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El Color de la Nada 41

Definitivamente me parecía imposible adoptar como forma de vida aquellas banales y espantosas doctrinas que predicaban el amor y la compasión al prójimo como móviles de la máxima evolución. ¿Cómo podría amarse a algo tan repelente y vomitivo como el ser humano y su pestilente sociedad? Además, siempre me pasaba que, entre más intentaba amar a mis semejantes, más deseos de odiarlos y masacrarlos experimentaba en mi contrito interior. ¡Y es que su estupidez, irrelevancia y ruindad parecían no conocer fronteras! Todo lo que ellos eran me producía infinitas náuseas, repugnancia bestial y contradictoria melancolía. Si tan solo nunca hubiese existido algo como lo humano, quizás entonces se podría hablar de belleza y felicidad. ¡Qué horribles eran aquellas patéticas doctrinas que buscaban a toda costa perpetuar esta irrefrenable miseria! Sin duda alguna, eran parte de la odiosa pseudorealidad que yo tanto rechazaba y detestaba. Nunca pude comprender, así pues, como tantos idiotas podían ser partícipes de estas aberrantes prácticas y cuentos imbéciles. Supongo que así es el ser humano: un adicto a la mentira, en especial a la mentira divina.

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Quizá nuestro constante y delirante anhelo por el suicidio es solo el agónico grito que emite nuestra lacerada alma para suplicarnos de una vez por todas que le brindemos eso que jamás hemos conocido desde nuestra horrible aparición en esta quimérica y sórdida pseudorealidad: libertad. Pero la verdad es que la libertad y la locura están más entrelazadas de lo que podríamos llegar a creer; acaso tanto como el bien y el mal o como dios y el diablo… ¿Qué nos hace barruntar que seres tan inferiores como nosotros podríamos alguna vez llegar a comprender metáforas cósmicas y arrebatos sublimes? Todo lo que poseemos es un aberrante deseo sexual, una impertinente sed de poder y dinero, y, sobre todo, una terquedad inenarrable para siempre asumir que la razón está en nuestros dominios. Así no llegaremos muy lejos, así solo contribuiremos a hundirnos más y más en esta vorágine infernal de insensata desesperación. Deberíamos entonces matarnos, porque quizá solo ese sea nuestro triste destino: la muerte, la nada, el olvido eterno…

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Quien esté a gusto siendo lo que es (humano) y viviendo en el mundo actual (humano), sin duda puede estar contento de haber alcanzado la mayor realización en cuanto a estupidez e intrascendencia se refiere. Cualquiera que sonría y se alegre de estar en esta vomitiva dimensión de sufrimiento eterno y abyección inaudita, debería ser crucificado en este preciso instante. Las miserias del mundo no pueden silenciarse con un sermón en un templo o con la banal lectura de algunos versículos arcaicos. El mundo de hoy necesita, más que nunca quizá, de verdaderos artistas que devuelvan a los corazones esa magia que la pseudorealidad tanto se ha encargado de opacar y esfumar. Pero sigue ahí, estoy casi seguro de que así es… Aunque casi todo en el ser sea horrible y nauseabundo, existe una mínima parte en él que aún puede salvarlo de las sombras y el vacío. Para ello, para volver a creer en nosotros mismos, es esencial hacer un corto circuito en nuestras contaminadas mentes y elegir el amor propio como el principio guiador y vivificador de cada uno de nuestros actos, pensamientos y reflexiones. La ironía está en que la vida misma, gran parte del tiempo y como está diseñado este sistema funesto, oprimirá nuestros sentidos y silenciará nuestra voz interna… ¡Ay, esa voz que, de existir algo parecido a un Dios, para mí sería su única intervención y guía!

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Cualquiera que sea nuestro nivel de apego a una cosa, persona, lugar o momento, se convertirá en uno de nuestros mayores enemigos internos (ya por cierto muchos) que nos mantendrán atados a esta pavorosa pseudorealidad y que impedirán, de ser posible, cualquier clase de evolución personal. Ya ni se diga evolución en conjunto, porque a como van los tiempos actuales, resulta obvio que en numerosos aspectos la humanidad ha retrocedido no uno, sino muchísimos escalones en su nivel físico, mental, emocional, espiritual y artístico. Actualmente, la vacuidad y el sinsentido son los reyes que gobiernan los cotidianos pantanos de agonía en los cuales se remojan nuestras acabadas mentes, destartalados corazones e inmundas almas. La recalcitrante oscuridad que se ha cernido no conoce precedente alguno y en verdad vaticino que nunca podremos ya recuperarnos de esto. Sobre todo, porque ya a nadie le interesa en modo alguno un cambio o progreso que no tenga que ver con el dinero, el efímero poder o el insulso placer sexual. Todo se ha prostituido y vulgarizado hasta límites insospechados: el arte, la literatura, la poesía, la filosofía, las ciencias, la música, el espíritu… No quedan sino cenizas por arrojar a la basura; meras formas carnales que habrán de extinguirse sin la más mínima relevancia.

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¡Qué lamentable es la existencia del ser que debe pasarse toda su vida inventándose un disparate tras otro con tal de simular un inexistente propósito para todo lo que es, dice y hace! Lamentablemente y de una manera sumamente realista, tal es la nefanda condición de la mayor parte de los monos parlantes que por error habitan este triste plano de miseria eviterna y caos infinito. Sus disparates nunca dejan de asombrarme, tanto por lo variado como por lo estúpido. Se han inventado todo tipo de deidades invisibles a las cuales rendir culto y ante las cuales puedan humillarse de manera excelsa; han diseñado, asimismo, todo tipo de mecanismos para hacer de la vida una miseria incomparable. La humanidad lo tenía todo para ser grandiosa, sublime y hasta divina; no obstante, ha elegido el camino opuesto y su aniquilación absoluta resulta más que menester. No tiene ningún caso permitir la ominosa reproducción y el superfluo andar de seres tales; dominados en su totalidad por su ego, avaricia y necedad. Esta nauseabunda creación ha fracasado, el experimento debe ser detenido y cancelado cuanto antes. ¡Y que impere solo entonces el color de la nada! ¡Que se escuche por doquier el réquiem del vacío! ¡Que vuelvan a unificarse la vida y la muerte con la catarsis de destrucción! ¡Y que sea el encanto suicida nuestro mejor y único aliado en nuestro inaplazable descenso hacia el silencio perfecto del abismo perenne!

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El Color de la Nada


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