No hay otra forma de soportar esta nefanda existencia más que con las más recalcitrantes mentiras. Así es como la gran mayoría de la humanidad ha vivido y muerto hasta ahora: en el autoengaño más nauseabundo. ¡Pobres diablos, si tan solo pudieran alguna vez percatarse del inmenso absurdo en el que se suspenden su miserables y patéticas mentes!
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Cada vez que pienso en el mañana, el hoy se torna aún más tortuoso. Cada vez que pienso en el ayer, el hoy se torna en el sinsentido más tormentoso. Por eso ya no quiero pensar en el pasado ni en el futuro, pero el presente es algo que no puedo tolerar de ninguna manera. ¿Qué otra opción me queda entonces sino matarme esta misma noche en esta sombría y solitaria habitación?
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Un dios que fuera realmente justo no dudaría en acabar con este repugnante mundo y con sus aberrantes habitantes. Tal entidad divina, desde luego, existe solo en nuestra triste imaginación, pues es ahí donde podemos fantasear con la inexistencia absoluta y con suicidarnos (ahora sí) el próximo domingo.
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La verdadera tragedia es que esta existencia continúe a pesar de ser tan asquerosamente insustancial y patética, pero tal vez la tragedia es la principal característica de la creación misma; sobre todo si tenemos en cuenta que cada acto y/o pensamiento en esta realidad es siempre producto del caos más absurdo.
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El amor es, al fin y al cabo, solo otro tonto mecanismo para asegurar la supervivencia de esta nauseabunda raza. De hecho, todo aquello que tenga que ver con lo humano no es sino sinónimo de decadencia e intrascendencia. Lo mejor sería que algo o alguien destruyera este mundo por completo y sellara así nuestra funesta agonía por la eternidad.
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Cualquiera que propague la vida está cometiendo un pecado digno solo de los más bajos círculos del infierno, pues perpetuar esta humana miseria debe ser un pecado para el cual no sea suficiente ningún castigo existente.
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Manifiesto Pesimista
