El suicidio, cuando es reflexivo y existencial, es el acto más sincero y purificador que podemos llevar a cabo. Opuestamente, seguir viviendo, cuando es por mera obligación y sin esperanza alguna, debe ser lo más miserable que podamos seguir haciendo.
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Pensamientos que van y vienen, reflexiones que no llevan a nada, recuerdos que trastornan mi endeble realidad… Otra botella de whiskey vacía y quebrada en el piso, otra cajetilla vacía amontonada junto a otras diez, algunas jeringas usadas y otras aún por usar… Y lo más deprimente de todo: otra madrugada más que me voy a descansar sin que se trate del descanso eterno.
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No me sentía ya identificado con nada: ni con mi trabajo, ni con mis estudios, ni con religión alguna, ni con mi nación, ni con mi familia, ni con mis amigos, ni mucho menos con todas esas mujeres que decían amarme… Tampoco con la música, el arte, la literatura, la poesía, la filosofía, la ciencia o la humanidad… Y, en último término, ya ni siquiera me sentía identificado conmigo mismo. ¿Qué me ocurría? ¿Acaso existía algo dentro de mí que ya no podía ser aliviado con nada? La agonía era inmensa y los deseos suicidas más, pues de lo que yo era nunca tuve plena certeza; tan solo me definía con base en especulaciones externas y creencias implantadas que nunca fueron reales. Era yo un mero accidente como muchos otros, uno que debía llegar a su fin esta noche.
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Salir de uno mismo es, curiosamente, la mejor forma de autoconocimiento, pues tan solo nos identificamos mediante la comparación con otros. Es así como podemos definirnos en cada nivel de la existencia y es así, acaso, como también podemos llegar a destruirnos. Los otros y todo lo externo es solo un espejo, pero uno en cual resulta sumamente aborrecible mirarse; aunque esto deba hacerse de manera obligatoria de vez en cuando.
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No podía parar y en verdad intenté no hacerlo por largos periodos de tiempo, pero era inútil resistirse. El ritual debía completarse o, sino, quien sabe qué sería de mí. Pero ahora descansaba de tan psicótica necesidad, pues ya tenía en mis manos el cadáver de aquella mujer a quien hasta hace poco decía amar. Y ya me disponía nuevamente, como tantas otras veces antes, a fornicar ese cuerpo ensangrentado, putrefacto y ya sin vida, pero todavía sumamente excitante.
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Nuestra auténtica esencia, de haber alguna, ni siquiera ha sido asequible para nosotros mismos. Está oculta en un lugar tal que nuestras humanas acciones y tontos actos no pueden afectarla en lo más mínimo. Y es probable que la única forma de acceder a ella sea mediante el suicidio sublime, pues solo así se podría relevar un poco de esa gran verdad que en vida tanto se nos ha negado.
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La Agonía de Ser