Una nueva sustancia, un comienzo sustancial en los confines de la montaña escabrosa donde pueda hallarte y esculpirte para la hermosa soledad de la virtud celeste. Tus cerúleas emanaciones han conquistado las visiones que yacían sentenciadas a la ignominia sacrosanta; empero, contigo el petricor producto de las lágrimas divinas nos envuelve y nos proyecta hacia la sublime estancia. A tu lado conseguí igualar a aquellos olvidados y malditos poetas trastornados por la belleza inexistente en una humanidad inicua, una tal que creímos no formar con ella la unidad en esta vastedad de eterna oscuridad. Pero la sombra de la muerte esperaba con paciencia, se retorcía con las entrañas de mi depresiva locura. Ningún cántico fue suficiente para apaciguar su sombría insistencia y la apostasía culminó con el suicidio onírico de aquel pobre ignorante cuyo cuerpo fue desmembrado por las alimañas nocturnas de ojos violetas y zarpas invisibles.
Por encima de cualquier elucubración o de la siniestra maldad de los absurdos seres del mundo humano, apreciaré rozar tu etérea mano para fantasear y jugar entre las huellas de la sempiterna meseta donde te busco todavía. En mi retorcida imaginación te acerco a mí y me uno a ti en un paroxismo cromático y efervescente, absorbiendo la fragancia de los destellos espumosos cuyos matices desdeñan la más antinatural insinuación existencial. No obstante, todo lo que es verdad lo contemplé cuando tu boca conquisté y tu ser adoré, postrándome cual impertérrita figura en el altar coronado por tu infinita hermosura y tu sombría y alucinante ánima. Debe ser un regalo del cielo poder acariciarte, pues eres tú la única deidad ante la cual he de postrarme, la única entidad que puede desfragmentarme hasta hacerme sentir mínimamente contento de ser lo que creo que soy. Nadie más podrá entenderlo jamás, pero el crimen cometido destruyó la nube de mariposas que nos cobijaba hasta ayer.
Vagaré para reducir los eones entre nosotros, surgiré de la nada y escanciaré la sangre de todos los infames en tu nombre; asimismo, reviviré al heraldo cuya santidad fulgurará en tu invectiva penitencia. ¿Qué más da si en la más agónica esperanza de calmar nuestras ansias cometemos la más simbólica apostasía en contra de una intrascendente deidad y toda su gama de deformes alimañas humanas? Preferiría estar solo antes que relacionarme con aquellos seres sin alma y con el cerebro putrefacto; no obstante, suplicaría y moriría por el más ínfimo pedazo de tu corazón. No sabes cuánto daría, toda la sangre que de mis venas vertería con tal de poder experimentar, aunque fuese solo una vez más, la deliciosa y mística magia de tu boca que tanto me inspira a refulgir en el ocaso suicida. Pues, sin ti, no tiene ningún caso seguir soportando la infinita e insana desesperación que causa esta execrable realidad; y, peor aún, tolerar a los asquerosos y patéticos monos que habitan aquel infierno tan plácidamente.
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Anhelo Fulgurante