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La profecía

Pasando por la barrera la luz elevó la sombra en el sonido del viento, cruzando líneas imaginarias y figuras indescriptibles en el terrible y agónico formato tridimensional. Asciende tu imagen, la luminiscente estrella del suicidio me acerca hacia ti; aunque sea solo una quimera mantenerte dentro de la máscara intrínseca. Sea el firmamento de esta noche lúgubre lo más divino que mi humanidad vomitiva contemple o sea real la última caricia que tatuó en mi piel la contradicción de tus visiones, yo hoy me olvido de todo. El componente y el místico sermón son mucho más de lo que mi soledad puede abarcar. Solía tomar tu mano y recitar el mantra, formar la cabeza con tres rostros e infinitos ojos: la única trinidad verdadera, la conflagración de la unión ascética que dibujó los voluptuosos soles cuyo resplandor despertó en nuestra consciencia un olor parecido al del amor. Nuevamente y de manera natural todo resulta ser un engaño más de la pseudorealidad.

Recorro con dolor y cierto aturdimiento las variantes y los bosques dorados en donde tu fantasma aún vaga y me llama para intentar amarte. Memorias que no se van, que se clavan en la cima de las montañas, que me hacen recordar el hechizo que construyó en su momento la entelequia del mundo perenne; insoslayable para los dos amantes supremos. Soy únicamente un mono que paulatinamente reemplazó su realidad por una fantasía catártica, por un trozo de universo modificado por la exangüe llama del dolor humano. Toda espera me mantiene impertérrito en los minaretes donde la luna comió de los trajes abandonados y bebió el néctar expelido por el majestuoso intercambio, por la emancipación de lo alado entre tú y mis delirios. Frenéticas sombras se agitan mientras la profecía es recitada en el templo cósmico, pero ya no te observo desde las alturas. Ya no parece fulgurar tu corazón cuando el mío lo llama y no sé si puedo seguir existiendo sin tus caricias sagradas.

Sé que he complicado mi propio destino, que el vacío culminará y deformará lo que destruyó la absurdidad por defecto enclaustrada en nosotros dos. Si pudiera, intentaría decirte que te amo, que alguna vez en algún universo lo nuestro podrá ser eterno. Si consiguiera tan solo llegar hasta tu origen y recalcar las posibilidades, evitar la huida y despedazar el amanecer que viene ya. Triste y melancólico persigo con ahínco tu fantasma, nostálgico y mohíno observo cómo se tuercen los designios que ambos hemos aceptado. Quisiera que fueses humanamente feliz, aunque para eso tengas que destruir y enterrar por siempre el mundo que juntos profetizamos como vida. Pero ¿qué es la vida sino un sueño atroz? Y ¿qué es la muerte sino la más sublime de todas las ilusiones? Contigo aprendí tantas cosas que incluso el misticismo más elevado no significaría nada a tu lado. Suenan los últimos acordes de este descompuesto dilema y no puedo sino mantenerme indiferente ante tus lamentos.

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Locura de Muerte


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