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Obsesión Homicida 56

Que se desvanezca todo el mundo en medio de sombras y diablos traviesos, que se corrompa exquisitamente la existencia y que las virtudes sean asesinadas… Y que yo me desvanezca entre los sombríos delirios de mi mente y el inútil revoloteo de mi lacerada alma, partiendo hacia el desierto helado de los suicidas sublimes; convergiendo hacia una eternidad un poco más cierta y menos humana donde pueda soñar eternamente con la muerte sin tener que retornar en algún punto a la vida.

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El florecimiento del amor surge de la nada, como un relámpago infernal, embotando nuestra ya de por sí frágil y torpe consciencia. Y, sin embargo, es curioso tal sentimiento, pues pareciera ser lo único que no tiene un origen y sí un fin. Quizás el amor no exista, pero lo que sí existe es el abismo de locura, desesperación e incertidumbre en el que nos sumerge experimentarlo plenamente en cada átomo de nuestro ser. Ante esto, ¿qué se puede hacer sino desfallecer y añorar, ciertamente, no volverse a enamorar de nadie más jamás?

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El mayor engaño del ser consiste en creer que la existencia tiene algún propósito cuando no sabemos ni siquiera el principio de esta. Todo parte de la irracionalidad, de la duda, del caos… Únicamente el ser, en su infinita y pretensiosa necedad, le adjudica a la creación un preámbulo racional o divino; no obstante, la existencia misma nos comprueba, una y otra vez, que nuestros humanos desvaríos no son sino piedras que patea con ironía y cierto desagrado.

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La belleza en el cuerpo, pesa a su superficialidad, también envuelve a la mente y subyuga al espíritu. El ser nunca podrá apreciar algo más allá de lo corporal, aunque así se pregone en casos excepcionales. Casi siempre, habrá algún elemento oculto o se esperará algo a cambio; condición natural en el ser. Los sentimientos nunca serán suficientes en cuanto a atracción se refiere, y el corazón termina por sucumbir ante los designios de la carne y el encanto del reflejo. La estética vence siempre, el ser no es más que su esclavo predilecto.

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Incluso en el absurdo de mi existencia he encontrado una reconfortante elegancia que nada en este mundo podría comprar ni igualar. Quizá mi existencia sea solo una insignificancia más, pero al menos parece lo más real que se pueda sostener. De ahí que, fuera de mis propios asuntos y persona, cualquier otra cosa me importa menos que los insectos que piso indiferentemente todos los días. El solipsismo absoluto es, asimismo, la clave para la paz mental y el bienestar más asequible del alma.

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Tan triste y nefanda es la existencia de una raza tan insustancial como la nuestra que, día con día, encuentro una razón más para no seguir en ella. Inclusive si se partiera desde el principio que algo de todo esto tiene algún fin, ni siquiera así lograrían convencerme de que ha valido la pena todo el sufrimiento, agonía y desesperación que aquí he experimentado y que nunca lograré olvidar sino hasta mi gloriosa muerte.

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Obsesión Homicida


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