El mayor pecado que comete el humano es reproducirse, prolongar las putrefactas semillas de una especie tan carente de sentido y tan limitada en todo aspecto. Si dios realmente existe, o el diablo, sea de cualquier religión inútil, le pido un solo milagro: retirar a la humanidad el estúpido acto de tener hijos.
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No conozco anhelo más puro, sensato y hermoso que el de querer suicidarse; ese debe ser el himno de la sublimidad, el sendero por el cual caminan los verdaderos espíritus. Cualquier otro anhelo está impregnado de asquerosa mundanidad y pertenece, obviamente, al resto del mundo, al rebaño que existe miserablemente y ensucia la voluntad del suicida divino.
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Querer matarse no es ninguna locura; de hecho, es lo más razonable cuando se comprende la inutilidad y la ridiculez que significa existir en este mundo impío, cuando se discierne lo patético y banal de pertenecer a la raza humana con su ostentosa carencia de sentido.
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Hoy la indiferencia llegó al límite, absorbió incluso lo más íntimo de mi espíritu. Al regresar a mi triste y sucia habitación tuve de pronto la sensación de querer llorar y gritar, de sentirme libre por primera vez en mi vida, de ser yo mismo en el ocaso de mi existencia, de matarme.
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Entendí que había llegado el momento, así que pensé en todo lo que me había hecho humanamente feliz y sonreí, atravesé la puerta y me dirigí como un loco hacia mi destino, el único que ahora podía pertenecerme, la única libertad de la cual nadie podía privarme: la decisión de ahogarme en el manantial del suicidio.
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Libro: Encanto Suicida
