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Sublime Libertad

Un canto despertó al sujeto que dormitaba bajo el seno de la hermosa diosa que en su humana forma había trastornado la mente del mortal guerrero. Antes de abandonar la guerra, preferiría obtener los más crueles golpes del destino, pues ello significaría renunciar a la belleza que en su forma divina encontraba. Y es que renunciar a la guerra era renunciar también a la vida, y, aunque le repugnaban ambas cosas, sabía que desistir no era una opción. En sueños sonreía cuando se visualizaba suicidándose, de tantas maneras que al despertar creía saludar a la muerte. El dolor de sentir la daga en su vientre o la cuerda lacerando su cuello, de percibirse ahogándose o quemándose, o incluso arrojándose de la montaña más alta, todo le satisfacía sobremanera.

Sin embargo, si moría, podría ser que nunca más contemplase de nuevo su forma divina, a la que en el preludio del amanecer había matizado con la imagen elevada de la diosa del tiempo. Y, queriendo nunca olvidarla, continuaba en innumerables batallas, aniquilando tantos elementos del sinsentido en que transcurría su vida. Pero el guerrero, que siendo un jaguar buscaba la libertad de un águila, continuó su lucha hasta que la eternidad le convirtió en un infinito canto del mañana, en el oráculo de la diosa por la que no podía rendirse. Y un día, cuando ya no resistió ni un instante más la guerra ni la vida, cuando se cansó del monótono transcurrir de su existencia en un mundo tan putrefacto donde reinaban una conjunto de monos parlantes de naturaleza extinguida, se entregó felizmente a sus sueños.

Así, atravesó las formas más relucientes y espléndidas de la muerte, que terminaron por consumirlo y arrancarle el aura. Al fin, cuando llegó con la diosa, en el mundo más allá de la tragedia, cuando alcanzo a la mujer que tanto llegó a amar, se percató de que esta se había ido. Sí, ella no había sido sino una utopía, una que le ayudó a sobrellevar la vida, que lo amó tanto por no haberse rendido, pero que ahora ya no podía seguir a su lado. Comprendió entonces que, al terminar la guerra, su corazón se había enfriado. Supo que, al acabar con su vida, había renunciado al amor de aquella su fantasía, pero había ganado su alma liberada, de tal hermosura sempiterna que reinaría inmortalizada cuando sus alas se elevaran y anunciaran su sublime libertad.

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Anhelo Fulgurante


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