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Oposición

Las manecillas giraban absurdamente y todo indicaba que, en los próximos minutos, se detendría para mí lo que había conocido como vida. Este concepto, pese a ser lo que supuestamente albergaba mi material composición, era absolutamente ajeno a mí. Si tuviese que describir que había sido la vida para mí, diría que todo se reducía al tiempo; sí, a uno que se había detenido abruptamente, de manera opuesta al que ahora marcaría mi momento final. Sencillamente, ningún propósito fue real para un sujeto como yo; hartazgo e ignominia fueron los elementos que siempre rigieron mi existencia, si es que acaso así se le puede denominar a la vacuidad y futilidad en que me suspendía diariamente. Estaba tan cansado de todo: del amor y la belleza, de la naturaleza y la música, incluso del arte y la poesía; así como también privado de la literatura y la filosofía. ¡Ya nada quedaba para mí, pero esto no me desanimaba! Al contrario, me sentía muy feliz porque pronto moriría.

Había cultivado dichas actividades porque creía que podrían darle un sentido menos miserable a la vida, a esta falacia de miseria universal y adimensional que solo amalgama problemáticas infinitas que se perpetuaban más allá del ciclo eterno de absurdas reencarnaciones. Había sido músico, poeta, pintor y escritor; al fin y al cabo, renuncié a tales sensaciones, pues, aunque me cautivaban, bien sabía que, en el mundo humano donde reinaba la irrelevancia, era un desperdicio emprender dichas llamas de sublimidad. Acaso solo en la muerte hallaría un fantástico regocijo al saborear lo que tanto me había sido negado en este paradójico cementerio de sueños rotos, y en verdad anhelaba tanto que así fuera. El tiempo había marcado la constante preocupación desde que fui consciente y estúpido, desde que abandone las actividades elevadas y me rebaje a ser un humano más; totalmente desprovisto de genialidad y sutileza. Yo ya no era yo, ¿quién era entonces? 

Y ese mismo reloj se despedazaba ante mi vista descomponiéndome en retorcidas y maltrechas figuras de complexión efímera, evaporando la última de mis superfluas resistencias. Ese cósmico retrato que siempre avanzaba y que, con cada uno de sus distantes y trémulos destellos, me acercaba hacia el más bucólico de todos mis tormentos. La existencia no era sino la peor pesadilla en la más sádica ironía de todos los dioses. La decisión estaba tomada, no había marcha atrás; no obstante, cuando faltaba tan solo la más insignificante de todas las milésimas, el tiempo se detuvo y supe que, sin tener voluntad ni barruntar conjetura alguna, me hallaba más allá de la inexistencia; aunque desnudo y completamente trastornado. ¿Es que era imposible abandonar este frenético estado? Tanto había deseado desaparecer de la vida que ahora me abrazaba a ella para contenerme entre sus aburridos pasadizos, alejándome y privándome de la única posible salida. 

***

Repugnancia Inmanente


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