El simple hecho de existir implica ya esclavitud y sufrimiento en sí; así que la única manera de ser libre y tener un bienestar real es desaparecer por completo de cualquier clase de existencia sin importar plano, universo o dimensión. Mientras se exista, estoy casi seguro de que habrá sufrimiento o hastío en cualquiera de sus variantes. No podemos eliminar por completo estos dos estados sino eliminando por completo a quienes los experimentan: nosotros. No existe otra forma de restablecer el orden y la tranquilidad sino acabando de una vez por todas con la raza humana, ya que solo el exterminio total garantizará la paz total; una de tan perfecta e inefable envergadura que seres tan miserables como nosotros no tendremos la oportunidad de experimentarla, porque precisamente nuestra extinción será el origen de tal beldad universal.
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Esa era precisamente mi mayor inquietud, pues sabía que era algo que no podía conseguir. No obstante, no dejaba de cuestionarme una y otra vez lo mismo: ¿cómo desaparecer completamente? ¿Cómo huir de la realidad, del mundo y de mí mismo? ¿Y a dónde huir? ¿Acaso había algún lugar que no fuera el más allá que pudiera conferir auténtica paz y sempiterna benevolencia? ¿No era la falsa magnificencia de la vida mucho menos atractiva que las caricias de cualquier prostituta? ¿No eran sus caricias mucho más caras y terminaban mucho antes de lo esperado? Y ¿no eran mis vanos deseos meros espejismos que yo mismo me había ido creando para no aceptar que mi vida desde hace mucho había terminado?
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Quien no es capaz de ver las cosas buenas de la vida es, tal vez, un gran tonto. Sin embargo, quien se niega a ver las malas es, con toda seguridad, un tonto mil veces peor. Cada acto habla por sí solo, aunque nosotros creamos ser jueces de todo. El mal siempre superará al bien por mucho; tal es la grotesca situación en la que se ha estado pudriendo nuestro mundo desde su mundano origen y en tales condiciones, tristemente, está también sentenciado que habrá de morir cada fragmento del tiempo que se disolverá en el vacío eterno.
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Lo bueno de la vida sucumbe fácilmente ante lo malo, de ahí que esta existencia sea casi puramente sufrimiento enmascarado de cualquier otra cosa y que constantemente nos entreguemos tan estúpidamente a aquellos fútiles simulacros de felicidad con el pretexto de un falso sentido para todo. Finalmente, el suicidio es la única felicidad permanente en una existencia plagada de injusticias y mentiras como la nuestra. Y quien no acepte esto, estará destinado a ahogarse con sus propios autoengaños para respirar difícilmente con algunos lapsos de supuesta cordura.
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La muerte es la eterna simbolización de la paz y la inefable quietud; por el contrario, la vida es tan solo un estúpido, efímero y patético griterío cuya simple expresión es una pérdida total de tiempo y energía. Solo vale la pena, acaso, vivir para morir. Pero ¿es necesario tener que pasar por todo esto antes del laudatorio final de nuestro repelente sinsentido?
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El sabor de tus besos era todo lo que requería para no suicidarme aquella noche, pero nunca apareciste y no tuve ningún otro remedio que colgarme. Pero creo que eso fue lo mejor, pues así al menos pude morir antes de que muriera por completo nuestro trágico desamor. Solo así podía ser salvado, porque de otro modo viviría, pero sin brillo ni esperanza alguna.
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La Agonía de Ser