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La Execrable Esencia Humana 38

Vivir sin aceptar unas cuántas (o muchas) mentiras era inaceptable, he ahí el gran problema para los locos suicidas de poesía irrazonable cuyas mentes ya no podían tolerar más estos funestos autoengaños que uno debía hacerse o recibir con tal de soportar la existencia. No obstante, atisbaba con asombro cuán fácil era para la gran mayoría de personas llevar a cabo tal empresa, como si su vida misma por completo fuera una vil patraña; ¡y tal vez en verdad así era!

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Parecía que todo me fastidiaba e incomodaba en este mundo, que todas las personas se tornaban tan banales y absurdas y que todo por lo que debía luchar no era sino materialismo, dinero o sexo. En fin, parecía que yo, aunque era demasiado humano todavía, ya no pertenecía aquí y ya no debía continuar existiendo en esta prisión de marionetas encarnadas. La muerte, entonces, sería lo más pertinente; y el suicidio reflexivo, entonces, sería lo menos decadente.

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Me bastó de muy poco tiempo para comprender que existir sería una absoluta tortura. Y aun menos tiempo requerí para solucionar este tétrico dilema, pues todo aconteció esa noche cuando mi corazón, entre poemas suicidas y una melancólica tristeza, se detuvo para siempre. El engranaje detrás del cual siempre se ocultaron los secretos del caos ya no me era ajeno al atravesar el umbral, aunque mi confusión parecía ser aún mayor. Los susurros del pasado se arremolinaban en torno a mi alma y su influencia me sugería que estaba a punto de quebrar la más incipiente de todas las ilusiones que alguna vez cegaron mi endeble razón.

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No sé cuándo se atreverá la muerte a venir y poner fin a esta existencia de miseria y falsedad, pero sé que no estoy dispuesto a esperar hasta su excepcional llegada; prefiero, ciertamente, atravesar la puerta por mi cuenta y aniquilar todo lo que soy de una vez por todas. ¿Qué caso tendría esperar? ¿Para qué mentirse a uno mismo de esa manera? ¿Para qué derramar más lágrimas detrás de las cortinas ensangrentadas? ¿Para qué fingir que ya mi único anhelo durante los últimos meses era el de cortarme las venas?

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A donde sea que vaya, con quien sea que esté o lo que sea que acontezca realmente ya no hace ninguna diferencia para mí, puesto que siempre pensaré lo mismo: vivir es absurdo y matarse es lo mejor.

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La verdadera agonía del ser, según me parecía durante aquella embriaguez de reflexión suicida, era el hecho de no poder entender su existencia; al menos no más allá del contexto al que por mera casualidad pertenecía y de los seres que por simple azar lo rodeaban. Encima, luego de todo este cúmulo de tragicómicas contradicciones que representaba el cotidiano teatro de la vida, estaba la muerte; cuya esencia era incluso más confusa y misteriosa que la de una vida que jamás se pudo entender en plenitud. ¿Cómo podría alguien entonces no enloquecer ante tal abismo de incertidumbre tanto en la vida como en la muerte? ¿Cómo es que se puede existir sin experimentar un profundo desasosiego ante nuestra infinita y sombría ignorancia en este ridículo juego en el que no somos sino meras marionetas? ¿Cómo se puede soportar algo que no comprendemos y que, más aún, no solicitamos? Hemos sido ofendidos al haber sido engendrados y reafirmarnos esta inenarrable ofensa al no pegarnos un tiro antes de acostarnos.

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