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Sempiterna Desilusión 13

Desaparecer de la vida de los demás es hasta cierto punto sencillo, pero desaparecer de nuestra propia vida al punto de un renacimiento total de cuerpo, mente y alma es algo que acaso nadie ha conseguido hasta ahora más que en bellos poemas o sublimes historias. Mas resulta totalmente indispensable sumergirse en abismos de soledad y locura extremas si uno desea genuinamente conocerse a sí mismo un poco más y mejor. La mayoría, ciertamente, no está dispuesto a ello y huye cobardemente a refugiarse en la vulgar compañía ajena hasta que sus almas se emponzoñen de tanta miseria y horror carnal. A la gran mayoría, esos seres satisfechos de formar parte de los rebaños, les encanta pasar su tiempo en cualquier tontería; siempre y cuando se sientan fortalecidos gracias a la repugnante compañía de sus imbéciles semejantes.

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Pienso en cada momento en que creí sentirme feliz durante el trayecto de mi pestilente existencia y no pudo sino sentir inmensos deseos de vomitar. ¡Cuán humano he sido y cuán humano todavía soy y seré! Tal vez esta condena sea eterna o quien sabe si la muerte pueda ayudarme un poco a redimirla. Solo yo, supongo, soy el aciago culpable de cada uno de mis delirios y tristezas. Aunque mi único pecado sea el de odiar este mundo y no querer permanecer en él ni un solo segundo más… Aunque mi tortura quizá recién comience y puede que ni siquiera con el suicidio consiga la gloriosa metamorfosis de mi espíritu; tan atormentado, injuriado y humillado por esta humana experiencia en la que ya tanto tiempo he desperdiciado. ¡Dios mío! ¿En verdad algún día podré atreverme a usar la navaja o el revólver en mi propia esencia? Y, si no lo consigo, ¿no sería eso incluso mucho peor?

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La mayor lucha es interna siempre: se trata del contraste entre una dualidad del alma. Está la parte humana en nosotros que se aferra a las cosas de este mundo y todos sus placeres; por otro lado, tenemos a ese fragmento de sublime espiritualidad que nos hace querer trascender y renunciar a toda la barbarie terrenal en la que nos hemos visto envueltos hasta ahora. ¿Quién gana? Me atrevo a pensar que a lo largo de toda la historia de la humanidad ha habido acaso un máximo de dos o tres seres que han conseguido la victoria. El resto simplemente somos vencidos tarde o temprano y morimos sin haber logrado disolver nuestra repugnante esencia humana. Lo irónico y grave del asunto es que muchos, en verdad muchos, jamás se percatarán siquiera de esta lucha porque están demasiado cómodos en su infinita ignorancia y recalcitrante irrelevancia. Así es la humanidad, así de miserable e idiota. Cualquiera que espero algo de este insulso amasijo de esclavos mentales debe estar loco de remate, debe ser un ente mucho más patético de lo que pudiera pensarse.

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El aislamiento, el silencio y la soledad son únicamente el primer paso en nuestro sublime camino. Digamos que son el prólogo de una nueva historia, una mucho más elevada y trascendente de lo que ha sido hasta ahora nuestra mediocre existencia. Mantenerse en tales estados y avanzar por las cumbres de la locura y la desesperación hasta llegar a la horca desprendidos de aquel traje de carne y huesos que ocultaba y manchaba nuestra esencia es la prueba ante la cual casi todos sucumbirán. Quizá nosotros tampoco lo consigamos, quizá nosotros también terminemos revolcándonos en mentiras fulgurantes y mares de anodina irrelevancia. Al menos lo intentaremos, al menos será así cómo llevaremos a cabo la expiación de nuestra gran y tonta naturaleza. Morir en el sacrificio de cada placer, vínculo o atracción que pueda aún atarnos aquí; asesinar cada capa de adoctrinamiento en la cual todavía creamos ser parte de aquello que más detestamos: lo humano.

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No sirvo para escribir, pues siempre termino vomitando y no escribiendo. Siempre termino llorando, padeciendo, sufriendo, destruyéndome… Siempre termino escribiendo algo que creo ni siquiera era lo que quería escribir al comienzo, pero que no puedo evitar sentir desde lo más profundo de mi corazón. A lo más sería un poeta fracasado o un melancólico con ideas extravagantes e insomnio. No soy un buen escritor, porque los buenos escritores, según dicen, escriben usando la razón, la mente y la lógica. Yo soy simplemente un vomitador, porque los vomitadores, especialmente los peores, escriben tan solo lo que brota de su trágica alma en plena desesperación. Y la más inaudita de todas las sentencias es solo aquella que siempre nos deja al límite, al borde del colapso y con la navaja en las venas. Así es como deberíamos escribir siempre, como condenados a muerte que, en cualquier momento, serán arrastrados a la horca y fulminados en un santiamén. Hoy en día, por desgracia, se escribe solo por dinero; se escribe por fama, por números, por vistas… Se escribe por todo, menos por lo más esencial: para no quitarse la vida en ese preciso instante.

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Sempiterna Desilusión


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