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Irresistible paradoja

Pregonando en una densa acumulación de fantasmas arrastrados del pasado, ajenos a lo que tanto hemos buscado, pudimos horadar en el tejido cósmico que envuelve las dimensiones de este monte quebradizo de polvo y arenas movedizas. Las serpientes se deslizaron por derroteros más bien sospechosos para los escépticos, e incluso para los partícipes de este encuentro. Así que sucedió sin el menor sentido del tiempo: tú esperabas y yo volaba impulsado por un viento sagrado, fresco y mensajero de lluvias estelares en el universo de tu alma. ¡Qué maravilloso! Porque en verdad eres todo lo que siempre he amado. Confieso, con plena deshonra, que, antes de ti, intenté buscar amor con quien solo me ofrecía lamentos en las sombras. Divagué ilusamente por tantas bocas cuyos besos me resultaban tan insípidos y vacíos, pero cuyos cuerpos me conferían un efímero placer carnal. No tiene sentido hablar de eso ahora, pues no quisiera manchar tu sublimidad con mi enfermiza humanidad.

Pero tú, virtuosa musa, al llegar con tu magnificencia, fulguraste tanto que incluso lo más pequeño de tu resplandor hubiera bastado para terminar con este infierno de execrable hedor. ¡Qué asombroso era todo contigo! Tan adimensional como las voces que se hallan emitiendo sonidos incomprensibles para nuestra limitada conciencia; tan emblemáticos como haber chocado tu mirada con mi agitada y deteriorada visión. Supe, desde el principio, que de ti he sido y de ti por siempre seré; porque, sencillamente, te he amado tanto que la piel se me derrite cuando siento el calor que emite tu cuerpo celestial. Te siente discurriendo a través del mágico elemento, en una concha de pigmentos rociados por las paradojas sensacionales. Amo el habernos encontrado, a pesar de lo tétricamente lejos que laten nuestros corazones. ¿Por qué te fuiste tan pronto? ¿Por qué me abandonaste cuando ni siquiera sabía todavía si eras real o solo otra imposible fantasía?

Me parece brutalmente paradójico, acaso un absurdo mayor que el de esta existencia nauseabunda que debo soportar, el que, atrayéndose con tan desmesurada violencia nuestros suntuosos corazones, no podamos ni siquiera intercambiar un par de caricias y besos en la convergencia de los idílicos colores, bajo la sombra adyacente de los árboles gemelos donde me recostaría contigo hasta la muerte haber conquistado. Si yo sé que cuando nos miramos todo en nuestro interior se sacude estrepitosamente, tanto que me cuesta casi el alma apaciguar este remolino tan crítico en el que me tienes atrapado. Ojalá algún día, en algún universo de mayor alcance, puedas darte cuenta de que solo tú, con esos majestuosos ojos que derriten mi ser, eres la divinidad ante la cual yo quisiera postrarme y a quien anhelo rendirle mi beatífica adoración sin importar cuánto dolor deba con ello soportar ni a cuantas personas más deba asesinar para poder volverte a materializar.

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Anhelo Fulgurante


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