,

Obsesión Homicida 57

La intuición de mi frenética locura me susurraba fulgurantes secretos desde los confines del alma universal: la añorada esencia de la muerte me sería obsequiada desde la percepción más elevada de la mente, aquella que solo puede ser desbloqueada mediante el suicidio sublime. Necesitaba, empero, prepararme para tan enloquecedor suceso; pues aún era yo, después de todo, demasiado humano… ¿Cómo podría no serlo? ¿De qué manera podía definitivamente vencerme a mí mismo y unificarme con lo divino? Sabía que mi camino no se hallaba en las pintorescas oraciones de una ominosa religión ni en los obsoletos sermones proferidos por vulgares charlatanes, mucho menos en la falsa compasión hacia los débiles. Mi camino dictaba otra cosa, algo sumamente diferente: algo que todo el tiempo oscilaba entre lo demoniaco y lo celestial, entre el bien y el mal, entre el pasado y el futuro… Y que, en última instancia, me hacía ver con inaudita claridad la falacia suprema: creer que había un punto de separación entre los elementos más abstractos de la creación estelar. Y es que solamente el mono parlante, en su infinita ignorancia, había inventado todo tipo de términos y definiciones anómalas para dividir lo indivisible. Más allá de eso, no existía algo que estuviese definitivamente separado del resto ni que no estuviese muriendo al mismo tiempo que viviendo. Incluso, esa máxima y supuesta dualidad expresada en vida y muerte no era sino la madre de todas las entelequias, coronada por los desvaríos del tiempo y su ilusoria linealidad de la que tan aterrados huíamos siempre hacia nuestra infame y monótona rutina. Éramos como niños pequeños intentando aprender las reglas de un juego en el cual ni siquiera valía la pena estar, pero hasta yo había desperdiciado tantos años retrocediendo y luego cayendo nuevamente en mi desdicha autoinfligida. ¡Ay! Si fuera posible no errar tanto en la senda del eremita desangrado, quizás entonces cada uno de nosotros podría beberse su sangre hasta embriagarse de sí mismo y no tolerar ningún futuro renacimiento. Cada vez parece más lejana esta posibilidad, pero absolutamente probable para quien ha vomitado todas las argucias que el exterior había impregnado con maestría en su espíritu ahora liberado y en su mente ahora superior.

*

Analizando en mi interior, he encontrado una especie de locura diferente; una que sé podría llevarme a la muerte, pero eso es exactamente lo que más quiero. No tiene nada que ver con creencias absurdas ni con filosofías decadentes; más bien tiene que ver con aquel abismo multicolor que vislumbro cuando, ocasionalmente, decido internarme un poco más en mi propio caos y no en el del mundo. ¿Quién soy en realidad? ¿Cómo tolerar todo lo que he sido hasta ahora en cada uno de los instantes donde sentía que lo mejor sería haberme suicidado? Ecos sin sentido expulsados después de una catarsis irreversible de autodestrucción inmanente, pero nuevamente sin conseguir el tan anhelado escape. Otra vez las lágrimas se apoderan de mi miserable esencia y vuelvo a inmiscuirme en los asuntos del mundo sin desearlo, sin que pueda hacer nada más que hundirme en mi recalcitrante depresión mientras la idea del suicidio parece, irónicamente, cada vez más lejana…

*

Si algo he de temer, es morir y que sea cierta la terrible idea de la reencarnación. En verdad, me disgustaría tanto tener que volver a esta blasfema y trivial existencia; e incluso como un ser más absurdo y triste de lo que ahora ya soy. Ojalá también que este mundo se evapore muy pronto y que todas mis lágrimas sean consagradas en el eviterno ocaso de los sueños desfragmentados y las esperanzas desgarradas. Y que el abismo multicolor devore mi nula energía vital para que no vuelva a quedar rastro alguno de mi humana existencia, ¡eso quiero con todo mi corazón! ¡Oh! Mi bello y celestial ángel, que acaso me miras desde una extraña lejanía… ¡No podemos encontrarnos todavía! No podemos volver a sonreír sin que al instante siguiente vuelva a atormentarme mi execrable naturaleza y todas las limitaciones que me impiden contemplar con inefable dulzura tus preciosos ojos lapislázuli. ¡Cómo detesto este mundo y mucho más esta vomitiva pseudorealidad! Todo lo que quisiera es aniquilar los últimos recuerdos en mi delirante esencia y abrazarme a tus centelleantes alas de tal manera que ya jamás tenga que retornar aquí. Me pregunto si este aislamiento tan extremo será la clave para descifrar el enigma de tu sonrisa detrás de las tinieblas divinas, si cada uno de mis lamentos alguna vez será escuchado en el misterioso resplandor de tu compasivo e impersonal ensimismamiento… A veces, ya no sé qué quiero o por qué no consigo el quiebre definitivo de mi consciencia divagante. Cada vez me resulta más insoportable la compañía de los humanos, ¿por qué alguien querría relacionarse con esos farsantes? Apenas y puedo tolerarme, aunque no del todo, a mí mismo; ¿será acaso mi profunda melancolía la señal inequívoca del máximo discernimiento espiritual que tanto he buscado? Quizá sea ya demasiado tarde para intentar amar(me), puesto que, al parecer, ya todo está perdido y tan solo el suicidio resta por degustar. Lo sabré en breve; aunque para ello antes tenga que extirpar todas las memorias de ti y de tus hechizantes manos, que consolaban a mi compungida alma en los lóbregos anocheceres de devastadora soledad y agonía incuantificable… Nos perdimos para siempre, pero ¿qué es una vida sin ti cuando creo que podría amarte hasta el apocalipsis de la eternidad misma? Tal vez hasta tenga que buscarte y solamente dos opciones serán plausibles en mi fúnebre cabeza: besarte con inmortal locura o sacarte el corazón con mis propias manos.

*

Los relojes avanzan cada vez más rápido mientras continúo aferrándome, quizá tan estúpidamente, a este sinsentido de quiméricas sensaciones llamado vida. Soy un maldito extranjero, tan desquiciado y excéntrico que sencillamente no puedo hallar un placer real y permanente en nada de esta realidad aberrante. Las personas me asquean, los lugares me aburren y el éxtasis me sabe a muy poco. Lo que yo necesito es escapar, volar muy lejos de esta inmundicia y rozar el sol con mis resplandecientes y divinas alas. ¡Ay! ¿Cuánto más tendré que soportar este ignominioso tormento? ¿Hasta cuándo será suficiente la cantidad de sufrimiento inmanente que experimenta mi espíritu angustiado de tanta insustancialidad? La cotidianidad me atrapa con terrible fantasía y mis ojos no pueden contemplar ninguna especie de verdad, acaso porque no existe ninguna o porque soy demasiado humano todavía para comprenderla… Espero que muy pronto todo termine ya, que mis tristes ojos se fusionen con los tuyos y se pierdan por siempre en tu insondable luminiscencia. ¿Moriré esta noche al fin? ¿Ya no habrá ningún deprimente amanecer otra vez? Finalmente, no habrá ya ningún irrelevante ser humano que vuelva a perturbar mi hermosa y perfecta soledad, coronada por la exquisita fragancia del inframundo y todas sus bendiciones. Libertad es lo que suplica mi alma, pero mi parte carnal se resiste a desaparecer por completo y abandonar esta repugnante pseudorealidad contundentemente.

*

Su simple comportamiento me refleja todo lo que son: personas totalmente moldeadas, con falsas concepciones sobre la ciencia, la religión, el arte y la moral; con una absoluta falta de sentido común y de sensatez, preñados de banalidad y ahítos de una tonta adoración por lo más asqueroso; bañados y adornados con una infinita estupidez que no dudan en resaltar. Además, con sueños en su mayoría absurdos e impuestos por la pseudorealidad y, en resumen, con una visión tan limitada de las cosas. Así son los seres que habitan este mundo vil y que se hacen llamar humanos, esos que deben ser erradicados para que surja un límpido cielo de eterna lucidez y belleza implacable. Mientras la humanidad prosiga su anómalo peregrinaje por este plano, difícilmente algo benevolente debe esperarse… Cualquier lugar, momento o circunstancia son bellos sin que lo humano se haga presente y lo contamine; de eso puedo dar cuenta clara. Siempre que he estado solo, he estado relativamente bien; sin embargo, en cuanto tengo la desgracia de relacionarme con alguien, todo termina, de un modo u otro, terriblemente mal. ¿Por qué existe el mono parlante? ¿Qué función cumple además de ensuciarlo todo y extinguir a las demás especies? ¿Cuál es su ominoso papel sino el de bufón cósmico y patética marioneta de los dioses menos compasivos? Nada de verdad, libertad o bondad puede hallarse en él; únicamente ambición, vicio y miseria son expulsados de su corrupta constitución… Prueba de lo nefando que es nuestro interior es el exterior que habitamos: un mundo tan absurdo como grotesco donde preferible sería jamás haber nacido. Sigo orando porque pronto todo se hunda en el más inmarcesible olvido y que la muerte se apodere también de estas letras manchadas de sangre y odio, pero parece que todavía no acontecerá el ocaso de esta fúnebre pesadilla… Lo máximo que puedo hacer entonces es acabar conmigo mismo en un delirante acto de amor propio, puesto que la vida me resulta una sórdida imposición y el suicidio es mi único aliado en esta mi esquizofrénica condena. ¡Oh! ¡Celestial ángel de ojos trágicamente bellos y de mirada tremendamente inefable! Si tan solo tuviera la total certeza que, al quitarme la vida, podría refugiarme como un niño pequeño y temeroso entre la incomparable dulzura de tu divino halo… Entonces podría derramar todas mis lágrimas en tus alas de incomparable sublimidad, entonces podría abrazarte y amarte como nunca pude hacerlo con nada ni nadie de esta sepulcral y miserable dimensión humana. Sé que no puedes salvarme, nadie puede sino solo yo mismo: he ahí la prueba definitiva de mi última encarnación aquí… ¿Cómo poder creer en ello con toda mi alma? ¡No puedo! ¿Por qué demonios yo tuve que existir? Eso es lo que nunca comprenderé ni mucho menos aceptaré, pues para mí la existencia terrenal ha sido y será por siempre una irremediable humillación.

***

Obsesión Homicida


About Arik Eindrok

Deja un comentario

Previous

La Execrable Esencia Humana 57

Romántico Trastorno 40

Next