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La Execrable Esencia Humana 59

Ha llegado finalmente ese cruento y cósmico instante en que todo ha perdido su sabor: las flores se han marchitado, el sol se ha oscurecido, las montañas se han empequeñecido, los pájaros han callado, los planetas se han detenido, el universo ha colapsado; pero mi alma al fin es terriblemente libre… Y esta vez se trata de una hermosa libertad tal que incluso podría parecer una completa locura, pues no tiene origen ni fin y más bien se asemeja a un cántico proveniente del infierno proferido por ángeles de extraña naturaleza. No debería tener miedo, sino solo dejarme arrastrar por el celestial flujo de su perfecta sintonía y no cuestionar más; no saber ya a dónde voy ni de dónde he partido… En todo caso, si pudiera definir lo que ahora experimento, solo una palabra saldría de mi boca: indefinido. Y puede que así haya sido desde siempre lo que mi corazón moribundo tanto me susurraba dentro de la cueva abyecta, aunque fui tan sordo para no escuchar plenamente y tan ciego para no mirar dentro de mi propio sufrimiento. ¿Qué más encontré sino luces alucinantes y ecos de angustia despedazando mi cordura? El infinito es siempre demasiado irreal para intentar encapsularlo en un poema de muerte y despedida, en un llanto proveniente de las estrellas suicidándose. Así es como todo se hunde con misterioso placer en el boscoso silencio donde la sangre no deja de derramarse y ni una sola gota de tus lágrimas podría hacerme volver a aquel momento en el cual nuestro encuentro cambió por completo mi destino. Siempre quise luchar contra él, cuando debería más bien haberlo aceptado y haberme cortado las venas en un acto de perfección inmaculada. ¿Dónde está mi autocontrol? ¿Dónde están tus caricias infestadas de dolor? ¿En dónde habrá de refugiarse ahora mi alma mortalmente solitaria si no es entre tus alas inmortales? Soy un mártir desde que te marchaste, pero ahora la navaja me indica un nuevo sendero que no debo ya posponer… ¡Ay! Esta noche etérea finalmente todo habrá terminado, ¿no? ¡Asesinaré con la voluntad de un Dios todos los recuerdos tuyos que parecen haberse tatuado en lo más profundo de mi frágil y triste silueta! Adiós, mi eterno e imposible amor… Pese a todo, sé que tu místico rostro será lo último que yo vislumbré antes de dejar atrás mi forma humana y fundirme con la vorágine que contradice toda razón.

*

Hay momentos inciertos en los cuales estoy aterrado de mi mente; son amargos y sutiles momentos de oscuridad, esquizofrenia y soledad. Me consumen, muerden y espantan; no obstante, paradójicamente, solazan este extraño sentimiento cada vez que imagino no ser yo mismo. Y es que cada vez me pierdo más, cada vez me hundo más en mi propia miseria y resuenan en mi cabeza todas las equivocaciones cometidas. También están todos los errores, todos esos estúpidos errores que jamás me dejaron en paz. Siempre fui yo mi peor enemigo, ese desgarrado monstruo que se encargó de devorarme lentamente. Mi rostro no lo reconozco más y quizá por eso prefiero refugiarme tontamente en mi cabeza trastornada. ¿De qué sirve ahora imaginar un mañana distinto donde la felicidad y la dicha puedan no ser tan efímeras e ilusorias? La realidad es un delirio divino del cual buscamos desesperadamente escapar y, al no conseguirlo, nos resta únicamente entretenernos con insulsas y patéticas entidades. Todo lo que hacemos es evadir nuestra única salvación: la muerte. ¿Por qué? ¿No es ella nuestro hermoso e irrefrenable destino? Hemos sido humillados con el castigo aciago de la vida, pero al menos podemos todavía saborear el divino elíxir del suicidio… Y eso, a mi parecer, es lo único que nos podría hacer sentir como dioses metamorfoseados en formas inexplicables. Todo lo demás son cuentos y quimeras diseñados para entretener a las innumerables marionetas que contaminan este plano y de las cuales no puedo sino asquearme cada día más. Sobre todo, de mí mismo estoy harto; tanto que ya no puedo mirarme en el espejo siniestro sin sentir náuseas y experimentar una repugnancia infame. A cada paso un nuevo error; un nuevo amanecer que significa el sórdido recuerdo de mi tragedia existencial. ¡Aún no he muerto! ¿No es esa razón más que suficiente para deprimirme hasta la demencia y pudrirme en mi amargura bestial? Solo tú podías entenderme, supongo; ¡quiero creer que sí! Éramos demasiado débiles e inexpertos; dos patéticos peones quienes soñaron con amarse más allá de lo humano. ¡Ay! No cabe duda de que nos hicimos un daño irreparable, de que nuestro llanto no es más que un símbolo de nuestra miseria eterna.

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Me dio gusto haberte conocido, al menos eso puedo llevarme al otro lado del umbral: tu sempiterno recuerdo y la inefable sensación de una dulce fragancia que tus labios impregnaron en mi alma la primera y la última vez que te besé… Después de eso, nada en mi vida atroz volvió a tener color o sabor alguno. Y ¡creo que hasta la muerte me sabrá a poco cuando finalmente acontezca el gran suceso! Creía que no te olvidaría jamás, que vivirías por siempre en mí y que nuestro amor no podría ser disuelto por nada ni nadie. Y, ciertamente, así fue… Solo que el tiempo y la tristeza no perdonaron los delirios de este torpe soñador y sí que clavaron sus espadas relucientes en mi corazón acongojado. Hasta entonces, he vagado sin rumbo por las calles de esta misteriosa ciudad y me he embriagado infernalmente sin razón; añorando tu bello y melancólico reflejo por encima de cualquier otra supuesta realidad. Quizá todavía te extrañe, quizá ya no… Puede, no obstante, que esta noche al fin todo termine y que tu recuerdo, ¡ahora sí!, será solo cosa del ayer.

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Y, aunque comparado con tantas cosas nuestro encuentro será solo un insignificante suspiro, será indudablemente el más profundo que haya experimentado en esta sangrienta dimensión. Al menos para mí, tú has simbolizado el espejo multicolor en el que mejor y más bellamente me he reflejado; aquel en el que mi alma más se ha alegrado y a quien podría abrazar y besar hasta que el tiempo haya colapsado de maneras terribles e inenarrables. Y es que me embelesaba sobremanera la forma de tu celestial y mística sonrisa, porque me hacía alucinar con pasajes oníricos que no pueden ser ciertos en esta realidad; pero que, al besarte, se volvían aún más ciertos que la más grande y peligrosa verdad. Espero volver a verte pronto, volver a rozar tu cuerpo si es que aún posees uno… Y espero que no me olvides demasiado rápido, al menos no hasta que de esta abyecta vida me haya librado al fin. No sé si tú fuiste el amor de mi vida, solo sé que yo podría esta misma noche desangrarme entre tus brazos, y sentirme completamente aliviado si lo último que contemplan mis ojos melancólicos es tu boca sobre la mía… Ambas disolviéndose en el olvido eterno del vacío cósmico en donde todo recuerdo dejará de poseer la voluntad del presente. ¡Ya jamás seremos reales aquí y ahora!

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La noche misteriosa y cerúlea con mi sombría muerte acaecía, dejándome finalmente escapar de esta luctuosa fantasía denominada por tantos como vida. ¡Qué absurda tragedia fue haber vivido tanto tiempo en la más inhóspita melancolía! ¡Qué grotesco fue no haberme matado antes y posponer siempre mi sepulcral felicidad! Me arrepiento indudablemente de cada suceso, anhelo o encuentro con mis abominables semejantes. Me pierdo en mis desvaríos tan concurrentes, en esta metamorfosis de sufrimiento etéreo del cual no puedo ya formar parte. No creo que aquí nadie me encuentre al amanecer, ¡ya no más dolores internos del alma torturada! Solamente me he autoengañado como el resto cuando creo que alguien llorará mi suicidio… Pero eso no importa más, eso es solo poesía humanizada y sermones vomitados a falta de algo más adecuado para la ocasión. Lo que yo siempre busqué quizá no se hallaba en este mundo anómalo; no, claro que no. ¿Cómo podría algo así hallarse aquí? Lo divino, lo más sublime: aquello que no muere ni nace tampoco porque es, ha sido y será por siempre… ¡Y creo que tal fue mi lamentable error todos los días de este erróneo peregrinaje! Amor a lo humano, amor a lo insignificante y lo efímero; ¡vaya fantasías que me invadieron hasta hoy! Debería haberlo rechazado todo y haberme entregado a la luz inmortal y sempiterna de la hermosa deidad que trasciende cualquier religión, filosofía o ciencia. ¿Por qué no he podido despertar hasta que la miseria de peor forma ha desgarrado mi espíritu divagante? ¿Quién o qué he sido sino un mendigo de la piedad y un mártir de mi yo más salvaje? Sí, de esa fiera con dientes afilados y garras gomosas que no ha cesado sus fatales susurros desde que he tenido consciencia del infierno latente en el que he vivido y en el cual, por supuesto, habré de poner punto final a mi deprimente y sórdido insomnio… Yo jamás pedí nacer, pero entonces ¿cómo se supone que habré de afrontar el despliegue final de la barbarie máxima que se ha gestado en mi lúgubre corazón tras haber sido despojado de mi verdad más fulgurante? Tal parece que esta vez me he quedado sin posibilidad alguna de volver a sonreír, ni siquiera si es entre tus alas etéreas o en medio de sus labios escarlatas. Y esa es quizá la mayor mentira que nos decimos todos los días al mirarnos en el espejo con profunda náusea y un temor infausto: «que todo va a estar bien…»

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La Execrable Esencia Humana


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