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La Esencia Magnificente I

El día nimbaba y una mañana como cualquier otra comenzaba para Leiter. A decir verdad, se sentía inundado por ideas que atormentaban su cabeza. Había asistido con un psiquiatra hacía tiempo, pues un recuerdo espantoso no lo abandonaba nunca. Recordaba que había sido una pesadilla, luego se implantó como una necesidad mental. Fue ahí cuando el psiquiatra dijo que era un caso agudo de trastorno obsesivo-compulsivo. De hecho, esto contribuía a aumentar su rinitis aguda, que recién había comenzado a tratarse también. Solo asistió un par de semanas a sus terapias, luego todo le pareció ridículo y sin sentido, tal como la existencia.  Lamentaba tener que gastar su dinero en esas cosas, todo era para él un gasto innecesario. En su vida privada, ciertamente, no tenía amigos. Era un lobo solitario, siempre aislado de cualquier grupo que se conformara el colegio. Pero así era él y así le gustaba, disfrutaba su soledad y hasta la tomaba como una bendición. Nunca había tenido novia, se había enfrascado en la ciencia, que era todo para él. O, al menos, lo había sido hasta hace un tiempo, hasta que comenzó a percatarse de la verdad. Así solía llamar a ese estado de inquietud interna que tanto lo desquiciaba.

Pero la mañana ya había comenzado, y Leiter seguía recostado en cama, plenamente consciente de que se le haría tarde, aunque siempre llegaba tarde. Desde que tenía memoria, nunca había llegado temprano a una reunión. Tal vez por eso tuvo tantos problemas en la escuela, o probablemente se debiera a su forma de pensar, tan compleja y extraña que casi nunca solía expresarla. Se levantó de mala gana, como si le molestara respirar y seguir vivo. Ahí en su habitación se sentía bien, pero era algo ilusorio. Era la primera vez que tenía un cuarto, ciertamente, pues, debido a los problemas familiares, pasó su infancia y su juventud en casa de su tía. Pasó a la cocina, que era compartida por los demás investigadores, siendo él el más joven en toda esa masa de intelectualidad. Se preparó un emparedado y se sirvió un vaso de leche fría, tan fresca que se bebió toda la caja. Luego, sintió remordimiento al recordar cuando su amigo Abric le contaba sus extrañas teorías.

En particular, había una concerniente a la comida, que indicaba que absolutamente todo lo que venía en un empaque, lata o una envoltura era solo basura. Incluso los vegetales y las frutas ya no eran naturales, sino transgénicos. Lo mismo ocurría con la carne, el huevo, la leche y demás, pues los animales eran dopados para incrementar la producción. En resumen, todo cuanto el humano consumía lo mataba lentamente. Enfermedades como el cáncer o la diabetes habían tenido un crecimiento indecible desde que las personas comenzaron a consumir en mayor medida todo tipo de productos que se vendían en el supermercado. Entonces ¿qué hacer? ¿Qué comer si todo era cáncer y enfermaba? No había de otra, se tenía que consumir esa basura, pues sino solo restaba la muerte. Lo cual, ciertamente, a Leiter no le parecía una mala idea.

Haciendo de lado tales pensamientos, que constituían un gran capítulo del ensayo que escribía su amigo desaparecido, Leiter terminó su emparedado para plantarle cara a otro odioso día. Con nostalgia, rememoraba que hasta hace pocos meses vivía todavía con sus padres. Tenía la ventaja de que, a pesar de los problemas, ellos siempre se habían preocupado por él. Sin embargo, esa vida había alcanzado su fin. Sin duda, el centro de atención era Leiter, sobre todo cuando afirmó que estudiaría matemáticas. Al comienzo, sus padres cuestionaron su postura, esperaban una carrera mejor remunerada, pero luego lo aceptaron y se enorgullecieron al ver que se había quedado en la escuela más prestigiada de la región.

Y, en fin, así era como había transcurrido su vida universitaria, encapsulado en ese mundo de teoremas y demostraciones. Incluso, cuando en segundo año sus padres perdieron la casa y se refugiaron con sus tíos, Leiter no flaqueó y se esforzó más que nunca. Algunas chicas lo habían invitado a salir, y se había besado con una que otra, pero nada serio, nunca tuvo una relación por considerarla una pérdida de tiempo. En sus tiempos libres, al igual que los demás chicos, se entretenía con series, películas y videojuegos. Por desgracia, tras haber conocido a Abric, su vida pasada le resultaba insoportable y miserable. Justamente, rumbo al final de la universidad, sus padres se mudaron, pero él no pudo irse con ellos. Había conseguido ser aceptado en el programa de posgrado del centro de investigación Las Tres Luces de la Verdad.

Esto era inimaginable, jamás había ocurrido. Todos los que quisieran entrar ahí debían pasar numerosos filtros, entre los cuales se contaban entrevistas, exámenes y ensayos. El proceso era largo y solo muy pocos eran aceptados. La razón de tal prestigio residía acaso en sus suntuosos programas de investigación que incluían viajes por todo el mundo, estancias en centros de realce donde no solo conocerían, sino podrían tomar clases con las mentes más brillantes del globo, los seres más versados en ciencia y tecnología, cuyos nombres aparecían en numerosas revistas de gran renombre. Y, en resumen, estar en tan magnificente centro significaba todo para los amantes de la ciencia.

Para Leiter fue demasiado fácil el asunto. Había pensado, desde que comenzó la carrera, que trabajar no le agradaría. Pasar casi todo el día en una oficina, realizando las mismas labores periódicamente, no tenía sentido para él. Además, su mente brillante se atrofiaría si no continuaba ejercitándose en problemas matemáticos cada vez más complejos. Por lo tanto, le fue comunicado que, debido a que había sido el mejor alumno de la generación, con un promedio de diez cerrado, su ingreso en el posgrado era ya un hecho. El único impedimento era que el programa exigía forzosamente un periodo de medio año como ayudante antes de ingresar a las clases oficiales. Desde luego que esto incomodó a Leiter, que tan acostumbrado estaba a depender de sus padres. Fue un duro golpe, especialmente porque su padre ya le había asignado una habitación en el nuevo hogar, pero al final cedió. Entre llantos y quejidos, partió una mañana hacia el autobús que le conduciría al lugar donde residía actualmente.

En un principio no sabía cómo podría contribuir a la investigación de campo siendo él un matemático. Posteriormente, el panorama se aclaró. El director del instituto, hombre bastante enigmático que siempre vestía de negro, dijo que podría trabajar realizando análisis estadístico de los datos recolectados. Y, aunque la especialidad de Leiter era el álgebra abstracta, le pareció interesante explorar otros campos. Habían pasado unas cuantas semanas desde su llegada al instituto y no le veía fin a la supuesta investigación, pues con tristeza percibía que la ciencia no era lo que él esperaba. Lo único que le quedaba era aguardar y concentrarse en su futura maestría, en donde sí podría estudiar temas que le interesaban. Solo debía ser paciente y cumplir con el requisito del medio año. Aunque decirlo era más fácil que hacerlo, pues el ambiente era un poco pesado dentro de aquellas instalaciones impecables.

Las Tres Luces de la Verdad estaba grabado con letras de oro y con adornos de rubíes. A Leiter se le antojó un tanto excesivo tal encabezado, le parecía que podrían haber sido más modestos. Apenas eran sus primeras semanas y ya se sentía incapaz de proseguir. Todo en el instituto resplandecía, el lujo y la limpieza de cada rincón lo estremecían. Todo era impecable, cada pasillo, baño y estancia; todo sin una sola mancha. En sí, no habría clases. Todo se desarrollaría en campo, en el aula solo se dedicarían a comentar los detalles. El esquema indicaba que cada ayudante era responsable de aprender lo más que pudiera por su cuenta. Leiter estaba involucrado en el proyecto más importante, que era de carácter multidisciplinario, debido a sus altas calificaciones. Los demás ayudantes tenían que concentrarse en una sola asignatura. Había áreas de matemáticas, física, química, geología, biología, astronomía y computación. Todas se conectaban y los proyectos requerían de la presencia de al menos un investigador experto en el área. De hecho, se suponía que los cerebros más brillantes de cada universidad se reunían para tales necesidades. Sin duda, recibían cantidades exorbitantes de dinero y presumían de descubrimientos y artículos, de hacer ciencia como nunca.

Leiter comenzaba a aburrirse mientras se les repartían unas copias sobre algo de teoría cuántica. También pensaba en lo extraño del ojo que coronaba la cima del instituto, cuya forma piramidal ya era de por sí sospechosa. Ese ojo parecía verlo todo, como si tuviera vida propia, como si iluminara la ciencia y absorbiera cualquier intento de poner en duda lo que ahí se discutía. Además, mirarlo por mucho tiempo le ocasionaba dolor de cabeza y una sensación de extremo cansancio parecía invadirlo. Sus bordes, su forma y sus colores, todo era peculiar en aquel ojo. Sobre todo, Leiter no entendía por qué estaba ahí, quizá solo otra de las extravagancias del director. En fin, ¡que el diablo se llevara a ese maldito ojo!

–¡Oye, tú! Noté que te aburriste durante la clase –manifestó una voz entusiasta.

–¿Clase? ¿Esto es una clase? –replicó Leiter mirando a su compañero con desgana.

–Bueno, al menos nos están poniendo un poco de atención. ¿No lo crees? Por cierto, no me he presentado. Soy Klopt, ayudante del área de biología.

–Mucho gusto, me alegra conocerte. Hasta ahora nadie aquí me había hablado.

–Así suele ser aquí. Los investigadores tienen el ego por los cielos. Pero no te dejes abrumar por esas minucias, hay mucho por hacer.

–Sí, tal vez –expresó Leiter mientras se dirigía hacia la cafetería, sin lograr librarse de Klopt.

–¿No te molesta que te acompañe? Dime ¿cuándo llegaste?

–Apenas la semana pasada, casi estoy por arrepentirme.

–¿Arrepentirte? –inquirió Klopt anonadado ante las palabras de Leiter–. ¿Qué rayos te ocurre, amigo? Estás en el mejor centro de investigación de todo el mundo. Aquí viene gente de todas las nacionalidades. Es una suerte que estemos aquí, ¿cómo podrías arrepentirte?

–Bien, sígueme y platicaremos mientras desayunamos algo.

Así fue como Klopt y Leiter ordenaron un desayuno, ocupando una de las bonitas mesas adornadas con plantas, mientras gente iba y venía. Algunos de ellos usaban batas impecables, otros parecían estar en otro mundo, balbuceando fórmulas y teoremas, recriminándose por su falta de intelecto. El día era soleado, aunque esto había extrañado a Leiter. Desde que llegó le parecía como si el clima no siguiera un patrón normal, hasta se le ocurrió pensar que alguien lo controlaba. Esto le recordaba las pláticas con su amigo Abric, en aquellas tardes donde solía escucharle hablar sobre conspiraciones.

–¿Has notado algo extraño en el clima?

–No, ni siquiera había pensado en eso –replicó Klopt disfrutando de su café.

–Ya veo. Supongo que tienes razón, no hay que pensar en eso.

–¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso has notado tú algo anormal?

–Pues no sé qué decir. Si te lo cuento, pensarás que estoy loco.

–Nada pierdes con decirme; de hecho, he escuchado algo que pudiera parecerte interesante.

–¿Algo interesante? ¿A qué te refieres?

–Bueno, dime tú primero, y luego yo te cuento.

–Bien. Pues es solo que desde que estoy aquí siento como si el clima fuese manipulado, como si obedeciera cierto patrón. Desde luego que existen predicciones y métodos para ello, pero parece menos aleatorio que de costumbre.

–¡Qué clase de cosas dices! –expresó Klopt desternillándose–. Parece que eres fanático de la pseudociencia y las conspiraciones.

–No es eso –respondió Leiter, decepcionado–, era solo una cosa que tenía en la cabeza. Es cierto instinto, como cuando sabes que algo anda mal.

–¿Has pensado en ir con el psiquiatra?

–Ya lo hice, pero me pareció una estupidez. Fui muy poco y me detectaron trastorno obsesivo-compulsivo.

–Y ¿luego? ¿Cómo es eso? ¿Cómo se siente? ¿Ya te curaste?

–Me parece que la psicología y la psiquiatría son obsoletas y vagas, no creo realmente que un simple humano pueda entender lo complejo de la mente. En realidad, solo utilizan generalizaciones y buscan atacar todos los problemas desde ese ángulo. Hacen falta nuevas perspectivas, mentes más abiertas. Por eso creo que nadie puede curar a un loco, porque para empezar no se ha definido jamás la locura.

–Es interesante lo que dices, pero yo pienso de otro modo. Verás, para mí la ciencia es lo más sagrado que existe. Desde que era un niño he soñado con este momento. Ahora soy el más feliz del mundo, estoy donde quiero estar, estudiaré mi maestría y mi doctorado. ¿No te emociona eso? ¿No te sientes inmensamente feliz al ser parte de esta familia?

–Sí, bastante.

–¿De verdad?

–No, solo bromeaba. Sinceramente, me resulta indiferente. Solo sé que esto no es mi vida ni mi familia.

–Entonces ¿qué haces aquí? Todos estamos aquí por algo y nosotros somos los mejores del mundo. Seremos investigadores de renombre, publicaremos en revistas de primera, todos nos adorarán e impartiremos cátedras en cualquier universidad, formaremos a los mejores profesionistas. Nuestro compromiso es con la ciencia y el mañana. Estamos haciendo de este mundo un lugar mejor, y dentro de poco seremos famosos y reconocidos.

Ya casi Leiter imaginaba a su amigo Abric ahí, soltando inmensas carcajadas ante las estupideces que Klopt estaba profiriendo. Lo que más le sorprendía es que hasta hace poco tiempo él pensaba igual. Si por algo se sentía agradecido, era por haber conocido a Abric. ¿Qué sería de él sin sus enseñanzas? Seguramente sería otro idiota como Klopt, tan apasionado por cosas absurdas.

–Ya sé, es porque te gusta la pseudociencia. Por eso no te sientes feliz aquí, ¿cierto? –pronunció Klopt de manera incisiva–. ¿Por qué has elegido el bando contrario? ¿Acaso no puedes ves que la ciencia lo es todo? Debes aceptar que ser investigador es lo máximo, pues tendremos mucho dinero, sabiduría y reconocimiento.

–Sí, claro –respondió Leiter, anhelando que Klopt dejara de hablar.

–No te noto muy convencido, pareces dubitativo. ¿Por qué estás aquí entonces si no amas la ciencia?

–Quizá por curiosidad, o… por imbécil. No lo sé realmente, pero gané una beca y quiero, o quería, estudiar un posgrado.

–Eres matemático, ¿cierto? Pues hay muchas oportunidades en la investigación, puedes llevar una vida cómoda y con dinero en la bolsa, sin hacer mucho.

–No me interesa ya, no quiero nada de eso.

–¿Qué dices? ¡Ahora sí creo que estás loco de remate! ¿Qué harás regresando? ¿Abandonarás tu lugar en la maestría?

–Probablemente, o tal vez siga solo para no trabajar.

–Bueno, ya sería algo. Pero no logro comprenderte. Todos los que estamos aquí tenemos sueños, ideales, metas. Y tú ¿por qué vives?

–Antes solía ser como tú y todos los demás, pero…

–Pero ¿qué? ¿Hallaste más interesante la pseudociencia? ¿Te obsesionaste con teorías de conspiración y demás cosas?

–Jamás lo entenderías –exclamó Leiter con tristeza.

–Bueno, podrías intentar explicarme.

–Ni yo sé cómo decirlo. Digamos que conocí a un tipo, uno muy raro, que me habló sobre ciertas cuestiones que jamás había considerado.

–Y él ¿era investigador o algo parecido?

–No, era un simple humano. No asistió jamás a una escuela, creció en un bosque.

–Y tú ¿creíste todo lo que te decía un tipo así? ¿En verdad lo hiciste?

–Te dije que no lo entenderías.

–Y ¡estás en lo cierto! No sé cómo puedes fiarte de las palabras de un sujeto así. Dices que ni siquiera asistió a la educación básica, ¿qué podría saber sobre ciencia y sobre el mundo? No seas tan ingenuo, lo mejor es que te olvides de ese tipo y de todo lo que te haya dicho, pues te mintió.

–No lo creo –manifestó Leiter con firmeza–. Él jamás mentía, era muy sincero. Me atrevo a decir que ha sido la persona más sensata que he conocido.

–Pues tenemos ideas diferentes. Yo solo me fiaría de la palabra de un investigador o un profesor con mucha experiencia.

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