No pude ocultar la decepción en cuanto abrí los ojos y me supe nuevamente vivo en esta horripilante realidad. Todo aquello había sido solo un engaño más de mi trastornada mente: la muerte no era real, sino tan solo una vertiente más de la pseudorealidad para perpetuar el sufrimiento eterno de esta infame mazmorra existencial.
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Pretendemos constantemente embellecer nuestro presente y glorificar nuestro futuro sin sospechar que ya todo está arruinado de antemano, pues nos persigue y domina nuestro mediocre pasado.
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No sé quién es más insoportable: un niño o un anciano. Ambos son extremadamente molestos, requieren cuidados de lo más desagradables, solo dicen tonterías, hacen sonidos raros, son tremendamente estúpidos y, sobre todo, no saben nada de la vida.
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La incuantificable mediocridad del ser no es más que su condición natural definida bajo cierto contexto y esparcida por cualquier medio. Y, como es de esperarse, el ser volverá una y otra vez a tal estado sin importar cuán elevado piense que es o cuánto crea que valga. La verdad es que todos sin excepción somos meros accidentes del azar y nuestra inmunda existencia, cuanto más importante la creamos, más absurda será en el fondo.
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Al final, solamente se trata de los más tontos delirios humanos en cuanto a grandeza se refiere, pues la nauseabunda existencia humana en sí misma es algo ya sumamente inferior e intrascendente. ¿Cómo podría entonces surgir algo agradable o mínimamente hermoso de ella? ¿No sería incluso más oportuno erradicar a tan aberrante y ridícula especie en beneficio de las demás que habitan este triste y contaminado planeta?
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Desasosiego Existencial