Otra vez soy yo de nuevo, pensándote, añorándote y llorándote, mientras tú en sus brazos ríes y finges que eres feliz. Así es nuestra melodramática historia, plagada de hipocresías y engaños que solo nos distancian cada vez más. De hecho, creo que solo matándote es que podré volver a sentirme tranquilo, pues no hallo ya consuelo alguno en los brazos de ninguna otra criatura.
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¡Qué locura! Tú con él y yo con ella, pretendiendo que todo está bien e intentando anular nuestra convergencia, pero pensándonos cada noche más que al suicidio y extrañándonos más que a la inexistencia. ¿Acaso será mi condena el tenerte solo en sueños? ¿Acaso jamás podré volver a besar tu boca mientras estés viva?
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En el aspecto sexual, todos deseamos siempre a un ser que no es el que amamos, sino uno que podemos detestar, pues el sexo se trata de esto último precisamente. Esa es la esencia de la sumisión del yo y la razón de que la infidelidad sea tan común actualmente.
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La sumisión del yo también implica que todos somos, por naturaleza, bisexuales, pero nuestras preferencias se cargan hacia determinado género dependiendo del contexto social, moral y ético donde nos hallemos inmersos. Si no fuera por este aborrecible adoctrinamiento, quizá ni siquiera existiría ese blasfemo concepto que tantos títeres consideran sagrado y que es llamado matrimonio.
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Cada vez me siento más intrascendente, pero supongo que es normal. Al fin y al cabo, ¿qué sería verdaderamente trascendente en esta insana pseudorealidad donde estoy condenado a permanecer hasta tener el valor de suicidarme? ¿Qué sería importante en un infierno viviente como este donde la muerte es lo mejor que nos podría pasar?
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El encanto suicida deja de ser una escapatoria y se convierte en la única salvación cuando se hace tras una profunda y sincera cavilación donde se conjugan lo absurdo y lo sublime en la náusea que nos deberá arrojar hasta sus dulces aromas, lejos de esta horripilante civilización y de sus repugnantes habitantes por la eternidad.
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Romántico Trastorno