La humanidad era solo excremento que nunca dejaba de salir. Y este mundo insensato era el único sanitario disponible que, para desgracia de muchos y fortuna de unos pocos, se hallaba eternamente descompuesto.
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Considero que una persona razonable, por simple cuestión de lógica, no debería tener muchas esperanzas en esta existencia miserable y, por ende, no debería ser muy extensa su estancia en tal alegoría fallida.
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Todo cuando podía hacer era esperar el momento del quiebre, el día en que al fin pudiera abandonar mi repugnante forma humana; el día del tan soñado último suspiro, el del más hermoso lienzo: el suicidio.
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¡Qué desgracia estúpida fue la aparición del ser humano! Pero aún más lamentable: ¿qué especie de irrazonable maldición le llevó a reproducirse?
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La mayor decepción de mi vida ha sido precisamente descubrir que tenía una, pues realmente hubiera preferido nunca haber existido en este trivial tártaro de estupidez donde la única escapatoria es la muerte.
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El Halo de la Desesperación
