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Perpetuidad

Te guardo en la profundidad menos dilucidada de mi ser, en donde ninguna oscuridad podría hacerte desfallecer. En los momentos donde me abstraigo es solo tu imagen la que pende del hilo que arroja esperanza entre las almas endurecidas y convencidas de la mentira. No obstante, me mantengo aislado y es gracias a tu contemplación que se ha deleitado mi cabeza. Te he adorado en la gracia que me ha sido dada y a cuya certeza invariablemente fluyen mis entelequias y mi energía desbordada. ¡Cómo quisiera poder preservarte hasta el último día de este caos dentro de mi alma! ¡Cómo quisiera hacerte entender todo lo que me haces sentir cuando, tan tiernamente, me abrazas y mi locura apaciguas por escasos momentos! Tú eres mi único refugio en este averno sombrío que es la existencia y contigo es que puedo desenvolver mis verdaderas formas más allá de mi limitada humanidad. Perpetúas en mi alma aquellos cánticos divinos que los dioses osaron susurrar a los mortales alguna vez.

Paso en llanto las solitarias épocas de los milenios sangrientos, añorando tus caricias. Y bien sé que somos más intrascendentes que el polvo de nuestras decoraciones mundanas, pero, al mismo tiempo, te extraño con la misma intensidad con la que mi sangre fluye por mis venas en esta figura de carne y hueso en que la me siento preso, y que rechazo con abrumadora vehemencia. Descubrí el sufrimiento para que la máxima sabiduría fuese rebajada hasta lo que soy y, así, yo elevarla con mayor vigor. Lo que descubro en ti hace refulgir esa profundidad que inexplicablemente sobrepasa cualquier divinidad cuando unes tu saliva con la mía y se prolonga el escenario donde intercambiamos hasta el último verso. Aunque ilusorio, me encanta ese singular momento en donde podemos disolver nuestras obsesiones y fingir que no estamos más en este mundo infame. Quisiera tanto que aquel magnífico sueño no terminase jamás y perderme por siempre en tu inefable y hechizante hermosura.

Tu magnífico intelecto y tus irrepetibles formas de entender la naturaleza humana señalan la vereda para barruntar las conjeturas menos gastadas que, en la locura y la adoración, trastornan mi alma hasta fulgurar y dar nacimiento a una ilusión, suficiente para el momento en que creo desfallecer si no tengo tu aliento y si no sostengo tu tierno y dulce rostro que, en el interior, engrandece lo que por ti siento. Eres una hermosa pintura encarnada cuya existencia representa para mí lo más sublime y sagrado en esta tragicomedia llamada vida. Eres lo que yo más cuido y admiro en este mundo aciago y putrefacto. Sí, eres tú la mágica y radiante estrella que iluminará eternamente las infinitas tinieblas de mi destino suicida. Y, cuando el glorioso tiempo de la extinción al fin haya llegado, no creeré más que solo existas en mi retorcida imaginación, sino que me aferraré a tu silueta como la más pura y honesta forma de perpetuidad que hayan podido fraguar mis absurdos delirios.

Anhelo Fulgurante


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