Solo hay que intentar escuchar a una persona por unos minutos y eso será suficiente para odiarla y asquearnos de ella hasta el tuétano. Y es que, de hecho, casi todas (sino es que todas) las pláticas se suspenden en una delirante y abyecta insustancialidad que contamina la mente y atrofia la razón. Así pues, no vale la pena intercambiar palabras con nadie, pues, en realidad, solo estaremos desperdiciando nuestro tiempo del modo más inverosímil y humano.
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Tener un hijo es la manera en la que las personas reafirman su miseria y, a su vez, la del mundo entero. Pues el mero hecho de procrear es un pecado que no puede ser perdonado salvo con un doble homicidio: el de la blasfemia engendrada y el propio.
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El ser difícilmente puede permanecer en silencio, pues necesita esparcir su absurda y vomitiva verborrea para confirmarse y confirmar a otros su imperante estupidez. Y con justa razón, pues es esta y no otra su principal característica.
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La podredumbre de este mundo parece no terminar nunca y la miseria se incrementa rápidamente. Si existe un dios misericordioso, entonces ¿por qué no se digna en poner fin a este ominoso averno humano cuanto antes? O ¿es que acaso se divierte con este blasfemo espectáculo de ignominia y aberración sempiternas?
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Los seres humanos somos malvados, de eso no me cabe ya ninguna duda. Y, cualquiera que no esté de acuerdo, es aún más malvado.
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Manifiesto Pesimista