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Manifiesto Pesimista 30

Justamente ahí, en los momentos finales de mi vida, experimenté una profunda y aterradora melancolía. No sabía por qué, pero de alguna manera quería simplemente corregir cada acto maligno o estúpido que había realizado, aunque sabía que era imposible. Es más, ¿no era el mero acto de vivir también así? Pero ahora ya nada de eso tenía relevancia alguna, pues en cuestión de minutos todo fundiría a negro y mi dolorosa existencia alcanzaría su última redención. Después de todo, mi muerte y mi vida eran lo mismo: nada.

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Tal vez solo en la muerte podemos tener un indicio de lo que es en verdad la vida. Sí, quizá solo en esos últimos instantes podemos apreciar en realidad todo lo que jamás pudimos en el transcurso de nuestra irrelevante existencia humana, pues siempre nos hallaremos demasiado consumidos por la pseudorealidad como para reflexionar o apreciar algo de modo sincero.

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Pensaba entonces en lo vano y efímero que era todo, en lo jodidamente intrascendente que era la humanidad, el mundo e incluso yo mismo. ¿De verdad todo esto tendría un sentido? ¿Serviría de algo? ¿Por qué no podía saberlo ahora? ¿Por qué debía vivir y luego morir? No importaba cuantas preguntas me hiciera, nunca había respuestas. Y cada día estaba más confundido, solo y loco, engrosando más y más la interminable cloaca de incertidumbre en la que divagaba sin sentido alguno, y añorando con todo mi ser poder colgarme cuanto antes.

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Amar unos momentos, como la mayoría lo hacemos, es fácil. Pero amar por siempre, como nadie lo hace, es algo demasiado complicado, acaso imposible, acaso inhumano…

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¿Cómo puede ser valiosa una vida como esta donde lo único que sabemos con certeza es que moriremos? No, la vida desde luego no es para nada buena. Más bien, la muerte es lo único bueno que realmente tenemos y lo único para lo que hemos sido diseñados.

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Manifiesto Pesimista


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