Ni siquiera escribiéndote un millón de poemas podría hacerte entender la inmarcesible magia que encierra tu boca y el delirante estado en el que me sumerjo al penetrar en tu sibilino caos.
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La vida es triste, eso es un hecho. Pero más triste quizás es el tonto hecho de seguir en ella estando tan tristes.
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¿Por qué habría de sentirme agradecido por saber lo que es esta vida ominosa? ¡No, para nada! ¡Mejor sería nunca haber sabido lo que es esta vida! Y, si me dieran a elegir, por supuesto que elegiría no vivir más ni haber vivido jamás ni mucho menos volver a vivir. En resumen, absolutamente nada que tenga que ver con existir va conmigo.
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Dijeron que la vida no sería fácil, pero lo que nadie dijo es ¡que sería un puto infierno en todo el sentido de la palabra!
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Lo malo de haber nacido es que ya no hay marcha atrás; esto es, ya no se puede no haber nacido. Lo peor es que ahora nos vemos obligados a actuar para quitarnos la vida, cosa que, por lo demás, trastorna en demasía. Y, ciertamente, la única forma de catarsis real que se me ocurre para contrarrestar tal blasfemia existencial es el suicidio.
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Manifiesto Pesimista