Pensamientos EHD7

Nunca fuimos el uno para el otro, nunca estuvimos destinados a estar juntos. Lo único que ocurrió entre tú y yo fue que nos engañamos lo suficientemente bien como para creer que el amor podía salvarnos de nuestra miseria existencial.

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La soledad es el estado más divino para conseguir un poco de libertad, para escapar por unos efímeros momentos del constante apego que tenemos por la pseudorealidad.

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Aún recuerdo esos tiempos donde creía que el mundo humano podía cambiar, indudablemente debí estar más loco de lo que estoy ahora para ilusionarme con tan ridículas ideas. O, tal vez, aún no había descubierto lo deplorable y aciaga que puede llegar a ser la naturaleza del humano en la cúspide de su estupidez y avaricia.

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Tal vez aún respire, aún conserve mi cuerpo las funciones más elementales que simulen que estoy vivo. Sin embargo, mi alma, o lo que sea esa vibración interna, ha muerto desde hace mucho tiempo. Lo único que evita que me suicide es, paradójicamente, la idea del suicidio.

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El dilema existencial es a la vez lo más absurdo y sublime que podemos rozar, pues nos llena de amargura y felicidad al mismo tiempo. Nos eleva hacia un inmarcesible estado de lucidez mientras nos carcome el corazón y nos quema las entrañas. No es bueno permanecer en esa incertidumbre por tanto tiempo, pues lo único que restará será el recuerdo de lo que alguna vez fuimos, pero ¿no es incluso esto mejor que permanecer vivo?

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El suicidio es el elíxir que vuelve locos a los verdaderos poetas malditos. Y, entre más joven se pruebe, más divino y poético será el momento de la ascensión al todo.

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Libro: El Halo de la Desesperación


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Un suicida viviente

Capítulo XXXII (EEM)

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