Sin dilación llegaron los días de la más ensangrentada desesperación
Angustia brotando de los cuerpos desgarrados por las manos del juez inflexible
Quejidos y sollozos pueden pergeñarse en las expresiones taumatúrgicas del ser
Este sí es el fin, dicen al mirar la sacrílega inmundicia del planeta enfermo
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Cuánto se hubiera podido hacer, cuántos se hubiesen sacrificado
En nombre de los altos mandos tantos a sus principios renunciaron
Solo para ejercer una fantasmal esencia del mayor enigma en el cúmulo
El oráculo se embaucó en hondos presagios para deleitar sus ruegos
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Clamaban por justicia, con qué fervor reclamaban la máxima sabiduría
Casi se arrancaban la piel para obtener una minucia del don supremo
Pero también cuán lejos se hallaban, tan mal posicionados en el cielo
Ya no eran libres ni razonables, los humanos habían desaparecido sin eco
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En su espanto, miraba el más malvado hacia la luz destructiva y diáfana
En su delirio, el simio contemplaba consternado la oscura cima de su locura
¿Qué hacer? ¿Qué elegir? ¿No era todo cuestión de solo vivir y nunca morir?
Ahora ya solo se persignaban los más entorpecidos, la vida iba a la deriva
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Las cabezas emanaban una masa asquerosa de precioso fulgor
Un hedor tan insoportable que huyeron impávidos los culpables
Loables encapuchados atravesaron a todos esos bandidos descarados
Y en sus caballos sostuvieron el canto celestial de la bestia más amada
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Era algo incomprensible que el amor no los hubiese llamado para amar
Estaba en cada uno, con igual concupiscencia se revolcaron en las laderas
En el temblor ellos gemían, en las luces palidecían los que del juicio sabían
Llegaba para acabar con tanta miseria, para perpetuar la belleza eterna
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Tantas guerras sin sentido, tanta ambición pregonada y adorada con encono
Millones muriendo y sufriendo, otros más suplicando por la añorada defunción
Y, estúpidamente, unos pocos regocijándose por poseer más billetes y oro
¿Es menester ser más explícito? ¿Puede perdonarse tal blasfemia del mono?
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Por eso sonreí, presa de malicia, sutileza y una agobiante y desquiciada risa
Cuando llegó hasta mí el sonido inconfundible y perfecto que anunciaba el fin
Había esperado tanto, tropel de eones había sido preso de esta maldita querella
Pero ya nunca más viviría, esta vez no reencarnaría, al fin todo culminaría
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Libro: Triste Insania de Amor y Muerte