La corrupción del amor sería comprensible si el ser se conociese tal y como es en lo más oculto de su verdadero yo: un obsesivo homicida. Por desgracia, al ser le encanta autoengañarse y aparentar siempre lo que no es ni será.
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Aquel extraño ser sabía que, en el fondo, era adicto a la infidelidad porque era lo único que todavía le hacía sentir vivo. Sin embargo, era incapaz de confesárselo a su esposa porque sabía que su decadente amor era el único motivo para que ella siguiera viva. Entonces tendría que matarla con sus propias manos: las manos de un vil asesino oculto durante tanto tiempo.
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La decadencia espiritual es una entelequia solamente, una aberrante invención de aquellos imbéciles que aún creen en una raza tan nefanda e ignominiosa como la humana. La verdad es que el ser es naturalmente vil y malvado, diseñado para adorar la lujuria y el pecado; pero nos hemos negado a aceptar lo que realmente pensamos y somos. De seguir así, probablemente esta realidad no será otra cosa sino un inmenso conglomerado de mentiras; aunque acaso ya lo sea.
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Nos hemos negado a mostrarnos tal cual somos: sin prejuicios, leyes, normas, mandamientos o castigos; sin esos espejismos insanos en los que la pseudorealidad nos ha reflejado. Quizás incluso el mundo sería un lugar menos cruel y absurdo si aceptáramos nuestra auténtica esencia y retirásemos de nuestro infecto rostro unas cuántas máscaras de las tantas que cotidianamente nos fascina colocarnos.
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La libertad es el símbolo de lo que se considera actualmente malvado, es el comienzo del espíritu más sublime. Lo dionisiaco y lo apolíneo nunca estuvieron tan confusamente mezclados y tan desesperadamente desgarrados. El ser se halla en su punto de máxima contradicción y es muy probable que de ahora en adelante todo empeore… ¡Mejor que así sea, pues de ese modo podremos contemplar por fin el colapso de este absurdo sistema y de nuestra propia miseria!
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Nadie sabe por qué ni para qué está en este mundo, pero se asume que debe existir respuesta a estas interrogantes. De hecho, de ahí nace el sentido que supuestamente posee la trivial existencia humana. Es solo un axioma que adoptamos para justificar nuestros actos y pensamientos, para pretender que nuestro vacío (interno y externo) puede ser un poco menos abrumador. ¡Cómo si esto fuera posible! ¡Cómo si la raza humana y todos sus elementos no fueran únicamente emblemas de la más infausta intrascendencia!
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Obsesión Homicida