No importa cuánto intentemos aparentar lo contrario o de cuántas multitudes busquemos rodearnos. No importa el lugar, momento o contexto. No importa cuántas personas amemos o digan amarnos. No importa cuántas mascotas intenten alegrar nuestros miserables días o cuántas plantas abunden en nuestro funesto hogar. No importa cuánto dinero podamos tener ni cuánto pretendamos imbuirnos en diversas actividades. Al final, nada ni nadie podrá evitar la cruda verdad ante la cual palidecen todas nuestras humanas excusas: estamos solos y siempre lo estaremos.
*
La existencia es, acaso, solo el campo de experimentación y juego de alguna clase de sombría e irónica entidad superior que ha decidido divertirse con nosotros; tal y como nosotros lo hacemos con un nido de hormigas o con cualquier insecto a quien matamos sin considerar en lo más mínimo su felicidad o sufrimiento.
*
¡Cuán desdichado y paradójico es el ser que persigue lo imposible durante toda su vida aun sabiendo que jamás podrá alcanzarlo ni comprenderlo: la verdad! Pero si tal ente es un patético miserable, ya ni siquiera resulta decente mencionar a aquellos que ni siquiera emprenden búsqueda alguna y que viven y mueren en la más sórdida irrelevancia.
*
¿Qué es la verdad sino aquel autoengaño que es más y mejor aceptado socialmente por una raza grotesca e infame como la humana? Y ¿qué es nuestra propia verdad sino aquel autoengaño que más nos ha encantado de entre el casi infinito cúmulo de mentiras que sostienen esta falsa realidad?
*
Pretendemos no mentirle a los demás en un acto de vil y mera hipocresía, pues tan solo nos mentimos a nosotros mismos. Y es que ¿no es el simple hecho de seguir viviendo una mentira en sí? Creo que tal cosa es indudablemente la mentira más cruel y peligrosa de todas, pero absolutamente indispensable cuando no se es tan sensato para recurrir al sublime acto de la más absoluta autodestrucción.
***
El Color de la Nada