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Discordia refulgente

Será que muy pronto se doblegó la cuerda donde pendían los zarcillos en los cuales refulgía nuestra mutua adoración, y tan pequeña se tornó la sempiterna predilección que conservábamos intacta desde el principio de la fantasía. O tal vez quemamos, ignorantemente, el palpitante planeta tornasolado al cual nos transportaban los inefables ósculos intercambiados al devorarnos con pleno derroche de pasión e impostora querella. La realidad fue misericordiosa y se alejó; se atenuó para permitirnos el fraude, para creer que dos conseguirían el destino máximo fuera del alcance de cualquier mortal ciego y aferrado. Y es que no me importaba vivir si no atisbaba tu presencia, no requería ningún otro remedio para existir que saber de tu esencia. Eras tú mi única y mayor adoración, mi predilecta manera de morir y revivir instantáneamente mientras tu boca devoraba a la mía tras el quiebre de los universos tangentes. Todo parecía estar bien, pero la verdad siempre se contradice.

Era inmoral solicitar bienestar cuando en la agonía y en la penumbra se reconfortaba mi consciencia, cuando en las telarañas del olvido podía balancearme y experimentar mortecinos destellos de un amor enigmático y fallido. No obstante, jamás abandonaré la armónica oscilación y el arcoíris de inmanencia en el cual me deslicé al recorrer los místicos recovecos de tu mágico cuerpo. A pesar de ser solo un placer terrenal, algo que naturalmente nos incitaba a la unión en lo banal, me encantaba pensarnos en términos más elevados que el contacto físico; haciendo de este plano el medio para proyectarnos hacia el más sublime cielo. Aquí estoy, continua e insaciablemente intentando resucitar lo que la muerte hizo tan suyo en el devenir inexacto y estocástico del tiempo naufragado; permitiendo, asimismo, al dolor cebarse a cambio de visiones distópicas cuyo almizcle oprime mi corazón y atrae por segundos tu suave canción. Te extraño tanto, mas resultaría de pésimo gusto confesártelo.

Sé que será imponente caminar con las espinas lacerando el rumbo y los ángeles ocultando el futuro, aunque deberé hacerlo, pero ya sin tu conmoción. ¡Qué ingrato resultó ser el final de este amor, la panorámica fotografía de la irremediable convergencia en esta mísera dimensión ante la cual nos arrodillamos para pelear y buscar extinción! En dos ha sido repartida la casta del elegido, la protuberancia de la bestia divina, el chorro del pantanoso vacío fulgurando con la silueta de la que me enamoré en mi humana obnubilación. A ti te he amado desde el comienzo de los más vetustos eones y, aunque sea absurdo y desafortunado cometer tal imprudencia, no renunciaré jamás al encuentro mejor preservado. Estarás conmigo hasta mi última encarnación, recorrerás en mi interior la megalítica expansión tergiversada. Y entonces amaré sentirte tan mía como en este última y dual velada en la cual debemos vomitar todo lo aprendido y reintegrarnos con la nada.

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Locura de Muerte


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