El amor puede ser una estupidez, sobre todo el nuestro, pero al menos conocerte ha tenido para mí más sentido que cualquier otro instante absurdamente vivido.
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Si conocerte ha sido una casualidad solamente, entonces creo que ya puedo morir tranquilo, pues nada mejor, en lo sucesivo, superará este encuentro divino.
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Los humanos son repugnantes, miserables y estúpidos por naturaleza. El diferenciador existencial para iluminar el sendero radica en cuánto podemos alejarnos, en esta ínfima experiencia, de la inmundicia que por nacimiento nos cobija. Por desgracia, la mayoría muere en el mismo estado en que surgió, y eso le hace volver a experimentarse hasta poder despejar las tinieblas que simbolizan su humana existencia.
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Y, cuando te vi por vez primera, creí que estaba alucinando, pues me parecía una locura el hecho de que un ser como tú existiera; pero, sobre todo, que yo pudiera percibirte en mi fatal naturaleza humana. Creo que caí en un colapso del que aún no me recupero y, tal vez, jamás lo haga, pues sentí que nuestros corazones se fusionaron cuando nuestras miradas chocaron. Sin embargo, tuve que guardarme toda la magia desde entonces, pues eres musa de una poesía que no es ni será nunca la mía.
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Desentonaba conmigo la apariencia fútil que el mundo obsequiaba al humano. Fue así como me extravié voluntariamente en el recorrido de una existencia que ya me parecía bastante odiosa y repulsiva. Y, cuando deleité mi alma con la llave suprema, reí eternamente en la cumbre de la poesía suicida.
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El Halo de la Desesperación