Capítulo I (EIGS)

Mi historia no era diferente, quizás, a aquellas tragedias que se animan en las grandes pantallas, esas que las personas admiran y que ganan premios. Sin embargo, algo había en esta mezcolanza de vivencias que me hacían recordar cada día lo mucho que desperdiciábamos el tiempo. Mis principales características siempre fueron la nostalgia, la melancolía y la tristeza. Comencé a vivir no sé cómo ni cuándo, pero muy pronto, en cuestión de efímeros años, entendí que la vida, tal como era experimentada, no era digna de ser llamada así. En todo caso, debía ser la muerte la que debía ser vivida, ahí se podría tener mayor esperanza, paz y quietud que en el desolado mundo donde habitaba. Estoy seguro de que allá fuera habrá demasiada gente que no entenderá un carajo de esto, o que simplemente pensará que estoy loco. Pero a mí lo único que me quedaba por entender era el porqué de esta historia, saber qué clase de maldita suerte hizo que mi existencia fuese posible. Ahora lo consideraba todo de nuevo, ¡qué curioso! La verdad es que nunca pensé que pasaría de nuevo. Solo espero no quedar atrapado en estos recuerdos miserables, en esta vida absurda que he llevado por tantos años en la infinita vastedad del espacio y del tiempo.

Siempre me arrepentí de todo cuanto hice, nunca logré alcanzar eso que los grandes seres dicen existe en un rincón de nuestro interior. Me resultaba cansado tener que escuchar a las personas, siempre denuncié algo en su comportamiento y en sus charlas que me hería, que lastimaba un concepto divino que tuve del humano alguna vez. En ningún lugar encontré un sitio donde pudiera reposar mi insaciable alma, mis ganas de intelecto y amor, de pasión y de ese fuego que todo lo consume. Fui un extranjero en un infierno perdido entre constantes pedazos de cielo, a los cuáles, por más que me elevaba, nunca podía llegar. Todo en mí no fue sino solo una novela trágica. Vivía como en un cuento, perdido y aislado de mí mismo, sin encontrar esa energía que podría hacerme inmortal en un mundo donde ya nadie se preocupaba por otra cosa que no fuese dinero y sexo. Jamás seguí una corriente ideológica determinada y, lo más relevante, nunca estuve feliz de estar vivo. Añoraba la muerte con todo mi ser, deseaba librarme de este sufrimiento sin sentido con urgencia. No obstante, a pesar de todo, de mi comportamiento adusto, de mi desprecio hacia mis semejantes, de mi rebelión contra el mundo injusto en que vivía, de mis constantes querellas internas y de mis crisis; a pesar de todo eso pude amar, llorar, reír, sentir y reflexionar, aunque fuese muy brevemente. Al final, y sin quererlo siquiera, en esa absurda brevedad, puedo decir que yo experimenté lo que se conoce como vida.

Generalmente, el asunto de la existencia no me perturbaba en lo más mínimo, el posible sentido de la vida debía hallarse de forma inmanente en el hecho de experimentarla. Y, aunque fuese un engaño, así había vivido y así hubiera muerto de no haber sido por un desastroso enmarañado de sucesos e imágenes que modificaron mi consciencia y desfragmentaron mi esencia. Yo era alguien común y corriente, a pesar de que, cuando era pequeño, tenía ideas raras sobre el futuro. Lo que ahora comenzaba sin que pudiera evitarlo estaba fuera de mi comprensión, se retorcía en la sombra de mi alma. Y, si hubiese podido cambiar algo en toda esta historia, sería la percepción de vivir y aprender, de ser y evolucionar.

Por desgracia, estaba tan conminado a un sinsentido que mi lucha resultaba ineficaz sin importar la fuerza con que diera la contra a la absurdidad del mundo. Terminé por creer que no era humano, y, de serlo, lo era en demasía. Los sentimientos y su correlación con la mente me enfermaban al punto de no poder diferenciar entre lo real y lo ilusorio, lo que debía ser vivido por obligación y lo que solamente el desprendimiento absoluto propiciaría. Sin embargo, en el corto tiempo, aquí y ahora, ninguna especie de música, arte o poesía fue suficiente para endulzar el estruendoso rugido de la tormentosa existencia humana, siempre de prisa y sin saber hacia dónde ir, sin un principio ni un final, tan solo demasiado fútil y anodina como para ser valiosa. Yo era demasiado joven para morir, pero también estaba demasiado aburrido como para vivir. Y, en fin, después de todo, esta era mi historia…

Asistía a la escuela más prestigiada de matemáticas de la región. Me entretenía en ir y aprender cosas, particularmente las lecciones de probabilidad me agradaban. Desde el semestre anterior me había sentido más comprometido que nunca con la escuela, pues de ello dependería mi futuro. Esas cosas siempre decían las personas, incluyendo a mis profesores y mis padres. Para eso se estudiaba, precisamente: para terminar la universidad e ir al mundo con armas para ganarse la vida. En general, considero que soy centrado y tranquilo, algo despistado también. No asisto a la mayoría de las fiestas escolares, no tomo, no fumo y no me drogo. No tengo la clase de distracciones que tienen mis compañeros, pues busco hacer algo en la vida, aunque aún no sepa qué o para qué. Tengo el turno vespertino y me agrada, no deseo cambiarme al matutino a pesar de la constante insistencia de mis padres. Por ahora me va bien en las clases, supongo que así debe ser. Estudio bastante y casi soy el mejor alumno si no fuera por un amigo que es más aplicado que yo. Y todo es normal en este lugar, los estudiantes venimos y tomamos lecciones, los viernes hay fiestas, los fines de semana más fiestas o quedarse en casa a estudiar. Yo estoy en el quinto semestre y me gusta bastante. No sé en qué momento adquirí este gusto por esta ciencia exacta, pero recuerdo que una vez reprobé un examen en la secundaria, me sentí terriblemente mal, y, a partir de ese momento, puse particular atención en las matemáticas.

De regreso a casa usualmente tomo un camión que ya no quiero tomar porque asaltan seguido, pero no tengo opción, es el único medio de regresar a casa de mi tía. Yo lamento que se haya terminado el periodo de clases, pues ahora viene lo peor: estar en el hogar. Al llegar siempre me recuesto y permanezco unos instantes mirando el techo de este lugar que odio. Hace ya dos años que nos echaron de nuestra casa por problemas que hubo con mi tío. Esta historia, que son solo las vivencias y meditaciones a las que me enfrento, refleja únicamente una vida más, o así lo considero yo.

Recuerdo que antes solía creer en la felicidad, y no es que ahora no lo crea, pero algo en mí intenta surgir, solo que sigo conteniéndolo. Y bueno, dicen las personas que siempre estoy hablando de mí, que todo cuanto soy es todo lo que me importa, que me gusta solo tener la atención en mi persona y que soy un egoísta irremediable. Nunca he reparado en ello hasta ahora, trato de no prestar mucha atención a las pláticas ajenas. Yo pienso, cuando regreso sentado en el transporte público, que las personas nunca se callan, que hay demasiado ruido en todos lados, pláticas estúpidas por doquier. Me siento incómodo desde hace dos años porque mi vida dio un giro que jamás esperaba.

El hecho es que por culpa de un tío al cual apreciaba bastante perdimos nuestro hogar. Al parecer, la causa de su desgracia económica y en la vida fueron las mujeres, el libertinaje y el despilfarre. Por desgracia, papá nunca prestó atención a comprar una casa propia, y el lugar donde nací y crecí pertenecía a mi tío. Así que, cuando hubo problemas, sencillamente fuimos arrojados como basura a la calle, barridos muy lejos de aquella casa que, en mi corta existencia, fue un tremendo refugio para mí. Evidentemente, no hubo lugar al que pudiéramos ir de no ser por este calabozo donde habito. Vivimos en solo dos cuartos contiguos que apestan a humedad y donde no entra el rayo del sol. La cocina es pequeña, debo mencionar, pero útil. El baño quizás es lo menos peor, considero. Hay un jardín que búnker, nuestro perro, se ha encargado de destruir. Estamos en el subterráneo, literalmente. Arriba viven mis tíos y mis primas, en una hermosa casa. Lo peor de este sitio es que se encuentra en la punta del cerro, donde no hay mucho transporte y se batalla con absolutamente todo. Lo que más me entristece es observar a mis padres impotentes ante tal situación, especialmente porque hay demasiado ruido y ni yo ni mi hermana podemos estudiar cómo nos gustaría, pero ¿qué se le va a hacer?

Como sea, siempre son las mismas pláticas, eso he notado en la gente. Todos hablan acerca de su pasado, de las cosas que les gustaría volver a vivir y de aquellas que cambiarían. O, de otro modo, platican de las vidas ajenas inmiscuyéndose en situaciones absurdas. Mis padres no son la excepción al tipo de gente que vive pensando en su pasado, y siempre hablan acerca de que hubiera ocurrido si hubieran comprado esta casa, o de si hubieran hecho caso de sacar aquel crédito. Mi madre dice que mi padre tuvo mucho dinero en un tiempo y que prefirió darlo a quienes lo necesitaban en su familia en lugar de adquirir una mejor propiedad. Pienso que tal vez ella tenga razón al decir que fue un tonto. Sin embargo, estas reflexiones ahora son insulsas, pues no tenemos casa y este lugar es horrible. No sé cómo es que hasta he resistido esta condición, tan solo quisiera irme muy lejos y no volver nunca.

Mis esfuerzos están concentrados en eso, de hecho, en largarme. Luego pienso que sería infeliz si me fuese y mis padres se quedasen aquí, pero ¿qué más da? Estudio matemáticas y espero poder ser algo en la vida, solo que no se gana bien sin tener palancas y eso me preocupa. Estaría mejor si pudiese ingresar a una empresa y ganar bastante dinero por mi propio esfuerzo, pues hay muchas cosas que quiero adquirir, o eso creo. También considero adecuado irme a otro país y hacer una nueva vida; entre más, lejos mejor. De mi familia externa no guardo sino recuerdos nefandos, casi todos mis tíos, primos y demás no tienen ni en qué caerse muertos. Envidio a ciertos compañeros cuyos familiares tienen dinero, o al menos están estudiados, pero los míos no son así.

Desde que llegué aquí, algo en mi cerebro ha comenzado a deteriorarse y extrañas ideas tratan de imponerse, unas que antes jamás había tenido. Hasta el momento, sigo siendo como el resto, afortunadamente. Temo perderme en mí y que llegue el día en que no me reconozca más, en que la vida me parezca insulsa y no encuentre sentido en nada. Por ahora, como dije, encuentro interesantes bastantes cosas. Quiero hacer mucho y poder adquirir un apartamento en algún lugar lejano y donde encuentre otro tipo de gente. Por cierto, desde que llegué aquí leo bastante y me ejercito tanto como puedo en un parque al que asisto con mi madre cada mañana. De lunes a viernes, por las tardes, asisto a la universidad. Al regresar de las clases, ya de noche, estudio los temas siguientes de la asignatura de probabilidad, me gusta esa rama. Me he atorado un poco en cosas de algo llamado procesos estocásticos, pero ya saldré adelante. Aunque últimamente algo que se ha metido en mis pensamientos me sugiere que lo que anhelo carece de sentido. Cada vez parece ganar terreno tal concepción, pero no la dejo crecer y siempre me convenzo de que el mundo no puede ser tan malo, y de que mis metas son las de cualquier otro humano.

Nunca pensé que a tal punto se podría disolver lo inculcado, aunque supongo que debía ser lo mejor. El momento del quiebre ni siquiera lo puedo intuir, pues, por más que intente, llego siempre al mismo resultado. Supongo que las causas son raras e imperceptibles, una especie de despertar absolutamente personal que no cuadra con la mente humana. De ahí que la mayor parte de la sociedad se halle embaucada con banalidades y que, salvo rarísimas excepciones, ninguno logre captar la transición. En ocasiones, me cuestionaba si el cambio no tenía que ver con la supuesta expansión de la consciencia o el surgimiento inminente de una percepción mucho más allá de lo que todos podían ver. Supongo que las personas usan el rechazo de la verdad como un mecanismo de defensa que los mantiene cómodos y satisfechos en una realidad artificial confeccionada a su medida, provista de todos sus vicios y placeres necesarios para imaginar un inexistente sentido de la vida.

Mis padres eran personas que, aunque los quería mucho, habían seguido los patrones establecidos sin cuestionarse nunca nada, como todo el mundo. Y yo, si por alguna extraña razón no hubiese tenido la suficiente curiosidad, hubiese llevado una vida igual de absurda y humana. Claro que, en esos momentos, nada de esto atravesaba mi ser. Todo lo que importaba era mirar chicas y masturbarme, jugar videojuegos y terminar la escuela pronto. Al igual que la mayor parte de los humanos era parte del rebaño y no veía absolutamente nada de malo en ser normal. No sé si llegué a sentirme agradecido o maldito con todo lo que paulatinamente fui descubriendo, casi diría que llegué a rozar los más recónditos bordes de los abismos donde reina la esquizofrenia. Tantas revelaciones, tanta sabiduría para una esencia tan ínfima. La verdad parecía escoger solo a unos cuántos quienes pagaban un alto precio por conocerla. Ahora entendía que el modo de vivir actual fue impuesto por intereses oscuros de quienes buscaban la degradación de la raza a la que por casualidad pertenecía. En fin, no sé cómo fue que me perdí a mí mismo en tal maremágnum de ideas y de pesimismo cerval, aunque la conclusión de mi absurda vida fue inevitable: la humanidad no estaba destinada a lograr grandes cosas, y yo terminé detestando, con un asco y repulsión inmarcesibles, mi existencia en este cementerio de sueños rotos.

En la escuela me iba bien. Supongo que todavía era normal y, a pesar de tener destellos de lo que se podría decir un verdadero cambio, aún continuaba actuando como todos. Pero los hechos deben surgir en cierta manera para converger en infinitas formas, de las cuales el observador hará suyas las representaciones que mejor se adapten a su consciencia. En mi caso, el quinto semestre de la licenciatura fue un tanto extraño y a la vez decisivo para cambiar mi vida por completo. Las asignaturas del semestre en curso no se me estaban complicando para nada, cabe resaltar. Me cuestionaba demasiado las cosas, pero mi limitada formación científica me impedía romper las cadenas que me mantenían preso en el terreno de lo material y lo trivial.

–Entonces ¿no quedaron dudas? –preguntó el profesor G al terminar la clase.

–No, todo claro –respondió el grupo.

–Bien, pues quiero que estudien demasiado, el examen será pronto –informó con un aire frívolo el profesor–. Debo decirles que no será complicado, por lo cual espero un examen bien hecho.

–¿Cómo bien hecho? –inquirió Brohsef, mi amigo el cerebrito del salón.

–Sí, con todo el detalle que involucra la teoría que hemos visto. Serán ejercicios prácticos y deberían de poder explicarlos en toda su extensión.

Qué aburrido es a veces escuchar pláticas que solo existen en la cabeza de uno, pensaba. Yo siempre tengo que hacerlo o, de otro modo, estaría todavía más aburrido. El examen es en una semana, se adelantará un poco porque el profesor tiene más grupos que de costumbre y quiere acabar primero con nosotros. Los viernes por la tarde, pues ¿qué digo?, no tengo nada qué hacer, solo miro a mis compañeros yendo a fiestas y emborrachándose. No sé si sea algo bueno o malo, pero no es algo que yo hago. Aún sigo creyendo lo que dice mi padre sobre regresar temprano a casa y no meterse en problemas, aunque últimamente me he inclinado a asistir; he sido tentado por algunos compañeros.

–¡Vaya! ¡Qué bien luce hoy Cegel! ¿No lo creen así, chicos? –preguntó Heplomt al salir de clase.

–Más te vale que te mantengas lejos de ella –replicó Brohsef, airado–. Tú sabes muy bien que ella es mi conquista principal.

–¿Principal? Entonces ¿tienes muchas otras? –inquirió Gulphil con una sonrisa sarcástica en el rostro.

–Pues me gustan muchas mujeres, como a todos los hombres.

–Eso siempre lo dices, se lo has copiado a Heplomt –dije yo tratando de intervenir someramente.

–Entonces ¿es verdad lo que nos contaste la otra vez? –preguntó nuevamente Gulphil, con la misma sonrisa–. ¿Es cierto que solo has tenido una novia en toda tu vida y que aún eres virgen?

–Sí, eso ya te lo he dicho varias veces. ¡No sé por qué lo sigues preguntando!

–Pero no es para que te enojes, solo que siempre lo olvido –contestó Gulphil desternillándose.

Y así fue el resto de la plática. Tanto Gulphil como Heplomt se empeñan siempre en humillar a Brohsef contando sus aventuras y cosas íntimas; ambos parecen muy experimentados en tales cuestiones.

Usualmente, yo permanecía callado junto a Brohsef, y siempre era el que menos hablaba. Además, no quería que ellos supiesen que yo también era virgen, y que la única novia que había tenido solo duró una semana conmigo, hace ya cuatro años. A decir verdad, mi vida amorosa no había sido fructífera, en parte porque yo me había interesado en los deportes y en los videojuegos, haciendo a un lado la búsqueda del amor. Los cuatro nos separamos al llegar al tren, cada uno tomó su rumbo. Entre mis únicos amigos se encontraban ellos tres: Brohsef, Gulphil y Heplomt.

Brohsef es blanco y de baja estatura, más que yo. Su voz es horrible, su cabello tiene caspa y siempre huele mal. A las mujeres les desagrada porque es presumido y quiere ligarse a todas. Siento lástima por él, pues todas lo rechazan de una u otra forma. Me cuenta de sus futuras conquistas, las pretendientes que ilusamente cree tener, las chicas con las que sale. Siempre empieza igual su historia: un día dice que conoció a la mujer de sus sueños y se olvida totalmente de las demás; le escribe poemas y acrósticos, la lleva a pasear, gasta su dinero en ella y, al final, lo mismo: rechazado. Una y otra vez es enviado directo al demonio, con todo y sus chocolates, dulces y poemas. En pocas palabras, mi amigo Heplomt lo considera un pobre perdedor. Siempre recibe ofensas y, aunque intente defenderse, nunca lo consigue. Es el genio del grupo, el que siempre cumple. A veces mis notas sobrepasan a las suyas y esto parece exasperarle demasiado, pero no comprendo el por qué. Cuando no puede resolver algún ejercicio o algo se le complica sobremanera, se pone rojo como un jitomate, se injuria a sí mismo y no le habla a nadie. Suele tener fantasías raras, como masturbarse con los cabellos que arranca a las chicas que se lo permiten, o inventarse historias de besos con sus pretendientes, como pasa con Cegel. Ella es una mujer muy bonita, de piel morena, cabello castaño y con muy buenos atributos. Es muy amable y va a las fiestas del grupo, se emborracha y tiene novio. Evidentemente, Brohsef no tiene oportunidad alguna con ella.

Luego está Gulphil. Es, quizá, con el que más me he sentido a gusto. Es muy tranquilo, su voz me parece adecuada para situaciones en las que Brohsef perdería la cabeza. Le gustan los videojuegos como a todos y se pasa las tardes jugando. Tiene novia y va a fiestas, se emborracha con modestia. Quisiera decir más de él, pero tampoco me ha contado mucho sobre su vida privada, hasta ahora. Finalmente, está Heplomt. Sin duda, es el más avezado en cuanto a temas que Brohsef desdeña. Su modo de hablar es gracioso y su forma de pensar algo infantil. Nada realmente le interesa, solo terminar la carrera, ganar dinero y tener muchas mujeres. El sexo lo es todo para él, se divierte saliendo con una y con otra. Olvida muy rápido a sus exnovias y siempre habla de todas las chicas que ha follado. Está de más decir que con dos cervezas ya está ebrio. Cumple en la escuela a costa de copiar, va al gimnasio y no me parece que sea una persona muy sensata.

Esos son mis tres compañeros. Tengo que tolerarlos puesto que estamos en el mismo grupo y a veces son útiles. Entre más pasa el tiempo, menos identificado me siento con ellos, y eso me preocupa. En cuanto a mí, ya he dicho unas cuántas cosas. Vivimos en casa de mi tía, tras haber sido echados a la calle por mi tío, quien perdió la casa debido a líos con mujeres. Detesto vivir ahí ya que siempre hay demasiado ruido, pero no tengo opción. Busqué irme hace poco, lo malo es que todo está bastante caro y no me alcanzaría para pagar una renta cerca de la universidad. Tengo una hermana menor y dos padres que considero me quieren, pues siempre me compran cosas. Llevo una rutina como todo el mundo: vivo porque debo hacerlo, así me fue enseñado.

De lunes a viernes todo se resumen en la escuela, hacer tareas y jugar videojuegos. Ocasionalmente salgo con alguna chica, pero este es un secreto que solo yo conozco. A lo que me refiero es que suelo buscar en redes sociales mujeres que sean solteras, al menos que no aparezcan con algún tipo en sus fotos de perfil, luego las agrego e intento hacerles la plática. Al cabo de unos días entramos en confianza y comienza mi juego. Les propongo realizar preguntas sobre cualquier asunto y ellas aceptan, no sé si tal vez se deba a que me consideran atractivo o inofensivo. Como sea, las chicas se desenvuelven y la plática converge hacia donde quiero: preguntamos cosas que tienen que ver con las relaciones íntimas. Dependiendo de cómo sea ella, a veces suelo ser yo quien comienza con alguna cosa referente a su primera vez. Siempre miento diciendo que no soy virgen, luego vienen las preguntas interesantes: ¿cuántas veces lo han hecho? ¿Cuántas parejas sexuales han tenido? ¿Qué posiciones y qué palabras les gustan en la cama? Y así…

Casi todas ceden y finalmente llega la pregunta clave: ¿te gustaría alguna vez tener sexo conmigo? Es curioso, pero la gran mayoría responde afirmativamente. Usualmente termino masturbándome con estas pláticas, de forma nada modesta. Si las cosas marchan bien, hasta nos vemos. El asunto es que siempre me pasa igual, cuando ya nos vemos solo nos besamos y a veces fajamos. Yo tengo erecciones muy poderosas y a ellas les fascina; sin embargo, nunca me atrevo a dar el gran paso, nunca he tenido sexo con nadie. O pasa que, antes de verlas, me acobardo y les cancelo, o después de vernos ya nunca vuelvo a hablarles. No entiendo por qué hago esto, pero es difícil sostener el deseo tras haberme masturbado. Este coqueteo cibernético me fascina, lo disfruto enormemente.

Por otra parte, debo decir que algo se está gestando en mi interior y hace que todo carezca de sentido en el exterior. Había comenzado someramente a cuestionarme cuál sería el verdadero propósito de mi existencia, aunque la intensidad de tal cuestión no era todavía lo suficientemente poderosa como para hacerme abandonar mi banalidad. No me gustaba cuando reflexiones tan misteriosas me invadían y me privaban del sueño, haciéndome preso de un abismo sin fin donde bullían emociones insospechadas y en donde contemplaba, con ignominiosa zozobra, cómo se derrumbaban, una por una, las concepciones que creía como verdaderas en un mundo anodino y absurdo como el de los humanos. En fin, era como estar atrapado en una pesadilla de la cual era imposible despertar.

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Libro: El Inefable Grito del Suicidio


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