Tener un hijo es la manera en la que, en contra de toda lógica, el ser perpetúa asquerosa y trivialmente su repugnante esencia. Es el modo en el que el ser prueba a sí mismo y al resto que no solo su vida es un fracaso, sino que ha tenido la vomitiva desfachatez de esparcir tal fracaso engendrando a otro infame ser igualmente condenado a la nada.
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¿De qué me sirve ser importante para otros si no puedo ser importante para mí mismo? Resulta evidente, así pues, que mi dolor interno siempre será mayor a los dolores y las alegrías de un mundo tan bestialmente absurdo y lamentable como este.
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Es natural que las personas busquen estar con otras, pues así enmascaran unas con otras su recalcitrante estupidez; más aún, la compenetran. De ahí que la gran mayoría odie la soledad, puesto que tal estado implica lidiar por completo con la tragedia que simboliza nuestra corrompida esencia.
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Hay quienes agradecen por estar vivos y hay quienes lo lamentan, pero la verdad es que no tiene importancia qué perspectiva tengamos de la vida, ya que para ella somos simplemente un efímero y execrable accidente cuya extinción es cómicamente inminente.
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Si analizamos el conjunto de estúpidas creencias, ideologías, costumbres y demás tonterías en las que el ser basa su inmunda existencia, entenderemos por qué la humanidad es, desde cualquier perspectiva, un sinsentido, un asco y un desperdicio.
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Desasosiego Existencial
