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El Extraño Mental X

Ese juego me gustaba, pues sabía que ella era una completa imbécil, y que me apreciaba como si yo fuese un dios. Podría hacer cualquier cosa para ganarme su desdicha y, aun así, continuaría teniéndome en lo más elevado. Esto era así porque ella pertenecía a esa clase de individuos sumamente banales que no conciben otro modo de regocijarse que contemplando lo que jamás podrían tener ni ser. En mi caso, sabía que Lary me admiraba y que haría lo que fuese si yo se lo pidiese. Nada le quedaba en su marchitada vida, abandonada con un niño de seis años y echada de la casa de sus padres. Trabajaba incansablemente para pagar la renta con un primo quien también se aprovechaba sexualmente de ella, pero eso a mí me importaba un rábano. Si Lary daba las nalgas a cuanto tipo se le presentara por ahí, era tema que no me atañía en el más mínimo sentido, siempre y cuando yo fuera uno de esos. La verdad es que era atractiva, aunque muy torpe, y jamás negaba una de mis proposiciones. En fin, últimamente su hijo nos estaba dando muchos problemas, pues le tomaba cada vez más tiempo atenderlo.

–De vuelta al mismo punto, pero está bien –asentí contrariado–. Con respecto a la pseudorealidad y sus artimañas, creo que desde nuestro nacimiento se nos atasca la cabeza con todo tipo de atavismos que nos son implantados para poder sentirnos a gusto en este mundo. Por ello digo que nadie es realmente él mismo, nadie tiene ideas propias, ya que se nos han encasquetado todo por medio del entorno nauseabundo. Cuando naces, vienes en blanco a lo que conocemos y creemos como realidad, que es donde se desarrollará nuestra terrenal existencia, pero desgraciadamente no se nos permite aprender y decidir por cuenta propia. Esto es complicado dado que, al ser tan pequeños, dependemos en absoluto de otros humanos, en este caso de nuestros padres. El gran error cometido por éstos surge cuando, en su ignorancia, contaminan nuestra esencia intentando educarnos a su modo; esto es, enseñándonos lo que ellos creen que está bien o mal. Básicamente, nos transmiten sus costumbres, creencias, pensamientos, moral, valores, educación, religión, entre muchas otras cosas. ¡He ahí el gran problema, según lo veo!

–Creo que entiendo lo que dices. La problemática es en sí el nacimiento en las condiciones actuales, ¿no?

–Una gran parte se debe a ello, pero hay más –asentí–. Es un grave error que los hijos se críen con sus padres, pues éstos se encargan de arruinarles la mente de por vida. Claro que considero de antemano ridículo el hecho de procrear. Es un desperdicio que las personas sueñen con tener hijos y basar el sentido de sus vidas en éstos, manteniendo la esperanza de que conseguirán lo que ellos no. Pero vamos, ¿qué es lo que ellos añoraban lograr? ¿No es también más de lo mismo, solo metas banales? Los padres reflejan esta superflua conducta en lo que esperan de sus hijos, por eso los educan a su modo y les inculcan todo, pero hacen mal. Actuando de tal manera es como se ha caído en esta decadencia, como se ha conseguido obnubilar desde muy temprana edad el razonamiento, la intuición, la creatividad y la imaginación. Los niños lo reciben todo de sus padres, absorben lo que a éstos les parece correcto y crecen en un ambiente determinado con patrones de conducta y pensamientos moldeados. Aunque bueno, en primera instancia todo este galimatías se podría evitar si los humanos no tuvieran la estúpida convicción de reproducirse, aunque entiendo que se trata del mayor impulso biológico, pero es tan absurdo traer otro ser a este mundo trivial y aciago. Y, por ello, asumiendo que las personas no pueden evitar la desfachatez de engendrar, es que avanzo al siguiente nivel y me percato de que los hijos son un producto etiquetado de antemano. Sé que esta sociedad así lo demanda, pues con todo el entretenimiento y las distracciones que hay es complejo resistirse. Lo que no concibo es que, a los niños, los padres les inculquen todo tipo de elementos para destruir su incertidumbre. Lo grave realmente es que, con el paso de los años, estos atavismos se solidifican en el individuo, convirtiéndole para siempre en un esclavo de patrones, creencias, modos de pensamiento y comportamiento que él ni siquiera eligió, sino que le fueron implantados por la pseudorealidad mediante sus padres. Y así vive y muere la gente, absolutamente seguros de su existencia y de la realidad que pueden percibir nuestros ojos. ¿No te parece ominoso que ya nadie pueda ser auténtico? Es lamentable que seamos solo producto de lo que intereses oscuros quieren, que se nos enseñe qué y cómo pensar, que se nos diga cómo vivir y que se nos obligue a hacerlo aún a costa de nuestro libre albedrío, el cual queda reducido a una falacia. ¿Cómo elegir cuando lo más profundo, las raíces de lo que somos, la semilla que da pauta a nuestra esencia nos ha sido colocada artificialmente?

–Ahora que lo dices parece tan cierto, no sé cómo es que antes no lo había ni siquiera considerado.

–Eso es porque la pseudorealidad tiene métodos muy puntuales para que sus habitantes no se percaten jamás de que están en ella. Ese es uno de los excelsos modos de control: hacerle creer a las personas que son libres, que piensan por sí mismos, que pueden hacer lo que les venga en gana. Pero realmente todos somos esclavos, nadie está exento de las redes execrables del acondicionamiento para el que hemos sido preparados desde pequeños. Y me temo que las impresiones encasquetadas en la mente en la edad temprana son tan fuertes que ya nunca, o muy difícilmente, pueden ser removidas. Las personas vivirán el resto de sus días recurriendo a lo que otros les inculcaron, esa es su manera de obrar. No importa si es una situación frustrante, placentera, odiosa, ridícula o terrible. Es indiferente si se trata de una cuestión moral, política, económica, social, científica o de la índole que sea, pues el humano ya ha sido configurado desde la infancia para responder de determinada manera.

–¿Y qué hay de la escuela? Digo… –murmuró Lary apenada–, yo no terminé la preparatoria y es natural que nada sepa de ese asunto, pero tú eres matemático y seguramente eso te ha ayudado a despertar, o a salir mínimamente de la pseudorealidad como tú le llamas.

–Nada más falso –repliqué, en tanto comenzaba a sentirme acalorado y en sintonía con el ambiente que me rodeaba–. Desde luego que la escuela es otra vil patraña.

–¿Cómo? ¿Acaso eso puede ser posible? Yo creía que la gente que estudiaba era lo máximo, que tenían las mentes más adelantadas y sus razonamientos eran los más elevados.

–Sí, eso se suele creer, pero nuevamente es pseudorealidad, es tan solo lo que nos han metido para que así lo creamos. Es un tanto aterrador si lo reflexionas, pues la repetición de ciertos factores e ideas a temprana edad hacen que éstas se consoliden eternamente. Y es que, aunque a las personas se les intente cambiar ahora de grandes, es una pérdida de tiempo. Digamos que la mayoría de los humanos ya están arruinados, nada puede hacerse por ellos puesto que de pequeños fueron perfectamente trabajados por la pseudorealidad. Incluso sería peligroso intentar cambiarlos, pues ofender sus supuestas creencias propias los encolerizaría y querrían asesinar a quien se atreviera a cuestionar sus más preciados pensamientos; es ridículo, lo sé. Lo que trato de decir es que los humanos se aferran a falsas concepciones que consideran como axiomas para vivir y que defenderán a toda costa. Si alguien intenta hacerles ver que estos elementos tan enraizados en su ser no son para nada inherentes, sino meros accidentes y atavismos que les han sido introducidos por la pseudorealidad para poder amoldarse a esta decadente sociedad, es seguro que lo liquidarían a la primera oportunidad. Precisamente a estos revolucionarios que surgen en tan escasas ocasiones los llaman locos y los encierran en manicomios o los asesinan impúdicamente, pues resulta peligroso incitar a las masas a una profunda reflexión de su existencia. No obstante, me he convencido de que es una pérdida de tiempo hacerle ver a la humanidad la miseria en la que se encuentra.

–Ya lo creo, aunque probablemente todavía existan humanos que intenten despertar.

–Lo dudo mucho, y, de haberlos, serían unos necios.

–Pues ya sería algo, ¿no? Yo, sinceramente, no entiendo mucho de lo que planteas, pero lo que si comprendo es que estamos mal, que las personas hemos dejado de ser nosotras mismas y que esto es casi imposible de cambiar puesto que, desde nuestro nacimiento, somos víctimas de la pseudorealidad mediante todo lo que estúpidamente nos inculcan nuestros padres y profesores. Lo que aún no me has respondido es ¿qué pasa con la escuela? ¿No es una manera de despertar?

–La verdad es que no, se trata de una argucia más de esta pseudorealidad. Debo decirte que absolutamente todo lo que existe en este mundo, o lo que creemos que existe, es pseudorealidad. Claro que esto es permitido y hasta alentado por los nauseabundos padres, quienes pasan sus vidas trabajando para poder darle una vida digna a sus hijos, sin entender que el hecho de haberlos traído a este sórdido mundo es una blasfemia, y que haberlos adoctrinado del sacrílego modo en que les han atiborrado la cabeza de ideas suministradas por la pseudorealidad les ha ya jodido la existencia hasta la muerte. No creo en lo más mínimo en que la educación pueda contribuir a un despertar en las personas porque también ésta es parte de la pseudorealidad. Pongámoslo de esta manera: lo que los padres no hayan podido lograr durante todos los años en que idiotizaron a sus hijos y permitieron que se embobaran con el televisor y demás, lo solventa la escuela. Y es así puesto que estudiar ya no se realiza con pureza ni con objetivos sinceros.

–Y ¿cómo sería eso? ¿Estudiar sería malo entonces?

–Lo es del modo en que actualmente se realiza, pero no queda de otra puesto que la educación se ha envilecido demasiado. Hoy en día los humanos, si es que estudian, lo hacen con un único y aberrante fin: dinero. Las escuelas se han convertido en el medio a través del cual las personas, tras concluir con toda esa algarabía que representa atravesar las distintas etapas escolares, obtendrán una remuneración monetaria sustanciosa. Así, podrán pagar sus vicios y adquirir bienes materiales, realizar viajes a lugares agradables y formar una familia. Ese es el objetivo que las personas, tarde o temprano, terminan por añorar. Es demasiado complicado que se estudie sin fines de lucro, que se tenga la determinación de aprender y usar ese conocimiento para ayudar a la humanidad, a la que por cierto no le interesa tampoco ser ayudada. Pero estudiar se trata de eso, e, incluso los docentes, que en su mayoría son absurdos y banales, propagan esta ideología. Asistir a una universidad no significa absolutamente nada; de hecho, es algo bastante acondicionado. Jamás pensaría que en un horripilante lugar como ese donde se mide el potencial de una persona mediante ridículas pruebas escritas basadas en memorizar información irrelevante podría conseguirse un despertar. Estudiar sirve solo para obtener un buen salario al concluir, si se tiene suerte, claro está. Y, como esto es todo lo que interesa en la humanidad actual, además de sexo y diversión, se cumple así el ciclo del moldeamiento. Tan solo mira la forma en que se desarrolla la vida: nacer, crecer, estudiar (si se hace), trabajar, reproducirse y morir. ¿Qué clase de nefanda rueda es la que continuamos abordando? ¿Para qué? Los padres adoctrinan y arrebatan la incertidumbre a los niños, los cuales, al crecer, asisten a escuelas donde se les termina de extirpar la poca creatividad e imaginación que puedan tener, lo cual se logra mediante un modelo educativo deplorable y arcaico basado en repetición de patrones, y no en cuestionamientos propios ni reflexiones profundas. En parte esto es bueno, pues supongo que estudiar sería un calvario si realmente se buscase despertar duda, crítica y creación en los estudiantes. Pero sería peligroso para la pseudorealidad, y acaso algo contradictorio e inútil, pues la base del acondicionamiento propiciado por los ignorantes padres ya está demasiado avanzada. Por ello, detesto haber asistido a una escuela, porque siempre me sentí incapaz de razonar por mi propia cuenta y de crear, tan solo me limitaba a repetir banales teorías.

–¡Wow! Yo creía que la escuela era lo máximo y tú lo has reducido a un mero elemento de la pseudorealidad para perpetuar la decadencia.

–Naturalmente que así es. Recuerdo que hubo un tiempo en que deposité todas mis esperanzas en la escuela, creía que en aquellas teorías, números, fórmulas y axiomas hallaría la razón de nuestra existencia, pero buscaba algo que sencillamente no existe –asentí con severidad exagerada, ya estaba bastante tomado–. Sobre todas las cosas me fastidiaba ver a mis estúpidos compañeros alborotarse cuando alguno de aquellos viejos ineptos mencionaba haber estudiado algún doctorado en un centro de investigación prestigiado del país, y ¡con qué cara de atolondrados quedaban todos cuando algún profesor realizaba dichos estudios en el extranjero! Simplemente no soportaba la idea de que esos viejos fuesen superiores, y no por envidia, ¡eso jamás!, tan solo porque eran seres adoctrinados y esclavos de la pseudorealidad como nosotros. Y yo, contrariamente a lo que todos mis compañeros hacían, era incapaz de sentir admiración por un doctor en ciencias. Y no solo por ello, puesto que me niego a aceptar algo tan banal como exitoso. Sé que en este mundo se considera admirable a un sujeto rico, guapo, con buen físico, respetable, honorable, que asiste a la iglesia, que es padre de familia, que cumple con sus obligaciones, que ama a su esposa, que sigue los patrones de esta vomitiva civilización, que posee un buen puesto, que viste con elegancia, que tiene buenos modales, que no se va con mujerzuelas, que no se droga ni se embriaga en antros los viernes por la noche, que adquiere bienes materiales, que ayuda a su familia, que practica deporte, que se amolda de manera idílica a la pseudorealidad y que perpetúa esta hipocresía eterna. ¡Pues todo eso es basura para mí! ¡Al diablo con lo que se considere correcto aquí en este mundo! ¡Por eso soy decadente a pesar de saber lo que sé! Porque me importa un rábano ser un depravado, un cerdo, un asesino, un sujeto vil y sinvergüenza, un borracho sin remedio, un drogadicto, un adúltero, un vicioso, un ser de lo peor. ¡Sí, soy un decadente y lo seré hasta que muera, lo cual no debería tardar mucho! ¡Que se joda lo que está considerado como bueno en esta quimera! ¿Qué podría ser, de cualquier manera, bueno si no lo inculcado por la pseudorealidad? Y se atreven los humanos a juzgar y tachar actos como malvados con su moral nauseabunda e impropia. ¡Seguiré siendo un maldito decadente, continuaré existiendo de esta manera! ¡Es más, seré todavía peor, mucho peor de lo que he sido!

–¡Tranquilo, Lehnik! Creo que la bebida ya te está haciendo efecto. Me estabas hablando de por qué consideras que la educación no podría conducir a un auténtico despertar. Y luego terminaste eufórico, arremetiendo contra el mundo y aduciendo cosas que, ciertamente, no comprendí.

–Sí, lo siento, me aloqué un poco –dije acalorado, con la sangre hirviendo y con deseos de embriagarme hasta las chanclas, pues ¿qué más me daba? Si quería, podía matarme en ese mismo instante, me era indiferente seguir vivo o estar muerto.

–Termina de contarme, te escucho.

–Desde luego, ¿en qué estaba? ¡Ah, sí! Ya recuerdo. Bien, pues toda la universidad fue más de lo mismo. Creo que solo estuve bien el primer año, luego todo se fue al carajo. Había entrado con la firme convicción de aprender y descubrir. Pero, al salir, supe que eso era una argucia solamente. La verdad es que ni yo sabía qué había hecho cuatro años de mi vida en aquella ominosa institución donde se jactaban de ser los mejores matemáticos del país. ¿Realmente había tenido un propósito para haber entrado ahí? ¿No sería acaso que la pseudorealidad me había seducido para caer de manera horrible en sus fauces? Entre más cavilaba al respecto, más me convencía de que no había tenido el más mínimo sentido haber estudiado lo que estudié. ¿Para qué? Quizá solo para matar el tiempo, para fingir que me interesaba seguir el mismo sendero que los humanos de mi calaña. Tal vez para no tener que trabajar y que mi padre me pagase las colegiaturas, algo demasiado vil. No sé, pero caí en un tremendo vacío al saber que no tenía sentido ya nada para mí. Era extraño, pues todo deseo de proseguir vivo en este mundo atroz parecía haberse extinguido. La ciencia, a la que tanto había apelado, no era sino la misma basura que todo lo demás. Y por eso me fastidiaban aquellos viejos doctores en matemáticas y en física, totalmente enclaustrados en esta mierda absurda y estúpida, aferrados a teorías insulsas y a conocimientos tan superfluos y miserables que jamás podrían elevar la esencia humana a lo sublime. Pero estaban ciegos, igual que los zascandiles que los idolatraban y que todo el sistema educativo.

–Me parece interesante el hecho de que no admires a nadie. ¿Ni siquiera podría decirse que a tus padres? ¿No hay alguien que te parezca menos banal?

–La verdad es que no. A mis padres creo que los quiero, pero hasta ahí. Ellos piensan que estoy demente y jamás podrían aceptar lo que yo pienso. Nadie que sea humano podría ser distinto, es nuestra naturaleza ser viles y banales.

–Tienes una curiosa forma de expresarte, pero me gusta. Ahora dime, ¿qué pasó entonces cuando terminaste la universidad?

–Pues nada en realidad. En los últimos semestres me la pasé sin entrar casi a clases, me parecían tan triviales los supuestos conocimientos que se impartían en la escuela que prefería estudiar en casa y presentarme solo a los exámenes. Cabe destacar que no todos los profesores toleraban esto, pues, en sus nefandas creencias, argüían que era menester asistir al aula para poder acreditar la asignatura; nada más vomitivo. Gracias a ello tuve algunas complicaciones con algunos de esos viejos empedernidos de ciencia banal, hasta que, al fin, conseguí todos los créditos y pude, no sin bastantes dificultades burocráticas, conseguir mi boleta. Sin embargo, ni siquiera deseaba hacerlo, y, por eso, tampoco me he titulado ni pienso hacerlo. Mis padres insisten en que lo haga, aunque nada signifique ya. Quizás antes lo habría hecho, habría luchado por concluir al cien por ciento mis estudios, pero ahora no. Quedé hastiado de todo lo que tenga que ver con el sistema educativo y la horrorosa forma en que se utiliza el conocimiento para lucrar. Por cierto, en los niveles de posgrado no es diferente, ¡es, incluso, peor! En su mayoría, los investigadores solo persiguen cuantiosas becas o buscan la manera de irse a divertir al extranjero fingiendo que trabajan en proyectos multidisciplinarios. Me disculparás por esto, pero me parece una pérdida de tiempo y una estupidez lo que ellos hacen. En especial, lo digo porque sus mentes, evidentemente adoctrinadas y plagas de la pseudorealidad que impera en todo ámbito. No sabes el asco que siento al ver lo corrompida que está la ciencia y el uso nauseabundo que se hace de ella, siendo empleada en los más fútiles aspectos y siempre por gente con los recursos para pagar por ella. Es obvio que la ciencia, al igual que todo en este banal y aciago mundo, es manejado por intereses ocultos a los cuáles les conviene sobremanera que haya miseria, pobreza e injusticia. ¿Es concebible que se destinen tantos recursos al hecho de hallar vida fuera de este planeta cuando existen millones de humanos muriendo de hambre, siendo exterminados en guerras o enfermados con químicos esparcidos por los gobiernos? ¡Me parece una gran contradicción científica! ¿Para qué se querría hallar un planeta similar a la Tierra cuando hemos hecho todo para destruirla? ¿Es sensato querer que el humano se expanda más allá de este terrenal mundo? ¿Para qué la ciencia, la tecnología y demás charlatanería si no se ha conseguido erradicar tanta miseria y dolor?

–En el fondo tienes una faceta compasiva, pues te sigue interesando lo que pueda pasarle a este mundo, aunque afirmes lo contrario –exclamo Lary pidiendo otra botella de vodka–.

Pude notar, por su tono de voz y sus movimientos torpes, que estaba igual o más borracha que yo. Extrañamente me sentía muy elocuente, cosa que no me había pasado en anteriores ocasiones al embriagarme, al menos no a tal punto. A veces sentía que ya no controlaba lo que decía, todo en mi cabeza daba vueltas, todo giraba gracias al típico efecto del alcohol. Pensé que era demasiado temprano todavía, miré el reloj y marcaba las doce y media. El antro se había atascado en cuestión de minutos y la música proseguía con un volumen demasiado elevado, por lo cual mi garganta se hallaba resentida. ¿Qué hacía yo en un lugar tal? Eso fue lo que llegué a pensar en determinado momento, aunque no importaba. Es más, ¡me valía lo que pasara conmigo y con el resto de mi vida! Ahora estaba borracho y sentía deseos de hablar, de conversar incoherencias. Lary también lo estaba y eso hacía todo mejor y más fácil.

–Podría ser que tengas razón –dije para retomar nuestra plática–, probablemente me importe muy en el fondo, pero es ínfimo lo que significa. Este mundo es banal y la existencia carece de sentido, y yo también.

–Me llamó la atención algo que comentaste sobre tus padres. Me parece que dijiste que creías quererlos, ¿es cierto?

–¡Ah, era eso! –repliqué divertido–. Es precisamente de ese modo, pues considero que he dejado de sentir. Sí, he perdido la capacidad de sentir, y tal vez sea porque todo intento razonarlo. Antes podía abrazar a mi padre y besar a mi madre, exteriorizar cariño y agradecimiento, pero ya no. No sé qué sea, probablemente es debido a mi decadencia o a algún factor psicológico, pero ya nada siento más allá de lo físico. Esto no debería de sorprenderte puesto que estamos inmersos en la pseudorealidad donde los sueños, los sentimientos, las elucubraciones y lo inmaculado están enterrados. Además, debemos considerar la hipocresía y la mentira que reinan en el mundo y lo que el humano hace para enmascarar sus verdaderas intenciones, para aparentar que puede amar y ser amado a pesar de su vileza y su banalidad. No obstante, si somos sinceros, sabemos que todo es apego, costumbre y dependencia, realmente nadie entiende a nadie ni tiene deseos de estar con él por la eternidad. He considero, entonces, que no podría querer a mis padres, no podría amarlos porque no sé qué es el amor fuera de lo que me ha sido enseñado por el acondicionamiento. Algo análogo al concepto de felicidad y demás sensaciones que son inadecuadamente empleadas. Y, si no sé qué es el amor, ¿cómo podría brindarlo o solicitarlo? En el caso del supuesto amor fraternal no veo diferencia. Los padres imponen a sus hijos lo que no pudieron cumplir y éstos los quieren en la medida en que dependen de ellos económicamente. Una vez rota esta vinculación, nada hay que represente amor. ¡Nada de eso tiene sentido para mí! Esto te parecerá todavía más extraño y acaso odioso, pero he deseado su muerte. Sí, lo he hecho porque representan una carga, porque me fastidia saber que acaso les importo. Preferiría no cargar con ellos, saber que ya no existen más en esta pseudorealidad y que nunca más volveré a mirarlos. Y esto se incrementa cuando intentan expresarme su amor y yo nada siento, pues, cuando me abrazan, incluso experimento cierta repulsión. Por eso no creo llorar en su entierro, tal vez muera yo primero, no sé. Es raro, también ruin, pero no creo quererlos, no podría. Ellos me acondicionaron, pero ¡qué más me da! Lo único que me alegraría sería saber que mis padres ya no existen más, que se han ido a quién sabe dónde, seguramente al vacío, y que yo podría, entonces, matarme a gusto.

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El Extraño Mental


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