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Corazones Infieles y Sumisos XVI

Mientras el filósofo prosternado andaba hacia su hogar, rompió en llanto. Sus vívidas memorias sobre ese revolcón con Mindy lo atormentaban, y pensar en Erendy no servía ya de nada, pues todo se había ido al carajo. Se consoló pensando que, de cualquier modo, todo era un sinsentido. Sí, todo era una irrelevante mentira que todos solían creer, eso era la existencia. Detrás de él, merodeando como lo que eran, unas sombras risueñas y sátiras se regocijaban, parecían contentas y se retorcían infamemente. Cuando entró en su casa, Alister sintió cómo algo lo atravesaba por el corazón, pero algo no material, como una herida en otra parte de él, una más intrínseca. Miró entonces su pecho y una especie de tentáculo fantasmal, de un azul raramente oscurecido, lo había atravesado en verdad.

–¿Qué te ocurre? ¿Por qué has llegado tan noche? ¿Andabas de fiesta con tus amigos? Erendy te estuvo marcando –comentó su madre, ya más tranquila por la presencia de su hijo en el hogar.

–Es que un amigo nos invitó a su casa –mintió Alister, como últimamente era su especialidad–. Además, no es tan tarde, no debes preocuparte así.

Grande fue su sorpresa al observar el reloj detenidamente, el que colgaba de la pared. Se había duplicado el periodo que había calculado basándose en la hora que miró cuando regreso de aquella inexplicable realidad. Ahora le dolía algo más que el cuerpo, así que no mencionó una palabra, solo se despidió de su madre y se fue a dormir. Esa misma noche, en un lugar lejano, Erendy se durmió preocupada por Alister, pues este no había contestado sus mensajes ni sus llamadas, pero dicho asunto pasó a segundo término debido a que una dolencia de estómago intensa la aquejaba. Cuando finalmente logró conciliar el sueño, tuvo uno muy peculiar.

Se hallaba en una habitación tranquila, parecía ser una reunión lo que se llevaba a cabo. Había adultos y niños, como un cumpleaños infantil, todos reían y se divertían. De pronto, tres niños entraban y solicitaban un juego para comer, compuesto de cucharas, cubiertos y cuchillos. Los adultos afablemente concedían la petición de aquellos inocentes mocosos. Cuando sin poderse reconocerse, tan solo con una visión en primera persona, seguía a los niños, se encontraba con que estos cruzaban un pasillo muy gélido cubierto por bugambilias semicongeladas, llegaban hasta un cuarto y se encerraban. Ella decidía no molestarlos, pero, al cabo de unas horas, le parecía extraño no haber vuelto a ver a esos niños ni a los demás. Se dirigía al cuarto donde parecían estar reunidos todos los infantes, pero, al abrir la puerta, se llevaba una gran sorpresa: los cuerpos de todos los niños estaban mutilados de formas vomitivas e imposibles, destazados de maneras tan diversas y con cortes tan repulsivos que daba la impresión de que algo los había desgarrado desde dentro. Casi estaba a punto de vomitar cuando aparecieron de la nada los tres niños que habían ido a solicitar los juegos para comer.

–Pero ¿qué ha pasado aquí? ¿Qué ocurrió con esos niños?

Los tres sobrevivientes simplemente mostraban a Erendy los cuchillos y los cubiertos ensangrentados.

–¿Ustedes hicieron todo esto? ¿Cómo es que pudieron?

–No –respondió uno de ellos–. Nosotros no fuimos, solo ayudamos.

–¿A qué te refieres con eso? ¿A quién le ayudaron?

–Ellos estaban sufriendo –afirmó otro de los niños–. Ellos nos pidieron que los ayudásemos, que les sacáramos la cosa de su interior, porque los estaba quemando. Nosotros solamente cumplimos su voluntad.

–Ellos fueron desgarrados desde el interior, pero hicimos el proceso más rápido, les evitamos bastante sufrimiento –afirmó el tercero.

–Y ¿qué es eso llamado la cosa? ¿Está aquí aún?

–No lo sabemos, quizá sea solo una metáfora. Creo que se referían a eso –indicó uno de aquellos menores señalando detrás de Erendy.

Al virar, Erendy encontró ahí una especie de masa contorsionándose y burbujeando, de un tono muy oscuro, pero a la vez azul combinado funestamente con negro. Se trataba del mayor conglomerado de porquería que alguna vez hubiese visto. Sin duda, lo que más grabado se quedó en ella fue el extraño olor que desprendía esa cosa, mil veces más desagradable y repugnante que oler perro podrido. Y parecía que lo que se estaba pudriendo eran los sueños de aquellos niños destazados. Despertó sobresalta, agitada, sudorosa y sin poder recordar cómo terminaba aquel quimérico sueño. De algún modo, sabía que no terminaba allí lo que soñó, algo más acontecía, pero era incapaz de sumergirse en su memoria subconsciente para traerlo de vuelta. A final de cuentas, tenía esa clase de sueños y alucinaciones todo el tiempo, no era tan raro, pues siempre era atormentada por una posible esquizofrenia, o, posiblemente, algo más allá de este plano. Revisó su teléfono y, al ver que Alister no había respondido, decidió volver a dormir. Al fin, logró conciliar el sueño después de mucho esfuerzo, mientras reflexionaba sobre cómo podría interpretar aquel infame escenario.

Un nuevo día se asomaba, el sol irradiaba con fuerza. El día ya nimbaba y Alister, aún afectado por lo sucedido, despertaba sumamente adolorido y con la sensación de que su vida se acortaba misteriosamente. Decidió apresurarse, se bañó, ni siquiera desayunó y partió para ver a Erendy. En el camino, meditaba acerca de sus últimos años, tan controvertidos y en constante cambio. Para él, cualquier tipo de situación feliz no era sino un espejismo de la necesidad intrínseca del humano por satisfacer sus falsas percepciones del mundo. La espesa bruma que lo envolvía, y todas sus ideas, no podría alguna vez contarlo a nadie, ni a Erendy ni a su madre. En el fondo, corroboraba lo que tantas veces había leído: que, a final de cuentas, ningún humano es capaz de entender a otro, únicamente nos acostumbramos a ser escuchados.

–Mira ese periódico, esa noticia no la había visto, al parecer ocurrió apenas ayer. Pero ¿qué clase de funesto loco haría algo así? –balbuceaban unos mocosos que pedían limosna.

–¡Lárguense de aquí, niños! No ven que me espantarán la clientela; además, ustedes ni saben leer –replicaba un viejecillo amargado que era el dueño del puesto.

Pero los niños estaban pavorosos y ensimismados, incluso sin saber leer. Las imágenes eran tan sugestivas que seguramente tendrían con qué espantar el hambre un buen rato. Se leía entonces en el diario lo siguiente:

¡Le traía ganas y se la come!

En la madrugada del día de ayer, la policía, en la persecución de una huella criminal, halló un lugar donde se practicaba la magia negra y se rendía culto a antiguas deidades desconocidas hasta ahora. Al entrar, los agentes percibieron un olor tan pestilente que solicitaron apoyo y cubrebocas. Ya con todo el equipo listo y con los refuerzos, se animaron a entrar con más confianza, pero lo que estaban por atisbar en la profundidad de aquel sitio maltrecho y ruin era digno de una novela de horror de clase mundial. Encontraron ritos, libretas con oraciones en idiomas desconocidos y diversos instrumentos de tortura sexual, tal parecía que alguien disfrutaba explayando todas sus perversiones. Finalmente, en lo que parecía el cuarto principal, al abrir la puerta, fueron atacados por un enjambre de moscas alborotadas y luminosas, para contemplar después los cuerpos de diversas mujeres en avanzado estado de putrefacción; especialmente, una con quien parecía se habían divertido apenas la noche anterior, pues pendía de unas cuerdas, batida en mierda, con los cabellos arrancados, sin dentadura y los ojos se hallaban incrustados en sus senos.

Los análisis posteriores, inmediatamente realizados y publicados esta mañana, han revelado, a primera vista, que se ha practicado necrofilia con aquellos cuerpos putrefactos, pues hay restos de esperma muy recientes, además de que se ha practicado con ellos sexo anal, oral y lo más grave, ¡el depravado se comía a sus víctimas! Había una parrilla y diversos instrumentos de cocina donde descansaban dedos, brazos, piernas, narices, orejas, senos, labios vaginales, sesos, intestinos y toda clase de órganos en un estado tal que parecían estar dispuestos para comerlos, ¡algunos estaban asados y preparados con salsas, cremas y hasta hierbas de olor! Por ahora, eso es todo lo que han dicho las autoridades, no se tiene más información al respecto, no se ha logrado identificar a las víctimas por razones obvias de descomposición, pero seguramente los posteriores análisis lo lograrán. Únicamente se halló una pequeña esfera azul con un ángel llorando en su interior, pero nadie sabe de su procedencia, se sospecha que podría ser de la última víctima por la cercanía a su cuerpo.

Alister terminaba apenas de leer el informe, pero se ensimismó horriblemente. Había abierto el periódico, pues la curiosidad lo consumía, algo de ello le era raramente familiar, pero ¿por qué? ¿Qué había en toda esa calamidad estrepitosa que se relacionase con él? No lograba comprenderlo, pero tampoco salía de sus pensamientos. Esperó, podría llegar un poco más tarde con Erendy. Al fin y al cabo, ella estaría ocupada con sus labores. Decidió mirar con más detenimiento las imágenes, para lo cual compró el diario, ya vería cómo aprovecharlo más tarde, ahora eran otras sus intenciones.

–¿Dónde he visto esta esfera azul? –se cuestionaba–, en algún lugar cuyo recuerdo me es lejano. ¿Algún sueño quizá? No lo creo, me parece que se relaciona con una mano.

Los chiquillos siguieron pidiendo limosna y Alister dio unos cuántos centavos a alguno de ellos. En el cruce de las avenidas, una chica ciega se proponía atravesar cuando de pronto algo llegó como un relámpago.

–¡Quítate de ahí! Ya viene el camión ¡Oye tú! –gritaba desesperada una ancianilla a una joven de ojos vendados que parecía permanecer voluntariamente en medio de la calle.

El falso profeta se dispuso a salvarla, pero fue el momento en que ese relámpago fulminó su cabeza, llegó como un martillazo de magnitud incomparable e hizo rebotar todo en él. ¡Ya lo recordaba! ¡Ya sabía dónde había visto esa traicionera esferita azul con ese ángel llorando en su interior! ¿Cómo pudo haberlo olvidado? ¿Qué clase de memorias guardaba al igual que esta, tan escondidas en su subconsciente? ¡Esa infeliz mujer, la de aquella fiesta el viernes 24! ¡Pamhtasa!

–Pero ¿cómo carajos había terminado en ese sitio? –se cuestionaba enconadamente.

No lograba recordar con claridad lo acontecido aquel viernes 24. Tenía dolor de cabeza y rememoraba que esa mujer se había comportado de modo extraño después de un tiempo, parecía haber perdido la dignidad. Por esos derroteros discurrían las reflexiones de Alister, quien ya ni siquiera se preocupaba por la hora, se hallaba sumergido en un hondo océano que no lo dejaba tranquilo. No sabía cómo ni por qué, pero presentía conocer algo, un detalle, una memoria diáfana que solo él guardaba en su interior y que le conferiría el dilucidar al responsable de aquel sacrilegio sexual e inhumano. Ni en sus más recónditas fantasías había logrado experimentar tales delirios, o no estaba seguro.

La naturaleza humana se torna misteriosa en muchas ocasiones. Regularmente la ciencia y lo considerado aceptable logran explicar la mayor parte de las cosas mundanas; por otro lado, cuando se trata de trastornos o ciertos aspectos de la mente, se presenta una inmensa gama de posibilidades. La psicología y sus compañeras científicas no son eficaces en casos tan peculiares, pues su método generalista es contradictorio con la complejidad del pensamiento. Así como lo anterior, existían diversas ideas que revoloteaban en Alister, quien se encontraba siempre en un estado de persecución interna. No lograba entender la unión de las diversas corrientes filosóficas, ni tampoco fraguar su criterio respecto al conjunto de religiones y la tan recurrida e idolatrada ciencia. Le parecían banales las metas que las personas argüían tener, únicamente incrustadas en ellos por sus padres y el medio desde el nacimiento. Y, sobre todo, el tema de la sexualidad reprimida y los deseos más intrínsecos y ocultos en los corazones de los humanos lo atormentaban. Buscaba el entendimiento de una fuerza más allá de lo que las simples manos mortales pudiesen sostener.

Su mayor tormento tenía que ver con el azar, la suerte y el destino. Había escrito un ensayo sobre diversos temas, que pensaba extender a un tratado filosófico. Le entristecía saber que actualmente existen procesos rigurosos para la publicación de artículos según científicos, los cuales no contribuían al desarrollo de nuevas teorías e ideas. De este modo, su opinión tan diferente sobre la vida y, en general, cualquier cosa, quedaba de manifiesto en los ensayos que incansablemente escribía mientras todos en su casa dormían. Su habilidad para aprender era incomparable y constantemente se reprochaba a sí mismo, se exigía demasiado, se avergonzaba de sus deseos sexuales mal reprimidos y manifestados en masturbación excesiva y una excitación desmedida por la infidelidad. Se preguntaba si tales cosas, difícilmente sostenibles, vencían finalmente al cuerpo y lo convertían en un esclavo a merced de cualquier placer carnal y terrenal.

Indubitablemente, analizar el azar era su pasatiempo. Planteaba situaciones intrincadas en las cuales buscaba las respuestas improbables a sus conjeturas. Había estudiado probabilidad y el tiempo, en un primer intento científico por lograr tan anhelada comprensión. Más tarde entendió que esta concepción matemática utilizada por los físicos, ingenieros y demás vulgo científico no le conduciría a algo más allá de los escrito en libros. Por estas razones se había inclinado al lado filosófico, y, al ver que este lo jalaba hacia un agujero sin fondo, cayó plenamente en las fauces del esoterismo y el ocultismo, donde actualmente buscaba sin descanso la forma de predecir el futuro, de controlar el azar y el caos, de estudiar la entropía y que el tiempo fuese algo más que una dirección, un ciclo sería una mejor concepción.

En algunos de los ejemplos que se planteaba se imaginaba un choque automovilístico. En esta situación, tantas veces pensada, colocaba los factores en cierto recipiente, tales como el estado de ebriedad de los conductores, el clima, el estado de la carretera, etc. Todos esos factores en cierta forma podían depender del humano. Sin embargo, esto resultaba ínfimo a final de cuentas. La cantidad de factores que realmente las personas han dilucidado de la naturaleza es un chiste. Se hallan variables ocultas casi en cualquier parte. Entonces, una vez producido el choque, se cuestionaba si este había ocurrido aleatoriamente o si representaba la convergencia de una clase de destino. Justamente a esa hora se producía el choque, ni antes ni después, justamente esas personas encontrándose, ¿por qué no otras?, ¿por qué ellas? Tanta coincidencia era sospechosa. Al final, el tiempo y el espacio eran fútiles y engañosos.

De análisis como estos desprendían los altos en los cielos si todo cuanto acontecía en las vidas de los humanos era producto del azar o si se trataba de una telaraña o cadena de eventos que iban ligados y en cierta forma estaban destinados a ocurrir. Se complicaba el asunto si se agregaba el factor de dios o el de la modificación del sistema por parte del observador, si la voluntad jugaba algún papel. Y así, se perdía durante horas el exiliado, en paseos cuyo único fin era el de meditar sus pesquisas mentales, alimentar ese nihilismo y tratar de engañar al vacío existencial. Las dudas lo carcomían tan pronto como despertaba, quizá buscaba algo que no existía en esta realidad.

–Hola, ¿por qué tan serio? –inquirió una voz chillona que interrumpía los pensamientos del joven filósofo.

Al virar, Alister atisbó un rostro conocido, se trataba de Yosex. Qué extraño resultaba la aparición de su amigo cuando exactamente se encontraba meditando y formulando absurdas teorías en torno al azar, un tema intrincado y raro que pocos se atrevían a estudiar. Incluso, el asunto de la buena o mala suerte lo atormentaba día y noche. ¿Acaso azar y suerte eran sinónimos? Y ¿qué hay de la voluntad de nosotros y la de un posible dios? ¿Qué sería el destino sino el límite donde convergían todas las probabilidades para una misma entidad bajo distintos ángulos?

–¡Qué tal, Yosex! Hace ya unos días que te desapareciste. ¿Qué haces por aquí?

–Pues ya ves, amigo. Vengo a una entrevista aquí a la vuelta. Me encuentro buscando trabajo porque debo mantener a mi madre y mi abuela.

–Ya veo –afirmó Alister con indiferencia–. Suele pasar así, que uno debe vivir por otros, quizá sea ese un gran y filántropo engaño.

–Sí, tal vez. Yo por mi parte creo que debemos vivir y ya, siendo indiferentes ante un posible sentido o sinsentido. He estado cavilando acerca de mis deseos más profundos.

–Sí, desde luego, cuéntame más… –exclamó para seguir escuchando a su amigo.

–Me siento perdido, no tengo deseos de hacer algo en la vida, todo transcurre mientras yo me mantengo impertérrito en el absurdo.

–Pues ya somos dos entonces. No sé qué es más triste, si abrir los ojos o cerrarlos ante la vida.

Como por arte de una fuerza misteriosa, esa que Alister hubiese negado tanto y que probablemente el alma torpemente añora embeber, miró la mano callosa de Yosex. Algo ahí faltaba, algo que Yosex le ensañase con orgullo, un símbolo que ostentaba con placer y vanidad. La charla se prolongó durante más tiempo, conversaron acerca de temas escolares y cualquier otra bagatela. Finalmente, Yosex tuvo que partir para brindar una asesoría, cosa que realizaba extra a su trabajo debido a las necesidades de su familia. Hacía tiempo que necesitaba tiempo para sus proyectos, aunque no tuvo éxito, según contó a su amigo, misteriosamente nunca mencionaba cuáles eran éstos. Alister lo conocía demasiado bien, o eso creía; era un tipo perseverante a pesar de todos sus complejos y muy brillante en los asuntos académicos. De hecho, Yosex había sido mencionado honoríficamente en semestres pasados por ser el mejor estudiante de la universidad.

Ya pasado un tiempo de la partida de Yosex el aire se había tornado denso y una neblina infame cubría los cielos. Alister recordó, al fin, lo que necesitaba, ya sabía en qué sitio había observado esa peculiar esfera azul ¡Era la misma que Yosex portaba como pulsera días atrás! Pero ¿qué hacía ahí? ¿Podría ser una copia o…? Además, ¿por qué Yosex la tenía? Era la cuestión que llegaba nuevamente a su cabeza, como intentado huir de él mismo. Fue entonces cuando recobró plena memoria, y quizá más de lo que debería haberlo hecho. Inmediatamente resolvió asistir personalmente a la casa de Yosex y esclarecer con ello todo este asunto que recién hoy era publicado, olvidándose por completo de Erendy; tan solo envió un mensaje para avisar que quizás ese día estaría ocupado.

Con premura, se apresuró, y, mientras caminaba presurosamente hacia un destino recién originado, se sumió nuevamente en profundas elucubraciones. Abordó el transporte público consciente de que, al bajar, podría confrontar a Yosex y averiguar qué rayos estaba pasando. Una idea funesta surgió en su cabeza y resolvió no pensar en ello ni darle importancia por ahora. Justamente en esas estaba cuando los intrépidos giros que ocasionaba una fuerza misteriosa e imposible de controlar se impusieron. Esa misma energía que Alister suponía podía ser una mezcolanza entre una deidad superior, el azar, la suerte, la aleatoriedad, una telaraña de factores y sucesos dirigidos, una múltiple partición de un mismo ser y tantas otras concepciones y términos que invadían sus reflexiones; todo en conjunto se llamaba libre albedrío o, quizá, destino.

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