En realidad, nunca existe un camino distinto. E, incluso lo que se cree estar en contra del sistema y acercar a la espiritualidad, termina por ser parte del mismo delirio. Pero es también común que los seres humanos no lo noten y se vean arrastrados por supuestas verdades más grandes, aunque solo sean sagradas mentiras. La pseudorealidad es demasiado poderosa, tanto que fácilmente puede hacernos caer en sus múltiples artimañas una y otra vez sin que siquiera lo notemos. Vivir cegado resulta sumamente fácil y adecuado para quien no busca superarse o trascender, porque entonces solo las cosas de este mundo terrenal le parecerán relevantes y solo a ellas se entregará en la cúspide de su errónea y absurda travesía.
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Un ser humano, por naturaleza, es miserable, absurdo y banal. La verdadera misión, antes del suicidio sublime y encantador, es evolucionar y superar esa asquerosa humanidad. De otra manera, la muerte es tan patética y ridícula como la vida. Tal es, no obstante, el caso de la gran mayoría que parece solo haber existido sin ningún sentido y para cometer la mayor cantidad de tonterías y blasfemias posible. ¡Cuán experto es el mono parlante en fingir lo que no es y en aparentar lo que nunca será! Sus caprichos no son para nada significativos y sucumben más bien ante la ingenuidad de sus perspectivas. La muerte le parece malvada, pero es solo porque cree en su vida como algo que merece y que debe controlar en todo momento. Otra argucia más entre muchas más; otra vez el columpio está a punto de romperse y el niño ataviado de adulto será arrojado sin compasión hacia la caverna de las ilusiones carcomidas.
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Qué trastornado debe ser matarse a uno mismo por miedo a perderse en su propia mente, pero es más común de lo que se piensa. Quien nunca ha concebido esto es porque nunca ha querido conocerse a sí mismo sinceramente. Los peores monstruos y pesadillas constantemente viven en nosotros y no en el exterior, aunque prefiramos siempre creer lo contrario. Quien pudiera hurgar en su interior el tiempo suficiente y con la profundidad adecuada, terminaría por apuñalar su sombrío reflejo y por comerse los pedazos quebrados de aquel maldito espejo en el que se proyectaban tantos rostros detrás de los cuáles se parapetaba solo el infierno.
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No sé de qué estar más asqueado y decepcionado: si de la existencia de la raza humana o de haber nacido siendo parte de ella. En cualquier caso, lo más adecuado y hermoso sería el inefable fulgor obsequiado por el suicidio sublime, permitirse la travesura de coquetear con la muerte solo un poco más hasta haber olvidado el amanecer que deprime y sacude las entrañas con brutal cotidianidad. La náusea y la desesperanza parecen entonces mezclarse de un modo tan perfecto y adecuado que cualquier patético intento por escapar de su sórdida persecución resultará en una caída directa en el abismo de la ironía y la melancolía. Incluso para correr uno debe antes tomar fuerza y comer bien, y eso es algo que yo ya no puedo hacer. Estoy tan cansado de huir que ya ni siquiera considero valioso el intentarlo otra vez. Mejor de una vez sumergirme en mi agonía y conocer la sinfonía que habrá de manifestarse como sabiduría fúnebre y caos primordial. De todo esto, ¿qué se ha obtenido hasta ahora? ¿Es que podríamos afirmar que la existencia ha sido lo mejor que nos ha pasado? Es una obligación, más no una necesidad; es todo lo que tenemos, más no todo lo que podríamos tener. Pero basta ya de insignificantes pantomimas, basta ya de discursos incoherentes. ¡Basta ya de mi mente escupiéndole a la tristeza sin que la saliva llegue a impactar jamás!
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El amor es lo más cercano a la muerte, pero mucho menos verdadero y mucho más corrosivo para el espíritu. Amar resulta en una tontería mayor que la de haber nacido, porque se realiza con un cierto grado de consciencia y éxtasis emocional. Sabemos que terminará de la peor manera, pero ahí vamos en nuestra natural condición de mulas apestosas. Quizás en el fondo somos adictos al drama, a la fragilidad del corazón y a todo lo que nos haga sentir vivos con el único fin de cerciorarnos de que aún no hemos muerto. Al menos la muerte, suponemos, no se llevará lo mejor de nosotros; porque eso ya se lo hemos dado (y a mucho placer) a la vida. Aunque esta, ciertamente, no es para nada una mujer en celo ni mucho menos.
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¡Qué complicado parece el intento del humano por tener sentido y por sentirse superior al resto! Y cuán banal y nauseabunda es la manera en que finge conseguirlo, siempre a través del dinero, el materialismo y las mayores bagatelas que, en su vil y pérfida naturaleza, parecen satisfacerlo. Me pregunto si en el fondo en verdad somos felices mediante tales ardides o si, como he barruntado últimamente, solo tenemos miedo de no volver a sentir nada que pueda robarnos una sonrisa en un mundo donde las sonrisas se fabrican y se comercializan como el cántico de la salvación. Pero ¡qué vamos nosotros a saber sobre eso! ¡Qué va a saber el ser humano de felicidad, libertad o verdad! Si evidente es que tales conceptos son para el algo de lo cual nada quiere saber y de lo que prefiere verse liberado con tal de no reflexionar sobre la cárcel más cruel.
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La Execrable Esencia Humana