoce el bien o el mal. Cuando se ha llegado a tal estado, incluso hasta la muerte parece algo imposible de agradar. No se encuentra consuelo en nada, no se quiere estar ni vivo ni muerto… Si tan solo el tiempo fuera un poco menos feroz, pero no lo es… Si tan solo fuésemos un poco menos necios, pero no lo somos… ¿Qué somos entonces sino efímeros destellos de algo que jamás debió haber sido?
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Infinito Malestar