La belleza de la muerte radica en ya no necesitar nada de esta realidad inmunda. Y es que en la vida tampoco se necesita nada, solo son ideas que han sido implantadas al rebaño; y tal vez por eso no exista la felicidad, pues siempre se busca algo banal qué anhelar.
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Es un crimen decir lo que uno piensa en este mundo. A uno lo condenan por expresarse de manera opuesta a la adoctrinada masa de imbéciles que ni siquiera podrían realizar el más pequeño acto de razón.
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No desear nada es lo más cercano que hay a la felicidad, al menos en este plano intrascendente, y es exactamente lo contrario a la naturaleza de los títeres que han plagado este mundo y a los cuáles dudo que les sea adecuada la existencia.
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Aunque la nada fuese un engaño también, sería el más sincero al que se podría recurrir mientras se tenga que permanecer en este asqueroso estado viviente.
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Este mundo nunca cambiará porque sus habitantes no conciben necesario un cambio, lo único que queda para purificar esta blasfemia es destruirlo todo, comenzando por el humano.
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Libro: La Execrable Esencia Humana
