Intenté contenerme cuanto pude, lo juro, pero me excitaba hasta la demencia masturbarme sobre sus corruptos cadáveres; reírme humillándolos con injurias y, asimismo, regocijándome con el contacto de su delirante sangre. Y, sin embargo, no podía evitar torturarme un poco, pero solo un poco, al recordar que esos cuerpos inermes y putrefactos alguna vez pertenecieron a los seres que supuestamente más había amado: mi familia.
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Realmente estaba confundido, aunque no quería aceptarlo. El cuchillo cayó y en el exquisito brillo de su filo atisbé el reflejo del monstruo en que me había convertido: un homicida que a su esposa e hijos había descuartizado. Y no solo eso, sino que había violado sus cuerpos y sus almas hasta que el diablo quedara más que asqueado de tan grotesco espectáculo.
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No tenía sentido ocultarlo por más tiempo: odiaba a mi mujer y sentía un inexplicable deseo de tomarla, sodomizarla, vapulearla y, finalmente, descuartizarla. Ninguna humillación hubiese bastado para tranquilizar la locura que me dominaba. Debía ser hoy el día en que su vida terminara, en que el último aliento de cada momento desagradable en mi existencia desapareciera sin dejar rastro. También acabaría con la vida de mis hijos, pues haberlos concebido sin duda fue un funesto error que solo podía ser reparado mediante un sangriento homicidio.
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Ya luego me encargaría de esos odiosos seres a quienes creía reconocer como mis hijos, porque a ellos tampoco los soportaba. Por ahora, debía concentrar toda mi ira en mi mujer; ya que gracias a ella mi vida se arruinó y mi miseria se materializó. ¡Quién sabe si crucificándola y ofreciendo su alma a los más depravados infiernos podría mi consciencia purificarse algún día!
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Eras tan bonita que tuve que matarte. No me lo tomes a mal, era necesario para mantener nuestro amor intacto. Sabía que, de no hacerlo, algún día todo terminaría en tragedia; que me engañarías, que querrías probar las bocas de otros seres, las caricias de otros quereres. Pero ahora serás mía para siempre, pues, aunque tu cuerpo permanezca ensangrentado mientras lo abrazo, sé que podré tenerte aquí conmigo hasta el día de mi muerte.
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¡Qué bueno y hermoso sería intentar creer en el amor! El único impedimento para ello es la naturaleza tan sucia y bestial que por defecto envuelve al ser, condenándolo a la miseria y la blasfemia para sentirse un poco menos muerto por dentro.
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Obsesión Homicida