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El Réquiem del Vacío 04

La ironía de este mundo abyecto es creer que todo lo que aquí yace va hacia alguna parte o tiene destino alguno. La verdad es que no, nada tiene sentido aquí ni en otra parte. Dudo que existan cosas como un cielo o un infierno, puesto que tales concepciones son producto de la ignorante mente humana, y cualquier cosa que de ella se desprenda no puede ni debe tomarse en serio.

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Vi a través de sus ojos que mi momento final estaba ya muy próximo y que prolongarlo no serviría de nada. Ya ni siquiera podía llorar o deprimirme más de lo que la vida me había deprimido y por eso sentía incluso alivio de que mi muerte fuera esta noche. ¡Qué satisfacción experimentaba al saber que nunca más tendría que volver a soportar a ningún repugnante humano, ni siquiera a mí!

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Enterré tu cuerpo temporalmente y juré que no volvería cometer tan delirante acto, pero no pude cumplir mi promesa. ¡Es que eras y eres aún tan jodidamente hermosa! No me importa si tus ojos han sido cerrados para siempre o si tu cuerpo está más frío que el hielo mismo. Yo te amaré por siempre, incluso más allá de la tumba. Mi obsesión contigo ni siquiera la muerte pudo detenerla, pues apenas el martes de la semana pasada volví a experimentar aquel necrófago y embriagante deleite: entrar en ti nuevamente.

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El altar del sacrificio estaba listo y yo ya no era dueño de mí mismo; era una insana presencia la que me dominaba durante aquellas psicóticas horas. Yo solo la veía obrar libremente desde el más abismal rincón de mi mente, encapsulado y sin poder luchar por recobrar el control. ¡Aquella carnicería, lo juro, no fue obra mía! No fui yo quien descuartizó sus cuerpecitos y quien devoró sus intestinos; tampoco fui yo quien decapitó a mi esposa y cubrió el jardín con su piel. No fui yo el monstruo que llevó a cabo todo esto, aunque ahora me encuentre batido de mierda, esperma y sangre. ¡Oh, dios! ¿Es que alguien podrá creerme algún día?

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Los sueños y la muerte no cesaban ni por un solo instante, tampoco la desesperación de existir. La locura había llegado para no desistir y mi cordura había sido raptada por el vacío. Nadie podía ayudarme y, ciertamente, no quería que nadie lo hiciera. Solo quería que terminara ya esta pesadilla existencial donde no soportaba ni el más mínimo sonido, donde me pudría lentamente en aquella alcoba demente. La desesperación era tal que creía que en cualquier momento tendría que salir a las calles y matar gente, pero me contenía aún. ¿Qué diablos sería de un pobre diablo como yo? ¿Había esperanza alguna para alguien que, como yo, había perdido todo deseo de vivir o morir? ¿Quién se apiadaría de mi infame alma? ¿A dónde iría yo a parar si no al infierno? ¿Qué me hacía seguir aquí? ¿Por qué no me podía matar todavía? ¿Quién era yo? ¿Qué era este mundo? Y ¿por qué o para qué se supone que algo de todo esto existía? ¿Por qué yo tenía que seguir aquí?

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El Réquiem del Vacío


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