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La Agonía de Ser 57

Sin embargo, antes de morir, sí que habrá, de un modo u otro, sufrimiento y aburrimiento. La cantidad de cosas malas que experimentaremos siempre superarán a las buenas, de ahí que esta existencia no valga la pena en absoluto. Finalmente, se presenta la muerte como un consuelo algo tardío si es que no fuimos afortunados para suicidarnos. Así, retornamos a la nada de donde jamás debimos haber salido; retornamos a la implacable fuente de la cual por desgracia tuvimos que escindirnos. Quién sabe si entonces podríamos al fin reconocer nuestra esencia en su forma más pura o si todavía quedaría algo más por desprender. Y puede que incluso ahora nos estemos alejando cada vez más del punto de encuentro, de la integración divina mediante la glorificación de lo artificial y lo humano. Quizá todo lo que hemos creído, anhelado y esperado no es sino fiel reflejo de nuestro contrito y deprimente interior; tan sediento de algo imposible de encontrar en las patrañas del mundo exterior.

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Mucho más importante que pensar en lo que haremos con nuestras vidas, es el pensar cuándo nos quitaremos al fin la vida. Creo que esto último es mucho más sincero y al menos está más bajo nuestro control. De todos modos, intentar hacer algo con nuestras vidas casi nunca sale como lo queremos y, entre más luchemos contra los obstáculos en el camino, más sufrimiento nos causará esto. Al final esta vida es una completa estupidez, algo que ni siquiera elegimos, pero que ahora debemos experimentar y padecer hasta el día final. No veo nada que nos impida rechazar esto, embriagarnos con el encanto suicida y proclamar nuestra nueva y eterna libertad en los brazos de la muerte.

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Las supersticiones de las personas y la absurda necedad con la que se aferran a ellas son la prueba más fehaciente de la ignorancia y estolidez que imperan en la humanidad. Poco a poco esto irá convergiendo en una espiral de sinsentido y desesperación del cual difícilmente podremos o incluso querremos escapar. Las cosas están peor de lo que creemos y no sé cómo es que este mundo completamente putrefacto e irreal puede seguir en pie. ¿Cómo es que nosotros podemos seguir en él? ¿Para qué nacimos en primer lugar? ¿Creeremos todavía esos cuentos de que nuestro sufrimiento en este lugar sirve de algo? O ¿no será quizá que sencillamente nos encanta disfrazar nuestro infinito malestar con todo tipo de ideologías y ensueños nauseabundos? Buscamos tanto en el exterior, nos cobijamos detrás de tantas quimeras y nos arrojamos desmedidamente a las cosas materiales y los seres carnales… ¿Cuál es el propósito detrás de esto sino intentar llenar un vacío en nuestro interior que acaso nada ni nadie podrá jamás llenar?

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Debemos agradecer siempre un día más de vida, puesto que es una nueva oportunidad de suicidarnos. Claro que ya hemos arruinado muchos días, si no es que nuestra vida entera, al seguir respirando. Aún no hemos encontrado la respuesta a este acertijo y probablemente nunca lo haremos. Estamos inmersos en una contradicción palpitante de infinitos escondrijos, cada uno más avasallante y demente que otro; cada uno con nuevos y desgastantes sufrimientos que harán de nuestro espíritu un trapo viejo y sucio. Aún no hemos conocido los límites de nuestra agonía, todavía está por venir lo peor. ¡Ay, si pudiéramos vislumbrar por completo en qué clase de existencia estamos atrapados, nos explotaría la mente al instante! Por suerte, nuestras limitadas capacidades nos impiden la mayoría de las veces sumergirnos en tal abismo y, con ello, nos salvan de saborear la triste y sórdida realidad.

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Tener un hijo es como defecar en un excusado al que no le cabe ya ni un pedazo de mierda más. Sabemos que no está bien, que no deberíamos hacerlo y, sin embargo, ahí vamos como idiotas sin criterio engendrar otra horrible criatura cuya absurda existencia sería mejor haber evitado. En el caso del hombre, indudablemente es su imperante impulso sexual el que lo lleva a cometer este tipo de atrocidades y muchas más. Pero, en el caso de la mujer, ¿qué le lleva a cometer este desvarío? Supongo también tiene que ver con cierto impulso o anhelo implantado; con la falsa necesidad de proteger a otro o de acondicionarlo. En ambos casos, supongo, es evidente que la procreación de un tercero es el ego humano en su máxima expresión; pues se trata del irrefrenable deseo de perpetuar lo que naturalmente está destinado a morir.

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La mayoría de las personas no merecen ser comprendidas, escuchadas y ni siquiera vistas por nosotros, puesto que son tan patéticas, ignorantes y absurdas que destinarles el más mínimo ápice de nuestra atención sería una absoluta pérdida de tiempo. Peor aún, sería un insulto para nuestro amor propio. ¿Qué nos importan a nosotros los problemas, preocupaciones o dilemas del resto de monos parlantes? Ya suficiente tenemos con nuestra propia existencia, horrible en sí, como para todavía empaparnos de la de otros. De cualquier manera, la misma pregunta planteada en cuanto a la existencia permanece latente en cuanto a establecer vínculos de algún tipo con otros: ¿para qué?

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La Agonía de Ser


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