Los ángeles esperan por nosotros en su dimensión de sangre y lágrimas, tan solo debemos aceptar la muerte para emanciparnos de nuestra repelente humanidad. Luego, podremos obtener esas alas que tanto hemos añorado y conquistar el vacío que tanto nos ha llamado. Solo debemos saltar desde una altura considerable y toda la magia sucederá en menos de lo que podremos imaginar; el colapso de la falsedad a nosotros acudirá y la confusión cesará para abrir paso a la magnífica corona de la eternidad.
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Todo se rompió el día que te largaste, pero ahora esas memorias son incluso basura, pues lo único que resta por hacer es dejarse caer lentamente en las aguas del más allá. Espero que la muerte me ayude a olvidar todas las tragedias que a tu lado viví y que mi alma se purifique mediante el acto suicida para jamás volver a habitar cuerpo alguno en ningún otro mundo, plano o dimensión.
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Secaré tus lágrimas con mis besos y no me importa si esto que compartimos es o no amor. Tan solo quiero reunirme contigo y volar juntos hacia una realidad un poco menos miserable, hacia un cielo menos infestado de mentiras y una catacumba donde podamos expiar todas nuestras culpas. Yo sostendré tu mano y cortaré tus venas cuando llegue el momento apropiado, pero, hasta entonces, quédate a mi lado y besa mis labios tanto como puedas, pues, después de eso, nunca más volveremos a encontrarnos.
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Lo que deseo es tenerte un poco más, aunque al amanecer sé muy bien que te irás para siempre. Pero no importa, yo también me habré ido a un lugar del cual me será imposible volver. En fin, me dio gusto haberte conocido. Me mataré con tu inefable sonrisa plasmada en cada recodo de mi trastornada mente, eso dalo por hecho. Lo que le suplico a la muerte es que haga olvidar el instante en que por vez primera decidimos amarnos del modo más humano, pues indudablemente fue tan aberrante acto lo que terminó por esfumar la lozana magia que conectaba nuestros agobiados corazones.
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¿Cómo sabremos que ya estamos muertos cuando ni siquiera estamos seguros de estar vivos? La auténtica paradoja es que no tenemos ninguna prueba de ello más allá de lo que nos han hecho creer y de lo que es aceptado socialmente. Pero si la muerte nos resulta sumamente desconocida, la vida no se queda atrás y, de hecho, quizás sea incluso más misteriosa; puesto que conocemos muy poco sobre ella y nos gobierna sin importar nuestros anhelos o voluntades.
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Catarsis de Destrucción