Y estos deplorables vínculos se encasquetan en nuestras mentes al comienzo del adoctrinamiento, cuando somos absolutamente susceptibles a este tipo de estupideces. Así, creceremos creyendo que, en verdad, la familia lo es todo, que debemos siempre mantenernos unidos y, peor aún, seguiremos el mismo patrón, perfeccionando el ciclo tan patético que nuestros antepasados siguieron ciegamente y que nuestros asquerosos hijos también seguirán.
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Dicen que drogarse, alcoholizarse, fumar y demás cosas similares hacen daño y matan, pero nadie advierte nunca que el simple hecho de existir en este infierno de estúpidos seres dominados por la pseudorealidad ya es, de hecho, la muerte misma.
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Si esto es la vida, entonces preferiría morir infinitamente. Si esto que creo ser yo es todo lo que soy, entonces preferiría hundirme en el vacío hasta que el último rastro de mí se pudra y se desfragmente.
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La poesía suicida ya no era efectiva para contrarrestar todos los males que existir alborotaba en mi maltrecha humanidad, la filosofía y el arte ya tampoco solazaban los inútiles esfuerzos de mi corazón por no dejar de palpitar.
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Entonces ¿debía, ultimadamente, aceptar que la existencia era un simple desvarío del tiempo y que cada acto, sin importar lo que significase en la consciencia colectiva, terminaba por carecer de sentido? ¿Era el suicidio lo único que podía ya alejarme de este putrefacto cuerpo sin remedio ni destino?
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Libro: El Halo de la Desesperación
