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Corazones Infieles y Sumisos IV

La madre de Alister estaba acostumbrada a este tipo de arranques por parte de su hijo, que desde hacía un tiempo venía exagerándolo todo. Al menos ella así lo creía, pues jamás en sus días había cuestionado lo más mínimo el sentido de su existencia. ¿Por qué lo haría ahora? Era feliz sin complicarse demasiado las cosas, prefería, como muchos tantos, centrarse en asuntos banales y no en divagaciones filosóficas.

–Ese es un punto de vista interesante, pero solo una opinión, a fin de cuentas.

–Sí, eso ya lo sé. Pero me parece correcto de algún modo. La gente vive estúpidamente y eso jode todo. Las personas solo se preocupan por el dinero, cada vez más esclavizados abandonan sus sueños. Ese es el punto de este sistema, quebrar las esperanzas y las cosas valiosas que las personas pueden lograr a través de falsas ilusiones y cosas materiales.

–Y ¿en dónde leíste eso? ¿En una novela o es parte de una teoría de conspiración?

–Sí, sé que las personas piensan eso constantemente. Pero en este mundo los locos son los más cuerdos si uno reflexiona bien el modo de vivir que tenemos.

–Entonces ¿yo soy una persona no cuerda de acuerdo con tu lógica?

Alister permaneció callado un tiempo y luego cambió la temática.

–Hay tantas cosas que me gustaría no saber. Pienso incluso que ni siquiera existimos realmente. Me vienen a la cabeza muchas dudas que creo son cosas que las personas sensatas piensan alguna vez en su vida, solo que no les dan la importancia suficiente.

–¿Puedes ser más explícito? No estoy captando tu punto.

–Bueno, hablo de temas como el sentido de la existencia, el infinito, los universos paralelos, el tiempo, el espacio, los agujeros negros, las galaxias, los extraterrestres, las naves misteriosas, las casas embrujadas, los fenómenos parapsicológicos, la meditación, la espiritualidad, el misticismo, el ocultismo, la metafísica, la mente humana en toda su expresión, las personalidades múltiples, los síndromes extremos, las manifestaciones extrasensoriales, los mensajes y voces incomprensibles, los fenómenos extraños, los lugares ocultos y donde pasan cosas ominosas, las personas desaparecidas, la manipulación genética, las conspiraciones, las guerras, el dominio del mundo, los rituales, la magia y otras tantas cosas que constantemente me sumergen en un profundo mar de donde ya no es posible salir, pues me he perdido en los abismos y no logro atisbar un rayo de luz que me indique la salida.

Su madre se quedó con la mirada fija en el semáforo que ahora cambiaba a verde. Nunca había conocido a alguien con tantas cosas en la cabeza, y el que su hijo fuese esa primera persona la tenía consternada. Por un lado, le parecía increíble, pero por otro terrible. Le recordó un poco a ese novio loco que tuvo en sus épocas juveniles, siempre hablando de conspiraciones y cosas raras, hasta que un día desapareció sin dejar rastro alguno; Harman se llamaba, o algo así.

–Y ¿hay alguien con quien puedas hablar de todo esto?

–Sí, con Erendy siempre hablo de esas cosas. También con el profesor G, ese del que te ha hablado que, de hecho, cultivó tantas cosas y dudas en mí.

–Y ¿qué piensa ella? ¿No cree que te haga falta un tornillo?

–No, al contrario. Ella es la única persona que ve más cosas en el mundo que yo. Me refiero a que ella sabe la verdad que tanto busco, puedo percibirla en los destellos de sus miradas que no podría encontrar en alguien más.

–¡Qué mujercita tan extraña, me gustaría conocerla algún día!

Erendy y la madre de Alister no se conocían, pues Alister en realidad vivía con sus tíos y le avergonzaba la idea de no tener un lugar digno qué mostrarle a su novia, razón por la cual nunca la llevaba.

–Algún día, cuando tengamos casa propia… –farfulló con cierto odio y rencor.

–Ya te dije que tu padre y yo trabajamos muy duro, verás que pronto tendremos nuestra casa.

Alister se mostró contento, aunque, en el fondo, veía muy lejana la posibilidad. Justamente en esos instantes llegaban a la escuela.

–Ya me tengo que ir, luego platicamos, al rato te veo –dijo Alister, mientras partía rumbo a su clase.

Su madre lo miró con un halo de respeto. Aunque no entendía la forma de pensar de aquel joven arrogante, se enorgullecía de que su hijo fuera tan inteligente y pensaba que podría hacer grandes cosas.

Finalmente era la última clase y ya todos estaban hartos, había sido un día pesado, y eso que era el primero. El séptimo semestre se asomaba ya, ahora empezaban todos a meditar sobre su futuro y qué querían lograr más allá de un título universitario. Sin embargo, para Alister era solo otro absurdo más. De hecho, se sentía aún más confundido que cuando empezó. Creía firmemente que había perdido el interés por la escuela, aunque sus notas seguían figurando como las mejores. Todos esperaban que hiciera algún doctorado en una universidad extranjera y que fuera un investigador de renombre, tal era también el sueño de sus padres, pero para él todo eso no era otra cosa sino basura, una deliciosa basura que la mayoría recogía, pero él no encontraba qué recoger, pues estaba ciego y sus manos eran torpes para coger cosas pequeñas.

–¿Qué tal te va, Alister? Últimamente ya no te vemos en las fiestas escolares, pienso que deberías de ir, ya es nuestro año final.

Era un compañero de Alister quien hablaba, su nombre era Carlos. Vivía obsesionado con el fútbol y soñaba ser futbolista; además, adoraba los videojuegos.

–No puedo. Estoy muy ocupado con todo lo que tengo qué hacer.

–Y ¿qué es todo eso que tienes por hacer? Solo deberías de disfrutar la vida sin amargarte tanto. ¡Sé feliz y ya!

Alister no dijo nada y se marchó. Paseaba solitario mirando a sus compañeros de clase, a los cuales detestaba por ser tan normales. Todos adictos a la televisión, los bares, las fiestas y todo aquello que él consideraba una distracción. Sin embargo, de pronto, algo llegó como un fogonazo a su mente. ¡Él también pertenecía a ese mundo! ¿Acaso no se había masturbado pensando en Vivianka?

–¿Es también el sexo un intento por desviarnos de este mundo? –se cuestionó.

Había leído los primeros tomos de La Doctrina Secreta de Blavatski,y también filosofía budista y misticismo hindú. Era un asiduo perseguidor de la verdad, aunque todo esto era reciente en su vida, también lo era sentir que estaba siendo un depravado. No pudo sacar esos pensamientos de su cabeza nunca más… En ese momento escuchó una voz:

–¡Qué milagro! ¿Cómo te ha ido? Pensé que vendrías en vacaciones a charlar.

Al voltear Alister, su semblante cambió. Era el profesor G, tan admirado e inteligente, y despreciado y odiado por otros.

–¡Hola, profesor! Me ha ido bien, y ¿a usted? Perdóneme, lo que pasa es que estuve ocupado estudiando.

–Igual me va bien. No te preocupes por eso, a ver si mañana puedes pasar a mi cubículo para platicar. Me dejaste pensando en lo que me contaste el último viernes que charlamos.

Alister solía asistir al cubículo del profesor G cada viernes del semestre pasado para entablar plática de diversos temas. Platicaban a veces hasta por horas. Sentía que el profesor estaba totalmente de acuerdo con sus ideas, y no por seguirle el juego, sino que él sabía la verdad también, esa misma que había sido escondida a los ojos vulgares y que solo unos cuántos elegidos podían dilucidar.

–¡Sí, claro! Ahí estaré a la una y media, puntual. Yo también quiero contarle bastante, espero poder hacerlo.

–Bien, ahora me retiro que voy a una junta. ¡Gusto en verte!

–El gusto es mío, profesor –dijo Alister, mientras veía al profesor partir y extrañamente contempló algo raro, era como si una sombra rodeara su cuerpo.

Talló sus ojos para ver mejor, pero ahora el sol se había ocultado y no le fue posible comprobar si, en efecto, una rara sombra seguía al profesor o era la común. Decidió retirarse ya cansado, además tenía tarea.

–¿Qué es esto? ¿Solo hay muslos de pollo empanizados de comida? ¡Odio esta comida! –expresó Alister al abrir el refrigerador.

Era momento de poner en práctica esos videos de cocina que miraba ocasionalmente. Se preparó una deliciosa carne asada que sobraba con queso, arroz y nopales, era perfecto después de un día de entrenamiento duro. Mientras comía nuevamente caviló sobre su conexión con la mediocridad, entonces se hundió en largas y penosas reflexiones.

–¡Ya llegué, ahora sí que estoy fundida! –exclamó una voz.

Era su madre. Llegaba ahora con unas bolsas enormes, pues le fascinaba comprar ropa que nunca se ponía.

–¡Eso también es consumismo y del más absurdo! –exclamó Alister.

–¿Por qué lo dices? ¿Qué hay de malo en comprar lo que me gusta? Yo lo pago. Últimamente te tomas todo a mal. ¡Disfruta la vida ya!

–Todas las industrias son una porquería. Todos nuestros alimentos están contaminados. Todo aquello que venga en una lata o paquete no puede ser bueno, de ahí el alto crecimiento de las tasas de cáncer y diabetes.

–Y ¿eso a qué viene? ¿Cómo estás tan seguro? No tienes pruebas de ningún tipo. Además, ¿qué hay con la ropa? No le veo algo de malo.

–Bueno, las empresas que hacen ropa buscan mano de obra barata, lo cual significa que van a países pobres donde esclavizan gente, sin importar si son niños o mujeres ancianas o embarazas. Les pagan, y eso si es que les pagan, una centésima parte de lo que trabajan, y eso es mucho. Es parte de la esclavitud moderna. No puedo hacerte creer en lo que digo. Tienes que darte cuenta por ti misma, solo tú puedes abrir los ojos, solo tú puedes descubrir la verdad del mundo.

A continuación, Alister subió a su cuarto y ahí continúo las meditaciones. Prometió que no volvería a mirar con lujuria a Vivianka ni a las putas de los videos en internet, pues evidentemente era algo malo. También recordó cómo fue cuando conoció a Erendy. Se acababa de mudar y odiaba estar en ese lugar, ya que sus tíos siempre hacían mucho ruido. Se conocieron gracias a una amiga que tenían en común, los presentó y desde el primer momento tuvieron conexión, pero de forma extraña. Su segundo encuentro, el primero a solas, transcurrió en las canchas de la escuela, entre olor a marihuana y alcohol, común en ese lugar. Alister platicó a Erendy todo lo que creía era la verdad del mundo, y esta, contrariamente a todas las personas, escuchó atentamente. En el fondo, consideraba a la familia gente mediocre, salvo a sus padres. Los demás no eran sino simples zombis que vivían de acuerdo con los parámetros del sistema. Fue cuando se preguntó:

–¿Cómo podría preferir a Vivianka en vez de a Erendy? Ni siquiera pensarlo –se respondió inmediatamente.

Erendy era todo para él, lo había apoyado tanto tiempo, conocía demasiado y a la vez tan poco de él; era la única persona en quien confiaba. Sin embargo, ahora surgía un sentimiento renovador e intenso: el deseo sexual. Lo atisbó en su clase, cuando su compañera Cecila cruzó las piernas y él miró, e inmediatamente su falo se estremeció. Pero era extraño, pues con Erendy no podía sentir tal sensación, tan imponente e inmarcesible, un deseo sexual totalmente apolíneo y execrable a la vez, una dualidad. Por una parte, deseaba follarse a todas las mujeres, y por otra solo deseaba estar con una. ¿Qué diablos pasaba? Acaso era posible desear a otras mujeres sexualmente y a la vez amar a alguien, pero amarla sin desearla y desearlas sin amar escapaba a toda lógica. Además, Erendy era la mujer más inteligente que conocía, ella sabía la verdad del mundo. ¿Cómo podría cambiarla por una mujer cualquiera que vivía mediocremente en su forma de pensar, que era esclava del sistema? Y, pese a ello, era algo contra lo cual no podía luchar, pues su pene se alzaba automáticamente. Fue entonces como recordó cuando recién era novio de Erendy y no le interesaba ninguna mujer.

Otro banal día en la escuela transcurría, las clases eran igual de aburridas que siempre, y Alister se sentía hastiado de existir. Pensaba si realmente era esto lo que quería; es decir, si aquel sistema educativo tan corrompido como todo podría ofrecerle algo que apaciguara el deseo de suicidarse por un tiempo. La respuesta era contundente: no. Estudiar en una universidad no significaba nada, era solo parte de lo mismo, de un sistema nauseabundo enfocado en adoctrinar las mentes hasta convertirlas en otro eslabón de la matrix. Los pensamientos de Alister fueron silenciados por una voz:

–Vamos, ¿no te tirarías a Cecila si la tuvieras enfrente desnuda? –inquirió Carlos con descaro.

–¡No, claro que no! No me interesa tener algo con ella, es una persona igual que las demás: materialista y absurda.

–Pero solo será una vez, no puedes desaprovechar la oportunidad.

–No, estoy bien así –exclamó Alister mientras un sentimiento sublime lo invadía al pensar en Erendy. Le parecía casi impensable traicionarla algún día. Claro que pensaba cosas malas con otras mujeres, pero jamás las haría. Además, no era el del todo quien lo hacía, era esa otra entidad dual en su interior.

–¡Ahora sí que me preocupas! Creo que esta vez te hemos perdido, pues parece que te has enamorado de un modo totalmente ilógico.

Sí, Alister estaba enamorado. No, quizá no era eso. Tal vez lo estuvo antes, pero ahora…. Era solo que, lo que rápido llega, rápido se va. Y, con profundo pesar, sentía que ese amor antes magnificente y puro se había desvanecido casi por completo. El tiempo había pasado, las flores se habían secado y las pieles desgastado. Y, aunque deseaba a otras mujeres, su interés y ese sentimiento que le convulsionaba todo el interior le venía cuando se trataba no de la imagen de Erendy, sino de… ¡Vivianka! Era una maldita obsesión que le atormentaba durante los últimos días. De ninguna manera podría ser que deseara con tal pasión a la hermana de su novia. ¡De verdad que no era sano aquello!

–No puedo, no quiero, no es correcto. Yo busco el progreso espiritual, no debo obrar así.

Y, ante la atónita mirada de Carlos, Alister se retiró de la clase bastante confundido. Últimamente le dolía la cabeza en todo momento y todo le fastidiaba. Antes Erendy había remediado su malestar, pero ahora… ¿Qué quedaba sino solamente un montón de cenizas de lo que alguna vez fuese un amor tan incandescente? Llegando a aquella maldita casa de sus tíos que tanto odiaba, se mantuvo callado y pensativo. Luego, se recostó a pensar hasta que finalmente pudo conciliar el sueño.

Pero, en cuanto despertó, Alister se sintió sumamente afligido: había soñado con Erendy y con aquellos tiempos cuando todo era más que ideal. Rompió en llanto al recordar los nobles y vítreos ojos de aquella pequeña mujercita que tanto lo había cautivado. Había sido tan tierno y encantador acariciar sus manos mientras se recostaba en su abdomen… Ahora ese recuerdo estaba corrompido por la lujuria y la duda. No era merecedor de Erendy, o ¿sí?

–La cena está lista, solo recuerda no comer de más –comentó su madre.

Alister dejó de lado esas meditaciones, secó sus lágrimas y bajó lentamente, un poco molesto por el ruido que hacían sus tíos en el piso superior. Sin embargo, sabía que algo se había roto en él, que ahora una dualidad surgía: el bien y el malo juntos, tal como en el inicio. El joven confundido devoró su cena y fue a dormir para olvidarse de la congoja que laceraba cada rincón de su ser. Su mundo estaba cambiando, sobre todo el interior, y él no podía hacer nada para evitarlo. “Todo cambia”, había escuchado decir una vez a un viejo pringoso que se enfadó en el metro porque nadie le había dado una limosna. Y, antes de bajarse del vagón, aquel vagabundo posó su mirada en Alister, para sonreír y enseñarle su dentadura podrida. Alister intentó entonces darle unas monedas, pero el viejo negó con la cabeza y repitió: “Todo cambia, y hoy es el momento para el ave cuyo despertar interno trastornará su exterior”. Pasó el resto del trayecto intentando discernir el significado de tan enigmática sentencia, pero no le gustaba lo que creía dilucidar. Era como un presagio, pues curiosamente ese día fue el primero en que comenzó a desear de verdad a otras mujeres que no fuesen Erendy. Ese día, por vez primera, se masturbó recordando a sus excompañeras de la secundaria. Y, para su sorpresa, resultó mucho más exquisito y placentero que cuando lo hacía pensando en su novia, aquella pobre niña a quien creía amar, pero a quien no podía desear sexualmente.

Los demás días trascurrían con normalidad, en un sinsentido total, una vida común, una falsa existencia; un volcán que estaba a punto de hacer erupción se levantaba entre miles de sombras amorfas, acaso si se les pudiera llamar Belz. Finalmente, llegó el día del encuentro con el profesor G. Para Alister ya nada podía llenarlo por completo, y lo que otrora fuera un amor sin precedentes ahora se tornaba en una angustiosa carga, en la necesidad insulsa de soportar y resistir las embestidas de la furiosa tempestad que representa el sentirse atado y no amado.

–¿Se puede? ¿Está ahí, profesor G?

Alister tocó la puerta con tibieza, temiendo interrumpir la quietud de aquel cubículo donde yacían esos asientos viejos que tanto le fascinaban.

–Adelante, la puerta está emparejada solamente. Empújala, si eres tan amable.

–Buenas tardes, profesor G, espero no quitarle el tiempo. Usted siempre tan ensimismado en sus proyectos.

–No, para nada. Solo estoy preparando unas clases. Tú pásate, con confianza. Siéntate, cuéntame ¿qué buenas nuevas hay?

–Pues hay mucho, supongo; aunque nada considerablemente importante.

–Eso es bueno, soy todo oídos. Dime ¿qué ha acontecido en tu vida durante este periodo en que no te he visto?

Alister estaba ahora frente al profesor G, ese tan querido para él; no obstante, tenía dudas sobre si contarle acerca de sus nuevos sentimientos. Al fin, decidió que lo haría si la conversación se prestaba.

–Pues he estado en una lucha interna nada agradable. Digamos que mi corazón está dividido.

–¡Ah, caray! ¿A qué te refieres con eso? Se trata de algo sumamente delicado y peligroso.

–¿Usted puede darme algún consejo acerca del amor? –vociferó Alister con desesperación, como si aquel profesor fuese su salvación.

El profesor G frunció el ceño, y luego, en su envejecido y sabio rostro, apareció una ligera sonrisa. Era raro, casi nunca sonreía, siempre mantenía ese halo de seriedad. De pronto, recordó que también sonreía cuando aquel joven de ojos grandes y penetrantes asistía cada viernes a su cubículo para mantener extrañas y secretas conversaciones, pero hacía meses que estaba desaparecido.

–¿Profesor? ¿Está usted bien? Espero no haberlo incomodado.

–Sí, estoy bien, disculpa. Es que estaba pensando en un joven que me visitaba y ahora tú me lo has recordado, pero da igual. No creo poder ayudarte en esos asuntos, mi amigo, viniste con el menos indicado; no obstante, puedo escuchar tus ideas, si es que así lo deseas.

–Me parece perfecto. Sin embargo, debo advertirle que no creo conveniente que comente a alguien sobre lo que aquí expondré, pues son ideas que la mayoría de la gente consideraría impuras.

–No tienes de qué preocuparte. En este lugar han tenido lugar coloquios mucho más oscuros e indecentes de lo que te imaginas. Claro, indecentes para las personas comunes.

–Bien, eso me reconforta. Comenzaré por hacerle una pregunta. ¿Usted participaría en un trío sexual?

El profesor G sonrió nuevamente y ya casi se le imaginaba que aquel muchacho misterioso de hace unos meses estaba frente a él.

–Bueno, creo que no lo haría, pero tampoco lo descartaría. No lo considero algo malo, solo diferente de lo comúnmente establecido.

Es lo que yo digo. Las personas se engañan con una falsa moral, en el fondo todos somos así, somos animales y de los más insaciables. La religión y la moral han hecho creer a las personas que actos como esos son incorrectos, pero todos, muy en el interior, lo anhelamos.

–Y ¿qué te ha hecho pensar que todos los deseamos?

–Porque es parte de lo que el sistema nos ha impuesto. Imagine lo siguiente: están un hijo y su madre encerrados en una habitación, totalmente aislados del mundo. Poco a poco comienzan a provocarlos para que interactúen. Primero se les ordena desnudarse y luego, bajo más presión, copular. Parece simple, pero día con día se verán sometidos a un mayor nivel de estrés, hasta que no puedan resistirlo más y, entonces, ¡cometerán un irremediable acto de incesto!

–Muy interesante, aunque esa idea tiene un grave error. No hay muchas posibilidades de que un hijo y su madre quieran participar en un experimento así. Además, se necesitarían condiciones específicas que los conllevasen a necesitar la realización de tal acto.

–Pero esas condiciones se pueden simular, incluso crear de un modo sencillo. Solo se necesitan métodos para desquebrajar su personalidad, como el que usa la agencia del país más rico.

–Eres bastante curioso y eso representa un arma de doble filo. Pero ¿cuál es el punto final de tu planteamiento?

–Aún no está claro. Incluso en la biblia podemos encontrar referencias a actos sexuales ilícitos que dios aprobó. En todas las culturas hay eventos de esa calaña. Le aseguro que un padre cambiaría todas sus sotanas por poder follarse a una prostituta, aunque fuese la más barata. Una pareja que ha sido fiel toda la vida podría dar sus anillos de matrimonio por hacer un intercambio de parejas, aunque fuese solo un cuarto de hora. Una delicada y religiosa jovencita vendería sus libros y sus lentes porque un negro enorme la penetrara.

–Ya voy entendiéndote mejor.

–Y eso no es todo. También está la historia oculta de Lilith. Recuerdo que lo mencionó en una clase, pues la investigué. Pero no solo eso, nos estamos olvidando de las parafilias más ominosas y de las aberraciones sexuales más execrables. Pues, de alguna forma, eso forma parte fundamental de todos.

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Corazones Infieles y Sumisos


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