Capítulo VIII (EIGS)

¡Qué ojos tan majestuosos! Sin duda, comenzaba a creer que estaba alucinando, pero esta vez esperaba que no fuera así. Seguía absorto con su mirada, con ese brillo que refulgía más que cualquier estrella, y que parecía como si una supernova hubiera llegado a su clímax en sus pupilas. Ese rostro que ya jamás podría olvidar, esos cabellos que parecían ser el llanto del sol, ese carmín que su mirada desprendía y, sobre todo, esa sonrisa capaz de hacer que cualquiera se arrodillase ante ella. Era alguien fuera de este mundo, y el que usara lentes le daba un toque de intelectualidad tremendo. Jamás creí llegar a ensalzar así la belleza de una mujer, pero ella no era humana, lo supe desde que sus vibraciones lograron alterar las mías. ¡Cuánto deseaba contemplarla y qué familiaridad me sentía cuando me hablaba!

–Oye ¿estás bien? –preguntó un tanto desconcertada–. Parece que no me estás prestando atención.

–Desde luego que sí, es solo que… –me arrepentí y me bloqueé.

–¿Es solo que…? ¿Acaso pasó alguna mujer guapa? –inquirió un tanto airada.

–No, no es así. ¿Por qué preguntas eso?

–Porque así son los hombres: un día te quieren y al otro te arrojan como basura.

Entonces sonrió y nuevamente me sentí invadido en lo más profundo de mi ser. No entendía qué demonios era esta nueva y relampagueante sensación que no lograba apresar por más que lo intentaba. Tampoco entendía cómo no me había percatado antes, en la iglesia, de la tierna belleza de Isis. Pero hasta ahora solo había enfocado mi atención en lo banal. Lo malo era que, entre más intentaba encontrar una explicación a lo que en ella no podía ver, pero sí sentir, menos lo entendía. Solo sabía que todo en mí se había precipitado a un ritmo vertiginoso, pues lo que experimentaba superaba por mucho a lo poco que entendía y que podría expresar. Lo único que me detenía era saber si a ella le pasaba algo similar, pero seguramente no.

–Solo te estaba probando –afirmó mientras hacía otra vez esas muecas que tanto me fascinaban–. Pareces un sujeto raro, eso ha hecho que te siguiera hasta aquí. Fue llamativa la forma en que te opusiste al sacerdote, nunca pensé que alguien lo haría. Parecías muy tranquilo cuando escuchabas la misa y luego te trastornaste.

Mis ojos brillaron y me percaté de que me había estado observando. Algo tiró de mí con mayor fuerza y me sentí indefenso ante el mundo, el único refugio al que ahora aspiraba era ella: Isis. Pero era una estupidez, apenas la conocía y quién sabe si volvería a verla de nuevo.

–¡Oh, claro! Entonces ¿pasé la prueba? –pregunté con cierta torpeza.

–Yo diría que sí. Quería ver qué respondías solamente. Mi padre es muy amigo del sacerdote, es un pastor muy reconocido en toda la región. Él quiere que yo estudie teología después de terminar la universidad.

–¡Oh, vaya! Entonces ¿asistes a la universidad? –inquirí tratando de obtener algunos datos sobre ella.

–Sí, desde luego. Si quieres, podemos sentarnos aquí y comer un helado –indicó mientras me jalaba ligeramente hacia una banca.

Yo sentí que me desmayaba cuando ella me tocó. Sus manos eran sumamente preciosas, incluso me parecía que era una diosa quien me había rozado. El resto de la conversación se centró en aspectos banales, pero yo estaba encantado de escucharla. Creo nunca le había puesto tanta atención a una persona. Adoraba sus muecas y sus hoyuelos, además de sus dientes y sus labios tan rosados. No sabía cómo, pero quería besarla y fundirme con ella de una manera más allá de la carne. Sus ojos soltaban destellos en los cuales regocijaba todo mi ser, atascándome de esos cromatismos y melifluos excesivamente lozanos que parecían emerger de cada palabra y cada expresión que hacía. Sencillamente estaba maravillado, y, en cuestión de poco tiempo, me había embotado por completo. Sí, me hallaba tan distinto de mí, del que era hace unas horas. A veces me pregunto: ¿qué hubiera sido de mí ahora si la hubiese dejado ir en aquellos instantes? ¿No era ella también solo un reflejo de mi alma?

Ambos contamos cosas, como decía, banales. Me enteré de muchos detalles de su vida. Estudiaba arquitectura en una universidad considerada de las mejores del país, le gustaba tremendamente lo que hacía y quería dedicarse a ello el resto de su vida, solo que su padre la molestaba para que estudiase teología. Carecía de madre, puesto que había fallecido cuando ella era aún muy pequeña. Le gustaba divertirse, ir a fiestas y beber de vez en cuando. En cuanto a sus intereses, le fascinaban los monos y el color azul. Ocasionalmente leía algún libro, pero no pasaban de novelas románticas. En realidad, su mundo se había visto envuelto por estudios, fiestas, cosas de chicas y un padre que intentaba imponerle una religión. Me confesó su único gran sueño: llegar a ser pintora de obras jamás antes vistas.

Como si de un recuerdo que surgiera de repente destrozándolo todo se tratase, a mi mente llegó la imagen de Elizabeth, la genial artista. Con todo lo que apreciaba en Isis ya me había olvidado por completo de ella, o quizá no. Me parecía que compartían cierta familiaridad en cuanto a lo que en mí provocaban y la forma tan rara en que habían llegado a mi vida. También noté que los ojos de Isis eran tan similares a los de Elizabeth, ya que ambos expulsaban un fuego demencial, una pasión inhumana. Aquella mirada era capaz de pulverizar cualquier cosa, tan intenso era su fulgor como el tono rojo de la sangre misma. Yo, por mi parte, le conté lo que estudiaba y cómo era mi vida. No me pareció pertinente mencionarle acerca de mi extraña condición, pero tal vez en un futuro sería imprescindible que lo supiera.

–Bien, ha sido un gusto conocerte –afirmó sonriendo con esos hoyuelos tan peculiares y esos ojos tan devoradores de almas.

–Al contrario, el gusto es mío –repliqué por cortesía, aunque me hallaba anonadado ante su belleza más que física–. ¿Será posible que volvamos a vernos?

–Desde luego que sí. Si quieres podemos vernos mañana por la tarde, aquí mismo. Así no tienes que acercarte tanto a la iglesia –exclamó entre risas.

–Me parece excelente. Entonces ¿vives por aquí?

–Por desgracia no, solo estoy de visita y me quedaré todas las vacaciones. Cuando comiencen de nuevo mis clases me regresaré.

–¿Te irás muy lejos?

–¿Por qué tanto interés en eso? –inquirió cortándome los ánimos.

–Nada, olvídalo. Es solo que mi curiosidad a veces es muy imponente.

–Eso es evidente –dijo mientras sonreía ampliamente–. Pero te diré que vivo a dos horas de la ciudad.

–No es tan lejos, podríamos seguir viéndonos.

Me miró un tanto sorprendida por tan precipitada propuesta, pero no la rechazó. Yo me sentí ligeramente nervioso por haber lanzado tan pronto tal proposición. Le di la mano y ella se despidió con un beso en la mejilla, que sentí como ningún otro. Casi me desmayaba al sentir esos labios rosados tan cerca de los míos. Había en ella algo mágico e inusual. En cuestión de horas se había convertido en todo, pasó de ser una vil extraña a ser mi centro de atención. En ese corto periodo había modificado mi percepción y mis ideas ya no me parecían relevantes. De cualquier modo, yo debía atraerle, pues era ella quien me había seguido. Quizá todo era una cadena de coincidencias, un estado de caos sin sentido y en progresivo aumento, o acaso era mi destino que así sucediera, que conociera a Isis y cayera rendido ante la magia que escondía. No lo sabía, pero de regreso a casa solo ella ocupó mis pensamientos, e incluso olvidé lo mucho que detestaba aquel calabozo. Todo cuanto me atormentaba, el ruido y la decepción principalmente, estaban ahora matizados con las memorias de aquella misteriosa mujer en cuyos ojos ardía un fuego idílico.

Al día siguiente vi a Isis, y así continuamos toda la semana. De suerte que mis vacaciones recién habían comenzado y, aunque tenía pensado trabajar e irme de aquel lugar tan execrable, la llegada de esa mujer cambió mi vida por completo. Sentía como si una energía vivificadora recorriera todo mi cuerpo, y ni hablar de mi cabeza que estaba cargada de sensaciones placenteras en extremo. Era como si una colisión de matices se produjera en mi mente y de ella emergieran millones de sentimientos como jamás los había sentido. Incluso me deshice de aquellas amigas virtuales con las que sostenía conversaciones eróticas. Recuerdo que a mis contados amigos les hablé de Isis, en todo momento su silueta se impulsaba como una deidad sobre cualquier otro pensamiento. Las pesadillas también cesaron, ya no sentía tantos deseos de masturbarme y hasta comencé a escribir poemas.

Mi vida había cambiado, me sentía siempre en constante incertidumbre y algo palpitaba en mi interior sin darme oportunidad de defenderme. ¿En qué clase de situación me hallaba que incluso había olvidado a Elizabeth y todo lo relacionado con ella? Y, aunque en mi interior continuaba su imagen plasmada, sentía que ya no importaba. Todas las teorías e ideas que hasta entonces se habían gestado en mi cerebro contra el mundo y la humanidad se alejaron. Solo Isis, con su acendrada luminiscencia, iluminaba mi camino. Por mí que el mundo se fuera al demonio, que colgaran a todos los pobres y que mataran a todos los ladrones. No tenía ya tiempo para reflexionar sobre lo que hasta hace unas semanas había ganado tanto terreno en mi conciencia. Parecía como si renunciase a un despertar que parecía inminente, como si volviera a dormir en mí la bestia que se proponía destrozar toda concepción.

Entonces llegó el día en que me animé a dar el gran paso. Isis, ciertamente, lucía igual o hasta más animada conmigo. Al parecer todo lo que yo era le encantaba, lo cual me animó a hacerle una invitación para ir a la feria. Pasaríamos primero a comer algo y luego al cine, finalmente nos recostaríamos en cualquier sitio. No quería admitirlo; de hecho, quizá jamás lo hice, pero estaba cayendo en un precipicio sin oponer la menor resistencia. Me estaba hundiendo cada vez más en la dulzura de su boca, la cual ansiaba degustar, y en ese fuego que consumía de forma inexorable todos mis problemas. Los días previos a nuestro encuentro fueron muy agónicos, pues realmente creía que ella sentía lo mismo que yo. Pero no me quedaba sino esperar y averiguarlo cara a cara.

El momento llegó, y, curiosamente, desperté con un sabor amargo en la boca, producto de una pesadilla en la cual me aventaba desde lo alto de un edificio, ¡qué locura! No podía estar triste hoy, pues era el día en que confesaría a Isis todo lo que por ella sentía. Pensaba que, si Isis me rechazaba, me mataría ahí mismo, pero no era posible. Algo me decía que Isis también quería besarme, podía leerlo en su mirada fulgurante. Cuando llegué aún no estaba Isis, quizá se le había hecho tarde. Decidí sentarme a esperar y repasar los poemas que le había escrito, los cuáles para nada pensaba que fuesen buenos, pero al menos denotarían una forma sincera de expresarle mis sentimientos. Al fin pude distinguir su inigualable sonrisa, sus ojos y sus hoyuelos. Venía corriendo hacia donde yo estaba. ¡Lucía magníficamente hermosa, casi como una diosa o algo superior!

–Te ruego me disculpes –mencionó bastante agitada–. En verdad que venía con buen tiempo, pero el transporte estaba muy lento.

–No te preocupes, está bien. Lo único que quería era verte…

No me dejó terminar la frase, pues me abrazó fuertemente. Sentí que desfallecía y todas esas sensaciones desconcertantes se intensificaron a tal punto que hasta pensé en besarla y algo más.

–¡Yo sí que tenía muchas ganas de verte! –dijo sonriendo con esos hoyuelos afrodisiacos, luciendo sus labios tan remarcados de rojo y que contrastaban perfectamente con su tono de piel.

–Se ven bien tus labios, no los había visto así –exclamé como hipnotizado con su presencia.

–¿De verdad? Supongo que había olvidado pintármelos la semana pasada –respondió intentando disimular que se había sonrojado bastante.

Nos miramos y algo cuadró, así lo diría yo, en nuestro encuentro. Sabía que no podía estar en ningún otro lugar, que esta vez el destino había sido vencido. Afortunadamente, recuperé la poca racionalidad que me quedaba y pensé en lo estúpido que era por ilusionarme de ese modo.

–Y bien, ¿a dónde quieres ir primero? ¿Te parece bien seguir la ruta que habíamos acordado?

–Lo que tú decidas está bien para mí –repliqué como ido.

Ella dijo que sería bueno seguir el plan como lo acordamos y así lo hicimos. Durante los primeros minutos en que caminamos uno al lado del otro noté que ella estaba igual de nerviosa que yo. Me encantó su vestimenta: usaba una blusa negra con corazones blancos y unos pantalones anaranjados con triángulos azules y amarillos.

–¿Cómo te ha ido en esta semana? ¿Cuándo vuelves a la escuela? –pregunté.

–He estado estudiando algunas cosas, pero me fastidio rápido. También he visto películas, he dormido mucho y he estado siendo más constante en el gimnasio.

–¡Qué bueno! Te aseguro que pronto verás resultados –dije tratando de alentarla.

–Muchas gracias, eres muy lindo –contestó sonrojada y palpando mi hombro.

Estaba a punto de besarla y de decirle cuántas cosas sentía por ella, pero me contuve. Tenía que esperar un poco más antes de hacerlo, pues, de alguna forma, seguía dudando de si ella querría aceptarme como novio. Ambos nos mirábamos como dos tontos provenientes de alguna sociedad donde todo es fantástico: reíamos, gritábamos y hasta nos coqueteábamos sin saber lo desgarrador que era el amor en realidad. El mundo a nuestro alrededor no tenía mayor importancia, nos daba igual lo que pensaran sobre nuestro desastre, y yo sentía como si pudiera desaparecer todo lo que me atormentaba mi interior. Sin embargo, a un costado de la plaza donde comenzaríamos nuestro recorrido, notamos una gran aglomeración de personas. Nos acercamos y nos limitamos a vagabundear hasta que observamos una especie de galería. Se trataba de una exhibición de arte, pero de uno muy raro. Cuando vi el nombre de la artista, quedé impávido. En letras muy llamativas y coronando su retrato estaba escrito: Elizabeth Tiksmatter.

–¿Qué tienes? Te noto un tanto extraño –preguntó Isis, quien parecía muy interesada en entrar a la galería.

–Nada, solo estaba pensando en que hace mucho tiempo no me sentía así de bien, es sencillamente maravilloso –dije ocultando la verdad de la situación.

–Muchas gracias, me halagas –se apresuró a responder–. Yo disfruto estar contigo, eres especial.

–¿Especial? ¿Por qué lo dices? No lo creo.

–Para mí sí, eres la persona más especial en mi vida. Desde ese día en la iglesia pude notar en ti algo. Y, extrañamente, algo en mi cabeza me indicó que debía seguirte, no sabría cómo explicarlo. Quizá pienses que estoy loca, solo que así fue. Pensé en ignorar esa voz, pero luego me decidí y te conocí.

–Eso no me lo esperaba, pero qué bueno que decidiste hacer lo que aquella incierta voz te indicaba. Sabes, yo también suelo escuchar voces indicándome hacer cosas, es extraño.

–Sí, me siento feliz por haberte conocido. ¿Por qué extraño? –preguntó en tono sorpresivo, luego se distrajo–. No entiendo qué estamos esperando, entremos a la galería, quiero ver qué cosas pinta esa mujer tan intrigante.

–Seguro. Yo también estoy interesado en ello. Creo que será mejor si comenzamos por allá –dije señalando las pinturas donde había menos gente.

En verdad toda la galería era una auténtica locura salida de otro mundo. De hecho, tanto Isis como yo permanecimos en silencio la mayor parte del tiempo, maravillados por las pinturas sumamente indescriptibles. Elizabeth debía tener motivos muy especiales para pintar aquellas cosas, y, de modo incierto, su vida me pareció familiar. Experimentaba esa misma sensación que al aventarme en aquel sueño lúgubre cuyo sentido rimaba macabramente con mi vida. Comenzaba a enfermarme esa familiaridad que de ninguna forma podría ser cierta, aunque me parecía que ambos sucesos estaban conectados con mi existencia de una forma mucho más profunda de lo que creía. Me aterraba pensar que aquellos mensajes fueran la señal de algún fatal destino, más ahora que finalmente lograba sentirme feliz con alguien.

Me resultaba tan raro atisbar los lienzos de Elizabeth. Todos eran geniales, y, sin embargo, la exhibición era gratuita. Lo que me agradó más fue que Isis me había tomado de la mano para recorrerla, el roce de su mano fina y suave era idílico. Y, a pesar de tan fenomenal emoción, no podía obviar que las pinturas me impresionaban profundamente. Parecían estar hechas con pasión, con una invencible voluntad de expresar sentimientos ocultos. De cada una emanaba un halo que penetraba en mi interior y desfragmentaba mi alma. Aquellos lienzos eran muy distintos a las pinturas convencionales, tenían algo raro y onírico, sublime y místico, divino y demoniaco. En mi contemplación tan humana no concebía que existiese alguien en el mundo con la capacidad de plasmar tales cosas.

Entre las pinturas que más me gustaron se hallaba la de unas ranas multicolores que denotaban una tristeza inmensa. Las posiciones en que se ubicaban, la negrura de sus ojos, los fondos tan bien construidos y la combinación de matices… Todo era ideal y a la vez sepulcral. Estaba también una calavera gigantesca con matices tan bien mezclados que era imposible separarlos con la vista, y que parecía perseguir al mundo con la intención de devorarlo. También estaban dos auras, diseñadas como la forma de cuerpos humanos. Uno era un hombre azul y la otra una mujer roja. El primero sostenía a esta última en sus brazos y parecía que ambos terminarían por fundirse en uno solo, pero el resultado era incierto. Otra pintura mostraba a una criatura con intestinos como cerebro y con tres ojos en la cara. Parecía salida de un reino mucho más allá de lo terrenal, y, al parecer, denotaba la venganza de la naturaleza hacia el humano. Estaba también una cabeza de un tono que no pude identificar, pero expulsaba bolas muy extrañas que se estrellaban contra las galaxias, como si fuese una clase de apocalipsis. Había una extraña criatura con garras en pies y manos, con una máscara azul ensangrentada, un aguijón como de escorpión y con alas; destacaba mucho por el matiz oscuro en donde parecía existir. Estaba una lechuza cuyo interior almacenaba el universo en completo caos, y cuyos ojos expresaban un sufrimiento infinito. Luego, había un ser de aspecto tan desconcertante que el simple hecho de observarlo generaba angustia y a la vez placer. Su piel era verde, pero tenía diversas marcas y de apariencia muy antigua. Sus ojos eran rojos y muy llamativos, como si contuviese la esencia de todo lo que era y sería. Finalmente, había una pintura algo apartada de las demás que atrajo mi atención.

–¿Qué te parece si observamos aquella pintura? –mencioné consternado.

–¿Cuál? Pensé que ya habíamos observado todas –respondió Isis dulcemente.

Mi corazón palpitó. Me planté frente a ella y la miré, clavé mi vista en el fuego inmarcesible de su mirada, ese que también observaba en la de Elizabeth. A nada estaba de besarla, pero me hizo a un lado porque una señora iba a pasar.

–Entonces ¿vamos a verla o ya deseas que nos vayamos? –inquirí un tanto molesto por haber perdido la oportunidad.

–¡Vamos! Me han gustado mucho las pinturas de esta artista, es tan rara.

Sin embargo, hubiera deseado no haber sugerido ver aquella pintura, pues fue muy traumático el suceso. De hecho, había una advertencia y también una breve reseña sobre su autora que versaba así:

¡Precaución: observar esta pintura puede ocasionar graves problemas mentales!

Este lienzo tan maravilloso fue pintado por la eminente artista Elizabeth Tiksmatter en una de sus más insólitas revelaciones, las cuáles recibía por parte de seres inmateriales que ella llamaba los elementales. Según la pintora, en uno de sus más desconcertantes viajes astrales recibió la iluminación para vislumbrar este lienzo, y luego tuvo la perspicacia para plasmarlo utilizando medios terrenales. Cabe destacar que dicha visión fue propiciada por una mezcla entre peyote y ayahuasca, que la artista tuvo oportunidad de consumir mientras visitaba una antigua región de aborígenes que se ocultaban entre las montañas del sur de América. Sin embargo, se dice que, a partir de ese momento, ella ha enloquecido y ha comenzado a malgastar su fortuna, la cual había heredado de sus misteriosos abuelos. Desde luego, todo son simples rumores, aunque nadie sabe por ahora el paradero de la talentosa pintora. A pesar de esto, se recomienda discreción y voluntad fuerte para apreciar en toda su profundidad la siguiente pintura.

–Vaya que debe estar sufriendo esta mujer –dijo Isis un tanto triste y sorprendida.

–Sí, así parece. Pero en verdad me gustaría ver ese lienzo.

–Creo que yo paso esta vez –replicó temerosa–. Este tipo de cosas no son lo mío, pero tú ve, yo te espero.

–No, creo que también paso. No quiero hacer algo si no es contigo –exclamé dejándome llevar por el momento.

Todo era extraño, me parecía estar experimentando una realidad alterna que colapsaría muy pronto. Sí, era casi como estar divagando absurdamente dentro de un sueño maravilloso que, sin previo aviso, culminaría y me dejaría en la nada. Sentía una felicidad que no había sentido desde hace mucho, pero tenía tanto miedo porque algo en mí sabía que terminaría muy pronto, que aquello no podía durar, que no podía ser cierto en mi trastornada percepción del mundo. Todo lo que yo era estaba condenado a la miseria, la desolación y la tristeza, e Isis, aunque simbolizaba por ahora una escueta luz, no se quedaría ni podría salvarme de mi propia destrucción. Mi destino, presentía, ya había sido determinado y estaba fuertemente ligado a la tragedia, pero se me permitía regocijarme con ilusiones vanas de algo que no perduraría ni sería real en la dimensión donde habitaba por error. Y ¡cómo disfrutaba esta efímera felicidad que sabía no me pertenecía en realidad!

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Libro: El Inefable Grito del Suicidio


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